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Trauma y carácter
ОглавлениеPara continuar con la idea de que el rasgo de carácter surgiría como una alteración en el yo obligado a defenderse frente a situaciones displacenteras, las situaciones traumáticas, por ende, podrían ser motor para alteraciones en el yo que conforman un determinado carácter.
El pasaje por el complejo de Edipo, y el complejo de castración dejarán sus huellas en la conformación del carácter. El yo pone en marcha defensas ante las injurias narcisistas devenidas por los avatares de la sexualidad infantil.
En la “Analogía” del artículo “Moisés y la religión monoteísta”, 1939 (1934-38) Freud explica cómo la raíz de la fijación del trauma podrá formar parte del carácter definitivo. Y destaca que los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. Los primeros intentan devolver al trauma su vigencia, vale decir recordar la vivencia olvidada o vivenciar de nuevo una repetición de ella; esto equivale a la fijación al trauma como compulsión de repetición. Serían acogidos en el yo normal como tendencias de él formando rasgos de carácter, cuyo origen histórico vivencial esté olvidado, por lo tanto Freud está dando entidad con ello a la formación del carácter en general.
Las reacciones negativas persiguen la meta inversa, no se recuerda ni se repite nada de los traumas olvidados. Estas serían reacciones de defensa. Se manifiestan como evitaciones, que pueden acrecentarse hasta ser inhibiciones y fobias. También estas reacciones negativas formarían parte del carácter; y son también, fijaciones de tendencia contrapuesta (pp. 72-73).
Aquí vemos el destino ulterior de los rasgos de carácter que a veces constituyen obstáculos para el desarrollo pulsional posterior y pueden aparecer como un motivo de conflicto acerca de abandonar o no aquello que tan costosamente se creó.
Al referirse al particular rol del trauma en la constitución del carácter, Freud habla, en este artículo, sobre la latencia: “Al trauma de la infancia puede seguir de manera inmediata un estallido neurótico, una neurosis de infancia, poblada por los empeños defensivos y con formación de síntomas. Puede durar un tiempo largo, causar perturbaciones llamativas, pero también se la puede pasar latente e inadvertida. En ella prevalece, por lo común, la defensa; en todos los casos quedan como secuelas alteraciones del yo, comparables a unas cicatrices. Sólo rara vez la neurosis de la infancia se prolonga sin interrupción en la neurosis del adulto. Mucho más frecuente es que sea relevada por una época de desarrollo en apariencia imperturbado, proceso éste sustentado o posibilitado por la intervención del período fisiológico de la latencia” (p. 74).
Las defensas erigidas como reacción frente al trauma infantil y que alteran al yo, pueden habilitarse frente al incremento pulsional en la adolescencia y cuyo resultado –afirma Freud– sería el advenimiento de la neurosis en el adulto, “como un efecto demorado del trauma”. Durante la pubertad o poco tiempo después, las pulsiones reforzadas por la maduración física en la pubertad emprenden la lucha nuevamente, ya que con anterioridad habían sido vencidas por la defensa; y en el caso posterior a la pubertad, porque las reacciones y alteraciones del yo producidas por la defensa se alzan ahora como obstáculos para tramitar las nuevas tareas de la vida, claudicando en conflictos graves entre las exigencias del mundo exterior real y el yo, que quiere preservar la organización adquirida dentro de la lucha defensiva.
Parecería que Freud agrega que el carácter no sólo contiene algo de la pulsión sino algo de la instancia sofocante que lleva a reprimir. Por lo tanto, el rasgo de carácter contiene aspectos superyoicos y pulsionales.
Aquello que fue primero realidad luego pasa a ser superyó. Primero es la realidad la que lleva a denegar una satisfacción pulsional, luego será el superyó el que asuma ese rol de representante de la realidad. En consecuencia, el superyó aparece como la forma de imponer la compulsión a la repetición de los traumas, pero que también da origen a alteraciones en el yo como los rasgos de carácter, en los cuales también queda condensado un tipo de satisfacción pulsional sustitutiva vía formación reactiva. Por lo tanto, podría haber un enlace entre formación reactiva y trauma, así como también una formación reactiva ante la pulsión; este último caso se puntualizará en un apartado posterior.
Habría un área posible de investigación en la diferencia de una formación reactiva ante la pulsión o una formación reactiva ante el trauma. Podrían agregarse aquellos rasgos de carácter que son expresión directa de la pulsión, como por ejemplo la ambición, el histrionismo, la crueldad moral y demás. ¿Cuáles serían los mecanismos predominantes en estos casos? ¿Cuál sería el lugar de la represión? Al parecer habría un fracaso de la represión, retorno de lo reprimido, y no habría una formación reactiva en el sentido convencional pero se produciría un rasgo de carácter. Podría ser que se agreguen dos mecanismos: uno la formación reactiva ante el trauma, es decir el pasaje de la pasividad a la actividad (aun este pasaje estaría sin explicación), y el segundo mecanismo, una desmentida exitosa secundaria ante un duelo o ante una herida narcisista.
En los apartados anteriores, me referí al yo real definitivo como la instancia que participa activamente en la formación del carácter, poniendo en marcha defensas ante la irrupción de lo pulsional. El superyó heredero del complejo de Edipo aparece como la forma de imponer la compulsión a la repetición de los traumas, pero que también da origen a alteraciones en el yo como los rasgos de carácter, en los cuales también queda condensado un tipo de satisfacción pulsional sustitutiva vía formación reactiva. La inclusión del trauma deja una marca como parte del carácter.
A continuación me referiré a diferentes mecanismos que aportan al yo la formación de su carácter. Estos procesos son la represión, las formaciones sustitutivas en calidad de formaciones reactivas, la sublimación y la creatividad.