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CAPÍTULO I
El yo y los mecanismos defensivos en el carácter Introducción

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En este capítulo me referiré a la formación del carácter, tomando como eje central el punto de vista freudiano así como también contribuciones posfreudianas. Es preciso entonces considerar determinados mecanismos constituyentes del carácter y, en particular, el rasgo de carácter.

Cuando alude a la renuncia o pérdida del objeto, que es reemplazado por una identificación en el yo, Freud indica que sólo se introyecta un rasgo parcial de ese objeto resignado. Ahora bien, la necesidad de renunciar al objeto que devendrá luego un rasgo de carácter en la identificación parcial con ese objeto, estará incluido en el carácter definitivo. Por lo tanto, podemos decir que el rasgo es una inscripción que deja una marca, y esta contribuye a la identidad de la persona. El rasgo de carácter en cada yo implica la diferencia respecto de los otros, la singularidad. La reunión de los rasgos de carácter formaría el carácter y por lo tanto la individualidad.

Freud plantea que en la etiología de los rasgos de carácter se incluye el trauma. Las fijaciones en las diversas etapas libidinales y las fantasías concomitantes –junto con los avatares de la vida infantil–, aludirían a esa inclusión del trauma. En cada caso individual, variará la intensidad vivenciada del trauma infantil y, por lo tanto, la resultante serán las diferentes estructuras caracterológicas.

El pasaje por el complejo de castración dejaría huellas que devienen en el trauma sexual infantil; por lo tanto, en la latencia, el yo se ve obligado a erigir defensas, suscitando fuerzas contrarias que lo alteran, definiéndose algunos rasgos por formaciones reactivas, otros por sublimaciones o por continuación directa de lo pulsional. Sin embargo, Freud enfatiza la formación reactiva sin dejar de considerar las otras dos en la formación del carácter. Como un proceso normal de defensa erigida frente a lo pulsional, la formación reactiva dará lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarán un matiz diferente, según su trayectoria pulsional y la historia individual. Este proceso defensivo implica una actitud contraria a un deseo reprimido; el efecto de esta reacción produce un rasgo de carácter sostenido por una contrainvestidura que impide la emergencia del deseo. La formación reactiva es una formación sustitutiva, que se opone a lo pulsional reprimido. Esto es parte del carácter normal.

Indudablemente, el proceso de la represión en determinadas estructuras, participaría con una intensidad mayor frente al requerimiento pulsional; y las formaciones sustitutivas, en calidad de síntomas o de formaciones reactivas, serán mayores. Recuérdese que las formaciones sustitutivas pueden ser herederas, por ejemplo, del complejo de castración.

Ahora bien, un yo que se siente invadido por sobreexcitaciones que amenazan su integridad alterando la economía libidinal, queda inundado por la situación traumática, y desprovisto ante ella, por falta de apronte angustiado. Ese yo en el que la irrupción superó las posibilidades de defensa, ¿en qué condiciones quedará para las próximas arremetidas de sobreexcitación?

En “Inhibición, síntoma y angustia” (1925), Freud dice: “Y, en definitiva, la condición de adulto no ofrece una protección suficiente contra el retorno de la situación de angustia traumática y originaria; acaso cada quien tenga cierto umbral más allá del cual su aparato anímico fracase en el dominio sobre volúmenes de excitación que aguardan trámite” (p. 140).

La propuesta de Liberman (1976) en referencia a la decisión de cuándo un rasgo de carácter es patológico tendría que ver con el grado de empobrecimiento yoico que provocará estereotipia en la respuesta ante los estímulos ambientales.

Surgen algunos interrogantes acerca de la dependencia al trauma infantil o a sus consecuencias. ¿Podrían teñir las sucesivas experiencias en la historia del individuo, siendo la compulsión de repetición un elemento fijador al trauma? Si consideramos que Freud alude a la renuncia o pérdida del objeto, en la identificación con el rasgo, podría ser posible en la alteración del carácter, un segundo factor etiológico junto al del trauma sexual infantil; me refiero al duelo patológico. En el capítulo IV, fundamento teóricamente el duelo y sus consecuencias en el carácter cuando ese duelo no puede ser elaborado.

Hasta ahora me ocupé de la versión de Freud que expone en “Carácter y erotismo anal” (1908). Aquí concebía al carácter como destino de la pulsión sexual. Esta es anterior a aquella en que Freud le prestara atención al trauma y la compulsión de repetición en la formación del carácter (1923-1926). Luego escribirá “Pulsiones y destinos de pulsión’’ (1915), que sigue la primera línea conceptual. Entonces la fijación determinante del carácter derivaba más de las disposiciones pulsionales de cada individuo, como Freud lo expone en ‘’Pegan a un niño” (1919).

Pero cuando Freud introduce la teoría de la pulsión de muerte, cambia su perspectiva. Entonces el análisis del rasgo de carácter se vuelve más complejo e incluye algo de la fijación libidinal y yoica al trauma y la defensa contra este. Así que habría dos formas de entender la fijación libidinal: como la entendió Freud en un comienzo y como la entendió luego, al incluir el concepto de trauma. Mientras que en la primera concepción Freud enfatizaba el peso de los componentes disposicionales endógenos determinantes de la fijación, en la segunda, ligada con el trauma, destacó el valor de los estímulos desmesurados exógenos que perforan la coraza antiestímulo. Con respecto a la alteración del carácter, ¿qué condiciones deberían darse para que un rasgo de carácter, por ejemplo por formación reactiva, se transforme en un rasgo patológico, generando un trastorno de carácter?

Si la formación reactiva tuviera que ver con el trauma, se abre un nuevo interrogante, ya que no sería suficiente la fijación pulsional sino que además tendría que ver con una situación traumática. Por lo tanto, es necesario considerar la dimensión del trauma respecto al rasgo de carácter.

El rasgo de carácter patológico podría sobrevenir a medida que el yo arrastre fijaciones pregenitales que no han podido superarse y la llegada al nivel genital sufra un déficit. También puede haber rasgos patológicos de carácter que provengan de la fase fálica e incluso genital. Si los impulsos pregenitales son intensos, el yo reaccionará con una defensa extrema que se cronifica y el carácter tomaría una coloratura en función de determinado rasgo que predomina alterando el carácter. Otto Fenichel, comentado por Gilberto Koolhaas alude a neurosis de carácter: “Conflictos agudos son evitados al precio de una limitación crónica de la flexibilidad del yo, el cual queda endurecido por las contracatexis como protección contra estímulos indeseados” (“Revista de libros y revistas sobre carácter”, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Psicoanálisis, Montevideo 1956).

Me referiré brevemente al capítulo II, en el que aludo a una paciente, “Silvana” con una alteración del carácter, en que se daba una combinación de un trauma temprano y un duelo patológico, por lo cual enarbolaba un rasgo de carácter irónico que la cubría como un manto alejándola de cualquier situación que implicase para ella dolor. En su historia infantil existieron situaciones de violencia familiar, que marcaron el destino de sus vínculos posteriores en un “como si”, predominando la desmentida y la desestimación afectiva. El vínculo con una madre depresiva presente pero “ausente” había marcado su infancia. Con el rasgo de carácter irónico, se defendía desmintiendo el trauma (de una madre decepcionante). Hubo también una identificación con una madre que la desconcertaba; en la infancia, la paciente se identificaba con el rasgo de la madre frustrante.

Este caso me lleva a interrogarme acerca de si un rasgo patológico de carácter podría gestarse además de la conflictiva pregenital y edípica, por otras situaciones que hacen que el yo se sienta desamparado y se atrinchere defensivamente. En esos casos, podrían presentarse situaciones traumáticas en la historia del individuo que el yo no pudiese elaborar, como dije anteriormente. Se pondrían en marcha mecanismos defensivos patológicos que alterarían el carácter, no sólo la desmentida secundaria a una represión, sino que en algunos casos emergerían mecanismos patológicos más severos, de la gama de la desmentida y la desestimación del afecto.

Por ello también expongo en capítulos posteriores otros casos clínicos, en que los duelos sin elaboración ponen en marcha mecanismos defensivos que rigidifican el carácter. En el predominio de rasgos patológicos y cuando las defensas patológicas se debilitan o fracasan, sobrevendría como un último recurso el trastorno psicosomático, generando lo tóxico que obstaculiza la representación psíquica.

Por lo tanto, para un ordenamiento de los contenidos de este capítulo, trazaré un esquema general: comienzo con el apartado “El desempeño del yo en el carácter”, aludiendo al yo real definitivo como aquel que en nombre de la realidad puede oponerse a la pulsión y da lugar a que se produzcan las identificaciones constituyentes del superyó derivadas de la renuncia a las investiduras objetales que van a contribuir a la formación del carácter.

Al citar a Freud en el apartado “Trauma y carácter”, detallo cómo la fijación del trauma podrá formar parte del carácter definitivo, y cómo los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. El efecto positivo devolvería al trauma su vigencia, vivenciando de nuevo una repetición de la vivencia, esto equivaldría a la fijación al trauma como compulsión de repetición. En los efectos negativos no se recuerda ni se repite nada de los traumas olvidados, siendo reacciones de defensa en el modo de evitaciones o inhibiciones.

A continuación, me referiré a diferentes mecanismos que aportan al yo la formación del carácter. Me detengo en el proceso de “la represión”, y en el concepto de formación sustitutiva como el fracaso del proceso represivo y por lo tanto relevante en la clínica. Del mismo modo, el retorno de lo reprimido podría expresar un síntoma del que el yo se enajena, o en otros casos contribuye a ser parte del yo, como un síntoma egosintónico y así participar del carácter o mejor dicho de un trastorno de carácter.

La regresión libidinal llega a diversos puntos de fijación a través del retorno de lo reprimido sintomático, al satisfacer un impulso parcial pregenital. Pero también la regresión libidinal a diversos puntos de fijación puede tener otro destino al constituir rasgos de carácter con la coloratura de las diferentes etapas libidinales, ya que uno de los destinos para la formación de rasgo de carácter es la continuación directa de la pulsión. En estos casos el yo se altera y el rasgo de carácter evade la represión.

En el apartado “Retorno de lo reprimido y rasgo de carácter”, reflexiono acerca de cómo la contrainvestidura opera como defensa contra lo pulsional reprimido. Ejemplifico con la neurosis obsesiva en la cual la alteración reactiva del yo opera con una formación reactiva que altera el carácter, trastrocando en lo opuesto lo pulsional reprimido.

En el trabajo sobre la histeria, Freud afirma que si bien es difícil pesquisar la contrainvestidura, existe y habría cierto grado de alteración del yo por formación reactiva y en muchas circunstancias se presenta como el síntoma principal del cuadro (“Inhibición, síntoma y angustia”, 1925-1926). El odio hacia una persona amada es reemplazado por una gran ternura. Sin embargo, a diferencia de la neurosis obsesiva, en la histeria no se muestra la naturaleza general de rasgos de carácter, sino que se limita a relaciones muy especiales. En el siguiente punto, “Formación reactiva y rasgo de carácter”, me refiero a la formación reactiva como proceso normal de defensa, erigida en el período de latencia, que da lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarían un matiz diferente, según haya sido su trayectoria pulsional. La formación reactiva mantiene silenciosa la pulsión, rindiendo un producto en el yo, del cual el yo está orgulloso frente al superyó por poder mantener silenciosa la pulsión. Sin embargo, cuesta mantener un rasgo de carácter, el que deviene de la formación reactiva.

La pulsión busca la satisfacción directa, y también puede dar lugar a un rasgo de carácter que deriva de una continuación directa de la pulsión como alteración duradera en el yo.

En el apartado “Formación sustitutiva y carácter”, resalto la formación sustitutiva como una satisfacción pulsional interceptada, debido al proceso represivo agrietado. Responden entonces a un doble origen, serían derivadas de los procesos defensivos, de la creciente complejización psíquica con la ligadura preconsciente mediante la palabra y la necesidad de procesar lo traumático.

Todo síntoma es una formación sustitutiva, pero no toda formación sustitutiva se constituye en un síntoma. Por la formación reactiva se neutraliza el retorno de lo reprimido. Altera al yo, constituyendo rasgos de carácter más o menos integrados en la personalidad; pero en la observación clínica, las formaciones reactivas pueden adquirir el valor de síntomas, por lo que representan de rígido, de compulsivo o por la evidencia de fracasos accidentales, que evidenciarían la irrupción de la pulsión, y permitirían atribuir a esos rasgos de personalidad un valor sintomático.

En “Identificación en el carácter” destaco la importancia de las identificaciones secundarias que van a integrar la formación del carácter, teniendo como base las primeras identificaciones constituyentes del yo.

Las identificaciones secundarias conforman el superyó imponiendo al yo modos de conducta que determinarán su carácter, formando rasgos a partir de los ideales comandados por el superyó en su calidad de ideal del yo.

También me interrogo acerca de algunos rasgos de carácter más tempranos en niños de corta edad, que representan conflictos para los demás y que serían anteriores a la constitución del superyó. Por lo tanto, habría rasgos de carácter patológicos que aparecerían más tempranamente y que serían anteriores a la constitución del superyó, que no estarían ligados al desarrollo del yo real definitivo sino al yo placer purificado o en el momento de transición entre este último y el comienzo del yo real definitivo.

Finalmente en los dos últimos puntos de este capítulo me detengo en “La sublimación y el carácter” y “La creatividad y el carácter”.

La conformación del carácter podría tener otros atributos además de las formaciones reactivas y posibilitar otros tipos de defensas del yo frente a la pulsión. La sublimación sería uno de estos destinos defensivos para lograr ciertos requerimientos del ideal del yo, y así conformar rasgos de carácter.

Este proceso corresponde a la libido de objeto y habría un cambio de meta alejado de lo sexual. Es un proceso especial cuyo estímulo puede provenir del ideal pero la ejecución será independiente de tal exigencia. La presencia de la sublimación en la conformación del ideal dependerá de las características propias de cada individuo. Por lo tanto, el carácter podrá devenir con diferentes matices en la medida en que predomine la sublimación o las formaciones reactivas. La sublimación satisface la pulsión, proponiéndole otro fin. Ejemplifico acerca de la capacidad sublimatoria de Leonardo da Vinci. En “La creatividad y el carácter” me refiero a un aspecto de la sublimación, que aporta también una especial tramitación funcional a modalidades del carácter.

Al referirse a la creación artística, Freud aludía a aquello más cercano a lo pulsional y que encierra el deseo de vivir. En la creación, las represiones serían doblegadas o canceladas temporariamente. Otra forma de creatividad sublimatoria se encuentra en el humor o en el chiste, donde habría un ideal menos elevado en el destino dado a lo pulsional, permitiendo la satisfacción inmediata. En esos casos, el yo lograría una cuota de placer con la venia del superyó que disminuye su severidad permitiendo el humor poniendo entre paréntesis por un instante la realidad.

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