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GUERRA, REVOLUCIÓN Y CRIMEN
ОглавлениеSi Lenin hubiera matado a más criminales y contratado a menos, habríamos podido ver una Unión Soviética muy diferente.
Agente de policía soviético (1991)3
El vorovskói mir pasaría por sus propias revoluciones tras el caos de la Primera Guerra Mundial, las revoluciones de 1917 y la Guerra Civil. El bandolerismo tuvo su auge y su caída dependiendo de los niveles de control y pobreza que se imponían en el campo, y las «batidas» explotaban en los períodos de mayor presión, aunque solo para ser reprimidas con una brutalidad y, lo que era peor, una eficacia, que los zares nunca habían alcanzado. Los timadores seguirían siendo los aristócratas gentiles del crimen, al menos en el imaginario popular, una visión reforzada por los cuentos de Ilf y Petrov sobre el estafador ficticio de la década de 1920 Ostap Bénder, que abusaba por igual de los embaucadores y los burócratas vanidosos, hasta que el lastre de la ortodoxia estalinista lo hiciera desaparecer de las páginas impresas y lo devolviera a la tradición oral.4 La samosud también reapareció durante la anarquía de la Revolución, no solo en el campo, sino también en las ciudades rusas. A finales de 1917, Maxim Gorki afirmaba con horror (aunque quizá también de manera exagerada) que se habían producido diez mil linchamientos desde la caída del régimen zarista.5 Estos también serían suprimidos por los sóviets, aunque seguirían perviviendo ocultos en otras formas de ajusticiamiento popular.6
A pesar de la posterior mistificación de la Revolución de Octubre de los bolcheviques, no se trataba de masas populares que se alzaban en calles jubilosas llenas de multitudes que ondeaban banderas rojas y cantaban «La Internacional». Era más bien un golpe de Estado. Lenin, avispado político pragmático, se percató tras el derrumbe del orden zarista en febrero de 1917 de que el nuevo Gobierno Provisional no ostentaba realmente el poder de ninguna forma determinante. Como supuestamente afirmaría después, «encontramos el poder en las calles y lo recogimos de ellas».7 La Primera Guerra Mundial representaba una prueba para la cual la Rusia zarista demostró no estar en absoluto preparada. Murieron más de tres millones de soldados y civiles rusos; otros tantos millones se convirtieron en refugiados al huir de la línea del frente; la hambruna y las enfermedades los acosaron en sus largas marchas desesperadas. Cuando el Gobierno Provisional se comprometió a continuar la lucha, el lema de los bolcheviques de «Paz, pan y tierra» ofreció lo necesario a los soldados, obreros y campesinos para que, cuando menos, no tuvieran razones para interponerse en su camino. La Guardia Roja de Lenin se apoderó de las principales ciudades y declaró un nuevo gobierno, y entonces comenzaron los verdaderos problemas.
A pesar de ser capaces de negociar, con un coste terrible, el fin de la implicación de Rusia en la Gran Guerra, el nuevo gobierno no tardaría en verse inmerso en una feroz y confusa guerra civil. Un abanico variado de monárquicos, demócratas constitucionalistas, nacionalistas, anarquistas, fuerzas extranjeras, «señores de la guerra» y rivales revolucionarios lucharon contra el Ejército Rojo y, a veces, entre ellos mismos. La Guerra Civil rusa (1918-1922) fue la época de formación para los bolcheviques y, en muchos sentidos, la razón de su duradera tragedia. Sus impulsos reformistas y el idealismo quedaron relegados en nombre de la supervivencia, y, aunque ganaran la guerra, los Rojos vendieron su alma. Lo que quedó fue un régimen militar brutal y disciplinado en el cual los cínicos y los despiadados prosperarían con celeridad.
No es extraño que todo tipo de bandidos se unieran a la causa bolchevique y decidieran profesar el marxismo en nombre de las oportunidades profesionales. Incluso muchos de los bolcheviques se alarmaron al ver que la Cheka, su primera fuerza policial política, se convertía, en palabras de Alexander Olminski, en un refugio para «criminales, sádicos y elementos degenerados del lumpenproletariado».8 Un ejemplo de ello es que, en 1922, el ispolkom, o comité ejecutivo, que gobernaba el pueblo del sur de Rusia de Novoleushkóvskaia, estaba supuestamente dirigido por un tal Ubikón, un infame ladrón de caballos de los tiempos prerrevolucionarios que había sido encarcelado por violar a su hermana de doce años de edad. Su antecesor, Pásechni, había sido uno de sus compañeros de la banda de cuatreros que había escapado por poco de ser linchado en 1911, y entre los miembros del comité había un ladrón de grano exiliado y un asesino.9 Incluso el famoso «Rey del Moldavanka», «Mishka Yapónchik», se vio sumido en la lucha. Tras la Revolución, lo convencieron para unirse a la causa bolchevique. No obstante, tras ayudar a reunir a un regimiento para ellos, se rebeló en 1920 en circunstancias que no han sido aclaradas. Intentó regresar a Odesa, pero fue víctima de una emboscada y asesinado en un tiroteo con las fuerzas bolcheviques en Voznesensk, 130 kilómetros al norte de su casa.10