Читать книгу La ley del crimen - Mark Galeotti - Страница 21
3 EL NACIMIENTO DE LOS «VORÍ»
ОглавлениеDonde Dios construye su iglesia, el diablo tiene capilla.
Proverbio ruso
En el mar Negro había piratas. En 1903, el vapor de pasajeros Tsarevich Georgui estaba justo a la entrada del puerto de Sujumi, en Abjasia (Georgia), en la frontera sur del Imperio ruso. Súbitamente, más de treinta asaltantes abordaron el barco, desvalijando el lujoso navío y a sus pasajeros antes de marcharse en pequeñas barcas. En 1907, el Chernomor fue saqueado de manera parecida justo al salir de Tuapsé, un poco más al norte, a pesar de tener a seis guardias armados. Ese mismo año, en el mar Caspio, dieciséis bandidos asaltaron el Tsarevich Alexandr en la ruta Krasnovodsk-Bakú. No obstante, en ocasiones era preciso utilizar medios más sutiles. En 1908, el Nikolái I estaba amarrado en Bakú con una caja fuerte llena de dinero y bonos por valor de 1,2 millones de rublos (el equivalente a 30 millones de dólares actuales). Tres hombres con uniformes de policía embarcaron, afirmando llevar a cabo una inspección. Iban acompañados por otro hombre que resultó ser «Ajmed», reconocido como el mejor abridor de cajas fuerte de Europa. Sin duda, su pericia bastó para penetrar en la cámara acorazada, que vaciaron antes de fugarse del barco limpiamente.1
En 1918, Yuli Mártov, un líder revolucionario disidente, afirmó que un tal Iósiv Dzhugashvili era una de las figuras clave de los piratas del mar Negro. Este denunció por difamación a Mártov, quien no recibió la aprobación para llamar a testigos de la región sur que apoyaran su caso, el cual no es de extrañar que acabara siendo desestimado. No obstante, Mártov sobrevivió a aquel revés y acabó abandonando Rusia en 1920, lo que quizá fuera una sabia decisión, dado que Dzhugashvili, que había adoptado el nombre revolucionario de «Koba», era ya entonces mucho más conocido por su último seudónimo: Iósiv Stalin.
Al contrario que muchos otros líderes bolcheviques compañeros suyos, Stalin no había salido de la universidad ni de los salones. Se codeaba con forajidos y gánsteres y, como revolucionario, fue una figura clave en la campaña de «expropiaciones» —atracos violentos a los bancos— para financiar al Partido Bolchevique. Stalin no parece haber sido personalmente sicario ni abridor de cajas fuertes, sino más bien un «facilitador» que hacía causa común con los «ladrones» que se dedicaban a ello por dinero, no por ideología (o al menos, no únicamente por ello). Por ejemplo, en 1907 organizó la emboscada a una diligencia que llevaba dinero al Banco Imperial de Tiflis, en la cual murieron cerca de cuarenta personas bajo una lluvia de balas y granadas improvisadas. Los gánsteres huyeron con un tercio de un millón de rublos, aunque la mayor parte del botín resultó ser inservible, ya que estaba en billetes grandes cuyos números de serie circularon rápidamente a través de Europa. Los asuntos realmente escabrosos quedaban en manos de un armenio despiadado llamado Simón Ter-Petrosián, conocido como «Kamó», que ya contaba con su propia banda y era tanto un vor como un revolucionario.2
Esto más allá de suponer un página sangrienta de la truculenta historia revolucionaria de Rusia, subraya un fenómeno fundamental: hasta qué punto los bolcheviques —y en particular Stalin— estaban dispuestos a usar a criminales como aliados y agentes. En el proceso no solo hipotecarían el alma de la Revolución en pos de una ganancia inmediata; también plantarían las bases para la escena de la transformación del hampa del país, un proceso que ayudaría incluso a modelar la Rusia que surgiría después de setenta años de gobierno soviético, en 1991.