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LA JUSTICIA DEL CAMPESINO

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Este es nuestro criminal, y lo castigaremos como queramos.

Un campesino21

La cultura rusa es especialmente rica en formas de resistencia del campesinado frente a sus amos, ya se trate del Estado o de los terratenientes locales, nobles o agentes que los asedian. En un extremo de ese espectro tenemos las esporádicas expresiones de violencia rural conocidas como bunt («batida»), que Alexandr Pushkin caracterizó como «la rebelión rusa, sin sentido y sin piedad».22 Rusia se ha enfrentado a rebeliones generalizadas en diferentes épocas, como el alzamiento de Pugachov de 1773-1774 o la Revolución de 1905, pero lo más común eran los casos de violencia localizada, como los prendimientos de forajidos o las visitas del «gallo rojo» (la jerga para denominar los incendios provocados, un delito que los campesinos usaron como «arma efectiva de control social y lenguaje de protesta en sus comunidades, así como contra aquellos a los que consideraban intrusos»).23

En la práctica, Rusia estaba controlada en su mayor parte gracias a la mano dura de la comunidad y al látigo de los terratenientes. Incluso el jefe de la gendarmería paramilitar de 1874 opinaba que la policía local carecía «de la posibilidad de organizar ningún tipo de vigilancia policial en localidades con centros de manufactura densamente poblados», de modo que no eran más que «espectadores pasivos de los actos criminales que allí se cometen».24 En su lugar, el orden del pueblo se mantenía exclusivamente a través del samosud («justicia personal»), una forma de ley del linchamiento con una sorprendente variedad de matices, según la cual los miembros de la comunidad aplicaban su propio código moral a los delincuentes, independientemente de las leyes del Estado o incluso desafiándolas directamente. Esto ha sido estudiado en mayor profundidad por Cathy Frierson, quien concluyó, contrariamente a las opiniones de muchos funcionarios de la policía y del Estado de la época, que no se trataba de violencia sin sentido, sino de un procedimiento con una lógica y unos principios propios.25 Por encima de todo, esta forma de control social que en ocasiones era brutal, estaba fundamentalmente dirigida a la protección de los intereses de la comunidad: se castigaban sin piedad aquellos delitos que representaban una amenaza para la supervivencia o para el orden social del pueblo. Eso incluía especialmente el robo de caballos, que amenazaba el propio futuro de la comunidad al privarla de una fuente de potros, energía, transporte y, llegado el momento, de carne y pieles. El castigo impuesto solía ser la pena de muerte, que en ocasiones implicaba métodos especialmente dolorosos e ingeniosos. Por ejemplo, estaba el caso del ladrón al que se desollaba vivo antes de partirle la cabeza con un hacha,26 u otro caso en el que se le daba una paliza hasta dejarlo al borde de la muerte para después arrojarlo al suelo delante de un caballo de tiro para que este le asestara su poético tiro de gracia.27

¿Podía considerarse esto un crimen o simplemente un acto policial comunal? Ni que decir tiene que el Estado rechazaba y temía la idea de que los campesinos impartieran la justicia por su cuenta, pero no podía hacer mucho al respecto, debido a la fortaleza del código moral personal de los campesinos y a las dificultades prácticas de realizar una vigilancia policial diaria en un país tan extenso. Los efectivos policiales estaban muy desperdigados a lo largo de los campos, no parecían capaces de prometer justicia real o restituciones (resulta revelador que solo el 10 por ciento de los caballos fueran recuperados) y rara vez realizaban grandes esfuerzos por granjearse la simpatía de los lugareños.28 Por ejemplo, la guardia rural, conocida como los uriádniki, era reclutada entre el campesinado, pero, al llevar el uniforme del zar, eran considerados aliados del Estado. (Merece la pena destacar en este punto que la prerrogativa de no luchar por el Estado estará presente también en la cultura vor.) Los campesinos solían llamarlos «perros» y los uriádniki les devolvían el favor: un observador contemporáneo se quejaba de que «presumían de su superioridad de mando y casi siempre trataban a los campesinos con desdén».29 De modo que no puede resultar sorprendente que cierta fuente de la época indicara que solo se denunciaba uno de cada diez crímenes rurales.30 No obstante, los mecanismos de control interno del pueblo —la tradición, la familia, el respeto por los ancianos y finalmente, la samosud— aseguraban que la ausencia de control por parte de efectivos del Estado no supusiera una anarquía absoluta.

Esto se debe especialmente a que los delitos rurales más comunes, aparte del tipo de riñas interpersonales que la comunidad resolvía por su cuenta, eran la caza furtiva o el robo de madera de los bosques de los terratenientes o zares, en los que la moral de los campesinos no veía daño alguno. Estos delitos conformaban el 70 por ciento de las condenas por robo en la Rusia zarista.31 En ruso existen dos palabras diferenciadas para referirse al delito: prestuplenie, palabra esencialmente técnica, el quebrantamiento de la ley, y zlodeianie, que lleva implícita un juicio moral.32 Hay un proverbio del campesinado elocuente a este respecto: «Dios castiga el pecado y el Estado castiga la culpa».33 La caza furtiva bien podía ser prestuplenie, pero la gente del campo no lo consideraba zlodeianie, ya que el terrateniente disponía de madera más que suficiente para satisfacer sus necesidades personales y «Dios hizo el bosque para todos».34 Podía ser interpretado incluso como un acto de bandolerismo social, una redistribución mínima de la riqueza del explotador al explotado. Según la visión del marqués de Custine, un viajero del siglo XVIII, «los siervos tenían que estar en guardia contra sus amos, que actuaban constantemente hacia ellos con una clara y desvergonzada mala fe», así que respondían «compensando mediante artificio lo que habían sufrido a través de la injusticia».35

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