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LADRONES DE CABALLOS Y TRADICIÓN BANDOLERA
ОглавлениеLas epidemias periódicas, las cosechas fallidas y otros desastres no pueden compararse a los perjuicios que causan esos ladrones de caballos en el campo. Los ladrones de caballos representan para el campesino un miedo perpetuo y continuo.
GEORGUI BREITMAN (1901)43
El ladrón de caballos vivía una vida violenta y peligrosa, amenazado tanto por la policía como por los grupos de linchamiento del campesinado. Solía formar una banda, apoderarse de un pueblo y establecer después redes complejas para el comercio de caballos en otras regiones donde no pudieran ser reconocidos. Esto representa un interesante paralelismo fortuito respecto al gánster ruso moderno, que suele intentar crear una base de operaciones mediante la corrupción o la amenaza de las élites políticas locales, como eje para la formación de redes criminales que a menudo son transnacionales.
Estas bandas de cuatreros tenían que disponer de los efectivos, la fortaleza y la astucia suficientes para esquivar no solo a las autoridades, sino también a los propios campesinos, que eran mucho más peligrosos. En algunos casos, su número ascendía hasta los cientos de miembros.44 Por ejemplo, un investigador escribió acerca de la banda liderada por un tal Kubikovski, que incluía a casi sesenta criminales y tenía su centro de operaciones en el pueblo de Zbeliutka, donde se refugiaban en una cueva subterránea en cuyo interior podían ocultar hasta cincuenta caballos. Si esta se encontraba completa o impracticable, en cada pueblo había un agente conocido como shevronist al que se llamaba para esconder caballos o proporcionar información.45 Aunque tampoco tenían que ocultarlos durante mucho tiempo. A pesar de que hubiera gran demanda de caballos, estos eran relativamente fáciles de identificar, de modo que las bandas —como los ladrones de coches actuales—necesitaban encubrir el nombre de su propietario original (normalmente mediante su venta a un comerciante de caballos que podía volver a marcarlos y camuflarlos entre su ganado habitual) o venderlos a la suficiente distancia de su propietario original para que resultara imposible saber de dónde procedían. Así, un estudio de las redes criminales de la provincia de Sarátov descubrió que:
Los caballos robados se llevan por una ruta determinada hasta el río Volga o el Sura; en prácticamente todos los asentamientos que hay a lo largo de ese camino existe una guarida de ladrones que transfieren inmediatamente esos caballos hasta el pueblo siguiente […] Todos los caballos robados acaban […] más allá de los límites de la provincia y son transferidos cruzando el Sura a las provincias de Penza y Simbirsk, o cruzando el Volga hasta la de Samara, en tanto que Sarátov en sí recibe los caballos robados en esas tres provincias.46
Albergar estos caballos robados podía atraer mayor prosperidad a la ciudad (en gran parte porque los ladrones despilfarraban sus ganancias en alcohol y mujeres locales) y tal vez incluso seguridad. En algunos casos, los ladrones de caballos operaban como precursores de la extorsión a cambio de protección, exigiendo un pago para evitar el robo de los caballos de la comunidad.47 Al enfrentarse con la amenaza real que suponían esos ataques y los costes económicos de tener que montar una guardia constante para proteger sus preciosos caballos, así como a la ausencia de una policía del Estado efectiva, consideraban como mal menor el pago de tal «impuesto», o la contratación de un ladrón de caballos como pastor, lo que también proporcionaba a este la posibilidad de ocultar los ejemplares entre los del pueblo.48
En ocasiones, esos ladrones de caballos eran atrapados, ya fuera por los campesinos o por la policía, pero en general prosperaban, y su número fue creciendo durante los años previos a la Primera Guerra Mundial, como parte de una ola de crimen rural más extensa.49 Aunque se tratara simplemente de una especialidad individual del bandolerismo rural, los ladrones de caballos representaban una forma rudimentaria de crimen organizado. Operaban con un claro sentido de la jerarquía y la especialización, poseían sus propias zonas de actuación, contaban con redes de confidentes, agentes de policías corruptos, se vengaban de aquellos que se resistían o proporcionaban información sobre ellos,50 intercambiaban caballos robados con otras bandas y corrompían a los comerciantes de caballos «legítimos».51 Los más exitosos operaron durante años y, aunque podían desarrollar vínculos con las comunidades locales a través de la extorsión, o como vecinos y protectores, no cabía duda de que no formaban parte de la comunidad, y en muchos casos captaban a sus miembros entre los fugitivos, expresidiarios, desertores y forajidos de poca monta.
No obstante, este particular fenómeno del crimen organizado estaba destinado a ser una actividad sin futuro, y no sobrevivió durante mucho tiempo en el siglo XX. La Primera Guerra Mundial hizo que el tráfico de caballos resultara difícil y peligroso, dado que en muchos casos se compraban y eran requisados por el ejército, y que el caos originado por la Revolución (1917), la posterior Guerra Civil (1918-1922) y la hambruna (1920-1922) alteró sus redes comerciales más si cabe. Las bandas rurales prosperaron durante un tiempo en este período de relativa anarquía y algunas de ellas se convirtieron prácticamente en ejércitos de forajidos.52 En algunos casos, bandidos individuales, o incluso grupos enteros, acababan siendo asimilados por la estructura administrativa o militar de cualquiera de los dos bandos: del mismo modo que Vanka Kain trabajó durante un tiempo para el Estado, hubo famosos criminales que hicieron lo mismo, como Lionka Panteléiev en San Petersburgo, quien trabajó para la Cheka, la policía política bolchevique, antes de regresar también a su vida como criminal (y de recibir un tiro en 1923 por los sufrimientos ocasionados).53 Sin embargo, a medida que el régimen soviético comenzó a imponer su autoridad en el campo, estos bandidos se enfrentaron a una presión sin precedentes por parte del Estado. Aunque la vigilancia policial rural en su conjunto seguía sin ser una prioridad, cuando se presentaban desafíos serios la respuesta del Estado revolucionario era mucho más urgente y contundente. Por ejemplo, para suprimir los ejércitos de bandidos más grandes del Volga, los bolcheviques utilizaron más de cuatro divisiones del Ejército Rojo, además de apoyo aéreo.54 Las fuerzas primigenias de las «batidas» y el bandolerismo seguían estando latentes, dispuestas a irrumpir en escena en cuanto el Estado mostrara síntomas de debilidad o impusiera una presión insoportable en la gente del campo. Por ejemplo, durante la espiral del terror y la colectivización estalinista, la delincuencia rural volvió a convertirse en un serio problema. En 1929, Siberia fue declarada «insegura debido al bandolerismo», y las bandas campaban a sus anchas por gran parte del resto de Rusia.55 En palabras de Sheila Fitzpatrick, «el suyo era un mundo fronterizo cruel, en el que los bandidos, que a menudo eran campesinos “dekulakizados” [campesinos ricos desposeídos] que se ocultaban en los bosques, estaban dispuestos a pegarles un tiro a los agentes, mientras los malhumorados campesinos miraban hacia otro lado».56 Sin embargo, aunque los bandidos siguieron robando caballos, el fenómeno específico de las bandas de cuatreros organizadas no sobrevivió por mucho tiempo en la era soviética.
Los ladrones de caballos ya mostraban algunos de los rasgos del posterior gansterismo ruso del vorovskói mir. Formaban parte de una subcultura criminal que se apartaba deliberadamente de la sociedad general, pero aprendieron a manipularla. Durante este proceso, se relacionaron con esa sociedad a través de la cooperación con funcionarios corruptos y ganándose la adhesión de poblaciones desilusionadas. Cuando tuvieron la oportunidad, los ladrones de caballos ocuparon las estructuras políticas y establecieron «reinos bandidos» desde los que gestionaban operaciones en cadena. Extremadamente violentos cuando lo consideraban necesario, también eran capaces de llevar a cabo actividades muy complejas y sutiles. A pesar de ello, para encontrar las raíces verdaderas del crimen organizado ruso, los verdaderos antecesores de los vorí, es preciso examinar el lugar donde se originaron sus Kain: las ciudades.