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EL «VOROVSKÓI MIR»

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¿Quiere usted entender el mundo criminal actual? Lea a Bábel, lea a Gorki, lea sobre Odesa en tiempos de los zares. Fue entonces cuando se forjó el mundo actual de los ladrones.

Policía soviético (1989)60

Esta cultura del hampa muestra una asombrosa coherencia y complejidad en sus dos lenguajes: el argot criminal conocido como fenia u ofenia, y otro visual, codificado en los complicados tatuajes con los que los criminales de carrera solían adornar sus cuerpos. Las jerarquías, la organización interna y la evolución patente de estos lenguajes, que son estudiados con mayor profundidad en el capítulo 5, reflejaban el vorovskói mir como un todo. Esta hampa prerrevolucionaria no estaba todavía dominado por organizaciones criminales duraderas y sustanciales, sino que consistía en una miríada de pequeñas bandas y grupos. El paralelismo con el artel no hace sino aumentar con la industrialización, ya que solía proporcionar la estructura social a través de la cual los campesinos podían viajar a las ciudades a trabajar, especialmente en los inicios.61 Había grupos de ladrones que trabajaban a largo plazo al estilo del artel, o trabajaban como aprendices o secuaces de un veterano que les enseñaba el oficio, como en el caso del «Morozhenshchik» («el Heladero»), un Fagin de Odesa que enseñó a su pandilla de sobrinos y otros niños de la calle las artes del carterista y el asaltador de viviendas.62 Estos grupos tendían a trabajar en profesiones criminales específicas o, cuando menos, relacionadas entre ellas (de tal manera que un grupo individual podía incluir a trileros u otros tipos de estafadores de juegos callejeros y a carteristas que se aprovechaban de la muchedumbre de espectadores), aunque la clase de grupos que después pasarían a ser conocidos como kodlo solía ser más heterogénea, y podía incluir hasta a treinta criminales, que no estaban unidos tanto en torno a su especialidad como en función de un interés y una experiencia comunes.63 Estos criminales arteli tenían sus propias reglas y rituales, y de ellos saldrían las costumbres del vorovskói mir, tales como la jura ante los miembros del colectivo y los rituales de iniciación que exigían el dominio de los fenia como prueba.

Eran tiempos de cultivo social, una época en la que la gente podía trasladarse de una ciudad a otra dependiendo de las oportunidades económicas que surgieran, y lo hacían, en el caso de los criminales, en función de los enemigos que se crearan o de que las autoridades locales los tuvieran fichados. Si combinamos eso con la forma en que el sistema penal se convirtió en un poderoso canal para la transmisión de los códigos y haceres del vorovskói mir, no es de extrañar que no solo resultara contagiosa la cultura criminal general, sino también el fenómeno de la delincuencia local. Ni que decir tiene que en tan vasto imperio las organizaciones criminales variaban enormemente en cuanto a su tamaño y naturaleza. Odesa, por ejemplo, próspera y cosmopolita, obtuvo reputación por sus delincuentes ostentosos y emprendedores: «[…] los registros de los investigadores de la policía desde San Petersburgo y Moscú hasta Varsovia, Jersón y Nikoláiev, estaban repletos de nombres de ladrones de Odesa, “reyes” y “reinas” del crimen cuyas fotografías adornaban los álbumes de las “galerías de granujas” que circulaban por todo el imperio».64 Los criminales especialmente notorios no solo eran buscados por la autoridades en toda Rusia, sino que incluso se convertían en celebridades en el hampa nacional. Figuras como Faivel Rubin, el famoso carterista,65 y el bandido Vasili Churkin, eran a un tiempo inspiraciones para el hampa y objeto de una exagerada preocupación y fascinación lasciva en el seno del mundo legal.66

«Mishka Yapónchik» —cuyo nombre real era Mijaíl Vínnitski— fue una de esas leyendas en su propio tiempo. Hijo de un cartero, aparentemente debía su sobrenombre, «el Japonés», a su rostro huesudo y sus ojos rasgados, un gánster audaz y ambicioso desde sus inicios, con el carisma para atraer a otros de la misma calaña. No tardó en adquirir una formidable reputación en Odesa, y se decía que la policía hacía la vista gorda con él, siempre que los evitara y dejara en paz los barrios adinerados. A medida que se convertía en el mafioso más importante de la ciudad, se enriqueció gracias a los impuestos que pagaban otras bandas y la extorsión que ejercía sobre los negocios. No hacía grandes esfuerzos por ocultar su estatus y se paseaba por los sitios de moda con su traje de dandi de color crema, pajarita y sombrero de paja, siempre acompañado por sus guardaespaldas. Tenía su propia tertulia en el café Fankoni, donde siempre había una mesa reservada para él y se reunía con otros empresarios exitosos de la ciudad. De vez en cuando, como si fuera un magnánimo monarca, organizaba fiestas en la calle con cubos de lata llenos de vodka y mesas con comida gratuita. «Yapónchik» acabaría siendo víctima de la Guerra Civil posrevolucionaria y fue asesinado en Voznesensk en 1920, pero, durante cinco años, el llamado «Rey del Moldavanka» representó un símbolo del gánster de Odesa que había prosperado. Incluso inspiraría a un sucesor en los últimos años soviéticos, el famoso Viacheslav Ivankov, que fue enviado a América como plenipotenciario virtual del hampa y también adoptó el sobrenombre de «Yapónchik».67

La rígida jerarquía de la sociedad zarista, en la cual cada funcionario, desde los oficinistas hasta los jefes de estación, tenían sus uniformes y posición, se reflejaba también en los bajos fondos, que no solo tenían sus propias castas y rangos, sino que también aprendieron a hacer que las características de las «altas esferas» actuaran en su propia contra. Los timadores eran reconocidos como la aristocracia del vorovskói mir, no solo porque pudieran hacerse pasar por personas pudientes o incluso aristócratas para dejar sin blanca a sus versiones mejoradas. Solían ser inteligentes, a veces con muy buena educación —así como el crimen organizado ruso moderno incorpora personas con doctorados— y demostraban que la naturaleza corrupta y oligárquica de la Rusia zarista significa que, si podías convencer a los demás de que tenías poder, podías hacer lo que quisieras. Nuevamente, los paralelismos con la Rusia moderna son asombrosos, sobre todo porque estos timadores también actuaban como patronos, banqueros e intermediarios de los matones mafiosos, del mismo modo que muchos empresarios rusos contemporáneos pueden convocar cuando lo necesitan a policías, jueces corruptos o gorilas con chaquetas de cuero. Tal vez no sea demasiado fantasioso indicar que en la década de 1990, cuando atravesaba un período de terribles convulsiones socioeconómicas y de alteraciones políticas, la Rusia postsoviética se alimentó con más de una cucharada de sopa Jitrovka.

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