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EL BANDO POLICIAL NO ES DE LOS MÁS ALEGRES
ОглавлениеEn la actualidad, el trabajo del policía común parece consistir plenamente en molestar a las personas pidiéndoles el pasaporte, regular el tráfico durante el día y correr tras los borrachos y las mujeres disolutas por la noche […] El policía de San Petersburgo no tiene pulso […] Permanece apostado en ciertos lugares y solo se mueve para evitar helarse de frío o quedarse dormido.
GEORGE DOBSON, corresponsal de The Times en la rusia zarista34
De modo que la policía tenía que limitarse a disuadir y lidiar con los delitos, en lugar de impedir el desarrollo de las condiciones que los generaban. Es obligado decir que no eran muy efectivos a ese respecto. Solían estar sobrepasados y se veían obligados a confiar en el clamor popular para convocar a ciudadanos solidarios, así como en sus ayudantes no oficiales, los dvórniki. Estos eran los porteros que trabajaban en prácticamente todos los edificios de apartamentos de la ciudad; se les pedía que denunciaran delitos a la policía e incluso que informaran de las idas y venidas de sus edificios, y ocasionalmente también servían de apoyo en las detenciones. Los dvórniki tenían sus ventajas y sus inconvenientes. Aunque había muchos incidentes en los que daban la voz de alarma y asistían a la policía, ellos mismos solían ser personajes de vida dudosa. En 1909, el jefe de detectives de Moscú sugirió que los propios dvórniki eran los principales responsables o ayudaban en el 90 por ciento de los robos que tenían lugar en locales cerrados.35
Es difícil asegurar hasta qué punto estaba saturada la policía. Ha habido un interesante debate respecto al tamaño real de la fuerza policial rusa. Las cifras de Robert Thurston sugieren que, a finales de 1905, Moscú tenía un agente por cada 276 ciudadanos, lo cual sería superior a la proporción de Berlín (1:325) y París (1:336).36 No obstante, Neil Weissman ha aducido convincentemente que esas cifras no deberían tomarse al pie de la letra. El propio ideal de los rusos era alcanzar una proporción de 1:500 en las ciudades (reducido a 1:400 tras los alzamientos de la Revolución de 1905), pero admitían tener problemas en la consecución de esos objetivos.37 Las cifras oficiales solían hacer referencia a las fuerzas designadas y no a los números reales: incluso en San Petersburgo, a finales de 1905, había 1.200 agentes menos de los planteados en el Departamento de Policía, lo cual dejaba prácticamente la mitad de los puestos sin cubrir.38 Esas cifras incluían también las «almas muertas» introducidas por los oficiales fraudulentos (para poder quedarse con la paga de esos dobles inexistentes), así como policías que jamás blandían la porra cuya actividad era monopolizada por oficiales de mayor rango para los que ejercían de recaderos, cocineros y asistentes. Weissman sugiere que en los pueblos y ciudades fuera de Moscú y San Petersburgo la proporción era a menudo de 1:700 o incluso peor, una situación exacerbada por la apresurada urbanización.39
No solo había escasez de efectivos policiales, sino que los rusos no eran capaces de hacer el mejor uso de ellos, ya que carecían de la formación apropiada y se aprovechaban de manera poco eficiente. Los gorodovíe, los policías callejeros básicos, no solían patrullar como lo hacían sus homólogos europeos o norteamericanos. Simplemente se mantenían en puestos de vigilancia que solían estar muy cerca unos de otros y esperaban a que los informaran sobre los problemas o a encontrárselos de frente.40 Este enfoque pasivo y estático de la actividad policial significaba que los agentes, por lo general, «dormían como osos en estado de hibernación» y como mucho llegaban a parecerse más a guardias de seguridad que a protectores públicos activos.41
Así no puede extrañarnos que los yami y otros suburbios, esencialmente abandonados por el Estado, se convirtieran en enclaves criminalizados parecidos a las llamadas «colonias de grajos» de los inicios del Londres moderno, donde los ladrones podían planear sus asaltos y colocar su mercancía, donde podías contratar fuerza bruta en cualquier taberna y donde la vida y la muerte eran igual de baratas. El estudio del Jitrovka de Vladímir Guiliarovski incluía esta mordaz valoración de su comisaría de policía: «La caserna permanecía siempre en silencio por la noche, como si no estuviera allí siquiera. Durante unos veinte años, el policía de ciudad Rudnikov […] era su amo. Rudnikov no estaba interesado en las poco lucrativas llamadas nocturnas en busca de ayuda, así que la puerta de la caserna permanecía cerrada».42
Los yami llegaron a simbolizar tanto los apuros como los peligros de los pobres indigentes urbanos —como ya apuntaba Daniel Brower, «en la literatura popular, el Jitrovka adquiría cualidades de jungla y acabó convirtiéndose en una especie de representación del “Moscú más oscuro”».43 Estos barrios marginales provocaron también que se produjera una mayor preocupación por el hecho de que la criminalización de esas masas descontentas que merodeaban por las calles no solo generase un caldo de cultivo revolucionario, sino que condujera además a la profesionalización del hampa. Del mismo modo, en Odesa, las actividades delictivas del distrito de predominancia judía Moldavanka eran consideradas por los foráneos cada vez más como «criminalidad sistemática profesionalizada».44