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¿PUEDE LA POLICÍA CONTROLAR RUSIA?
ОглавлениеNunca digas la verdad a un policía.
Proverbio ruso
El crimen organizado ruso habría podido evolucionar presumiblemente de dos formas diferentes, a partir de sus dos precursores posibles, uno rural y otro urbano. En el siglo XIX parecía que los bandoleros rurales tuvieran un mayor potencial. Al fin y al cabo, se trataba de un país prácticamente imposible de patrullar. A finales de esa centuria, la Rusia zarista cubría casi una sexta parte de la masa continental del mundo. Su población de 171 millones de habitantes en 1913 estaba compuesta de manera abrumadora por un campesinado disperso a lo largo de este enorme territorio, a menudo en pequeños pueblos y comunidades aisladas.6 Simplemente para que las órdenes judiciales o los mandatos llegaran desde la capital, en San Petersburgo, hasta Vladivostok, en la costa del Pacífico, podían pasar semanas, incluso mediante el correo con posta de caballos. El sistema ferroviario, el telégrafo y el teléfono ayudarían, pero el tamaño del país supuso un impedimento para el Gobierno en muchos aspectos.
Es más, el imperio era un mosaico de climas y culturas diferentes incorporadas en su mayor parte mediante la conquista. Lenin lo llamó la «cárcel de las naciones», pero el Estado soviético aceptó voluntariamente esta herencia imperial e incluso la Federación Rusa actual es un conglomerado multiétnico con más de cien minorías nacionales.7 Al sur estaban las ingobernables y montañosas regiones caucásicas, conquistadas en el siglo XIX, pero nunca subyugadas realmente. Al este se encontraban las provincias islámicas de Asia central. En la parte occidental se hallaban las culturas sometidas más avanzadas de la Polonia del Congreso (o Polonia rusa) y los estados bálticos. El núcleo de la cultura eslava también incluía los fértiles campos de cultivo de la región de Tierras Negras ucraniana, las extensas y superpobladas metrópolis de Moscú y San Petersburgo y la helada taiga siberiana. En su conjunto, el imperio comprendía alrededor de doscientas nacionalidades, de entre las cuales los eslavos representaban dos tercios del total.8
Las fuerzas del orden público tenían que lidiar con una amplia variedad de culturas legales de ámbito local frecuentemente ligadas a personas para las que el orden zarista era una fuerza de ocupación brutal y extranjera, así como con los desafíos prácticos que suponían la captura de criminales que podían viajar a través de las diferentes jurisdicciones. La situación podría haberse mitigado dedicando más recursos a esa causa, pero se trataba de un Estado ahorrativo respecto a la cuestión policial. Al fin y al cabo, el Estado ruso había sido relativamente pobre a lo largo de la historia, ineficaz en la recaudación de impuestos, y estaba basado en una economía que solía ser marginal. El gasto en cuerpos policiales y sistema judicial estaba en un distante segundo plano respecto al presupuesto para el ejército. En 1900, la proporción destinada a la policía era de un 6 por ciento, muy por debajo de la media europea y posiblemente la mitad de lo que gastaba Austria o Francia, y un cuarto de lo que empleaba Prusia.9 La policía rusa estaba obligada a hacer más con un gasto proporcional mucho menor.
Los sucesivos zares fracasaron en su intento por controlar policialmente el país. Todos, desde la Razbóinaia izbá, u Oficina contra el Bandolerismo, establecida por Iván IV el Terrible [1533-1584], a las fuerzas urbanas y rurales de Nicolás I [1825-1855], demostraron no estar a la altura de ese reto.10 El control del Estado sobre el campo fue siempre mínimo y estuvo centrado en la supresión de revueltas, dependiendo del apoyo de la nobleza local (y del pago de su guardia). La policía, tanto urbana como rural, tendía a ser una fuerza que se limitaba a reaccionar, ya que adolecía de falta de personal y recursos, una moral y formación muy limitadas, un elevado índice de abandonos, corrupción endémica (todo ello síntomas en parte de unos salarios más bajos que los de un campesino sin cualificar) y escaso apoyo popular.11 Es más, tenían que soportar una carga de obligaciones adicionales que distraían su labor policial, desde la supervisión de los oficios religiosos a organizar la captación de reclutas para el ejército. ¡El «sumario» de obligaciones de la policía publicado en la década de 1850 contaba con cuatrocientas páginas!12
Y para colmo, la policía era tan corrupta como cualquier otra institución del Estado, lo que parece formar parte de la tradición rusa. La historia apócrifa cuenta que cuando el reformista y constructor del Estado Pedro I el Grande propuso colgar a cada hombre que desfalcara al Gobierno, su procurador general ofreció como sincera respuesta que esto lo dejaría sin funcionario alguno, ya que «todos robamos, la única diferencia es que algunos robamos en mayores cantidades y más abiertamente que otros».13 No exageraba mucho, pues incluso en el siglo XIX, aunque los funcionarios tenían prohibido hacerlo oficialmente, se esperaba de ellos que practicaran lo que en la época medieval se denominaba kormlenie («alimentarse»). En otras palabras, no se espera que subsistieran gracias a sus inadecuados salarios, sino que los complementaran mediante la aceptación de acuerdos subrepticios y sobornos sensatos.14 La leyenda dice que el zar Nicolás I le dijo a su hijo: «Creo que tú y yo somos las únicas personas de Rusia que no robamos».15 Hasta 1856 no se llevó a cabo la primera investigación por corrupción en el Gobierno y su dictamen fue que menos de 500 rublos no debería considerarse soborno en absoluto, sino una mera expresión de agradecimiento.16 Para hacer una comparativa, pensemos que en aquella época un agente de la policía rural cobraba 422 rublos al año.17 Esto se convertía en un problema particular cuando las personas sobrepasaban la frontera de la «corrupción aceptable». Por ejemplo, el teniente general Reinbot, el gradonachálnik (jefe de policía) de Moscú entre 1905 y 1908, se hizo famoso por utilizar su puesto para la extorsión de pagos desorbitados, estableciendo un ejemplo peligroso para sus subordinados.18 Dos mercaderes que testificaron ante una comisión de investigación de los chanchullos de Reinbot, comentaron que:
La policía ha aceptado sobornos anteriormente, pero de una forma que en comparación era decente… Cuando llegaban las vacaciones, la gente solía llevarles lo que podían permitirse, lo que les sobraba, y la policía solía aceptarlo y mostrarse agradecida. Pero esta nueva extorsión comenzó a partir de la Revolución [de 1905]. Al principio, las extorsiones eran cautas, pero cuando se enteraron de que el nuevo teniente general, es decir, Reinbot, también cobraba sobornos, ya no aceptaban unto, sino que comenzaron a robar directamente a la gente.19
Reinbot fue destituido en mitad de una investigación pública, pero la mayoría de agentes de la policía eran mucho más discretos. Además, el destino de Reinbot no se podía considerar como disuasorio: cuando finalmente llegó a ser juzgado ante el tribunal establecido en 1911, más allá de la pérdida de sus títulos y derechos especiales, fue sentenciado a pagar una multa de 27.000 rublos y a un año de cárcel. La multa no suponía un gran apuro, ya que Reinbot había recibido supuestamente 200.000 rublos gracias a solo uno de sus tratos, y Nicolás II posteriormente intercedió por él para asegurarse de que no llegara a entrar en prisión.
Las corruptelas eran un mal endémico en la policía en su conjunto, desde hacer la vista gorda a cambio de algún favor a la extorsión directa. Ni siquiera los agentes que eran esencialmente honestos veían problema alguno en saltarse la ley en el cumplimiento de su deber, fabricar confesiones o aplicar la «ley del puño» (kuláchnoie pravo) para enseñarles una rápida lección a los malhechores mediante una buena paliza. Su lema era «cuanto más severos seamos, más autoridad tendrá la policía», pero esa autoridad no implicaba respeto ni apoyo alguno.20 Tal vez no pueda resultar sorprendente (aunque tampoco es defendible) que la policía, alienada del resto de la masa y sintiendo un escaso respaldo de un Estado que pagaba poco y esperaba mucho de ella, decidiera quedarse con el sobrante y llenarse los bolsillos.