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BANDAS DE CIUDAD

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Querido camarada Pinkus:

El 4 de agosto a las nueve de la noche en punto, tenga la amabilidad de traer, sin falta, 100 rublos a la estación de tranvía que hay frente a su casa. Esta modesta suma le hará conservar su vida, que sin duda es de mayor valía que 100 rublos. Cualquier esfuerzo para evitar este pago le acarreará grandes inconvenientes. Si acude a la policía será asesinado inmediatamente.

Aviso de extorsión (1917)45

A pesar de la exagerada cortesía de esta clásica exigencia, las bandas que se dedicaban a la extorsión, el secuestro y la intimidación no tenían nada de delicadas ni educadas. Eran producto de los tugurios de borrachos y la vida en las barracas de los suburbios urbanos. A partir de estos había surgido una nueva cultura criminal que, al contrario que su equivalente rural de los ladrones de caballos, se adaptó para prosperar en la era posrevolucionaria. Se trataba del vorovskói mir, el «mundo de los ladrones».

Obviamente, existieron bandas criminales antes de finales del siglo XIX. Muchas eran en realidad la respuesta del hampa a los artel, una forma de asociación laboral tradicional en Rusia que ya habían adaptado las comunidades de mendigos.46 Un artel era una asociación voluntaria de personas que ponían su trabajo y recursos para una causa común. A veces estaba formada por campesinos del mismo pueblo que migraban juntos para buscar trabajo en las ciudades, y, en ocasiones, un grupo de trabajadores recibía una paga colectiva por su producción conjunta. De esta forma, el artel funcionaba como una recreación del apoyo mutuo que ofrecía la comuna de campesinos, pero de forma más reducida y con mayor movilidad. Normalmente, el artel tenía un líder que era elegido por los miembros, un stárosta («anciano», aunque en este caso se trataba de un término honorífico y no tanto referido a la edad) que negociaba con los capataces, gestionaba los arreglos comunes (como el alquiler de la vivienda) y distribuía los beneficios.47 Los arteli solían tener sus propias costumbres, reglas y jerarquías, que reflejaban las de sus pueblos de origen.48 Del mismo modo, los criminales arteli también debieron de tener sus propias costumbres, aunque no hay pruebas que confirmen este punto, y mucho menos para demostrar un patrón de comportamiento común. Andréi Konstantínov y Malkolm Dikselius, por ejemplo, han afirmado que, incluso en los tiempos de Vanka Kain, había una cultura criminal en Moscú que mostraba esas reglas comunes.49 No obstante, ha resultado imposible respaldar esto con corroboraciones independientes, más allá de relatos posteriores apócrifos que fueron escritos como forma de entretenimiento y que, como mucho, reflejarían la cultura criminal percibida en los tiempos de los narradores. En cualquier caso, el modelo artel solo fue una de las formas de organizaciones sociales criminales que surgieron en las ciudades.

El criminólogo de aquella época Dmitri Dril se lamentaba cuando escribía sobre el destino del joven desheredado y desarraigado que «encontraba la compañía de los vagabundos veteranos, los mendigos, maleantes, prostitutas, rateros y ladrones de caballos».50 O como lo expresaba el profesor y orientador juvenil V. P. Semenov, quien decía que cuando les llegara el momento tendrían que pasar inexorablemente «por la escuela de los albergues para indigentes, los salones de té y la comisaría».51 En el interior de los yami nacería una nueva generación de criminales. Por ejemplo, los hijos recién nacidos de la población base de prostitutas se empleaban como útiles accesorios de los mendigos de la ciudad para apelar a la sensibilidad hasta que alcanzaban gradualmente el rango de pedigüeños ellos mismos. Al menos, tenían un progenitor y tal vez incluso un hogar: muchos de los auténticos besprizórniki, los niños abandonados, vivían realmente en las calles, durmiendo en cubos de la basura o peleando por barriles desechados para encontrar cobijo.52 Los niños jugaban al «ladrón», un juego común y popular,53 antes de que les llegara el momento de participar de manera activa en el mundo del hampa, desde permanecer apostados vigilando hasta convertirse en fortach, uno de los astutos y ágiles niños que se usaban para colarse por las ventanas abiertas y perpetrar robos.54

La presencia de delincuentes especializados en diversas áreas, con su propio título y modus operandi distintivo, suele ser un buen índice del auge de una subcultura criminal organizada. No cabe duda de que los yami demostraron ser un terreno de cultivo fértil para esta cultura, lo suficiente para mantener un ecosistema criminal especializado y variado. Aunque muchos de los delitos se llevaban a cabo de manera oportunista, el mundo de los ladrones acogía un amplio espectro de oficios criminales. Sin duda, existía una variedad asombrosa de tales especialidades, desde los schipachí y los shirmachí (carteristas) al vulgar skókari (ladrones de casas) y los poezdóshniki (que robaban los equipajes de los viajeros de los techos de los carruajes). Con la especialización también vino la jerarquía, ya que los profesionales de los bajos fondos se diferenciaban cada vez más unos de otros. Al contrario del purista blatníe que dominaba el mundo de los campos de prisioneros de principios del siglo XX y que daba la espalda deliberadamente a la sociedad legítima, para la mayoría de los que se incluían en el vorovskói mir de finales del siglo XIX el sueño era convertirse en un miembro de la sociedad educada y mofarse de sus valores a la vez que les robaban cuanto podían. Incluso Benia Kril, el héroe delincuente de los Cuentos de Odesa, de Isaak Bábel, se aseguraba de que cuando se casara su hermana se celebrara un grandioso festín tradicional «según la costumbre de los tiempos antiguos».55 Tal vez por eso mismo la «aristocracia» del vorovskói mir la conformaban los timadores y aquellos capaces de hacerse pasar por personas pudientes con objeto de llevar a cabo sus delitos. En Odesa, por ejemplo, se les tenía especial respeto a los maravijeri, carteristas de élite que se disfrazaban de caballeros para trabajar el circuito de la alta sociedad, desde el teatro a la bolsa de valores.56 Obviamente, la autoridad de los timadores también tenía razones más prácticas, ya que aquellos que tenían éxito podían conseguir mucho dinero, más del que podían gastar fácilmente. Como resultado, algunos se convirtieron en banqueros virtuales del vorovskói mir, prestando su dinero negro al mismo tiempo que ganaban clientes e invertían en otros delitos.

De hecho, los delincuentes podían disponer de una variedad de servicios criminales cada vez más variada. Por ejemplo, los raki («cangrejos de río») eran sastres que aceptaban cualquier artículo de vestir robado y los transformaban de la noche a la mañana en una prenda diferente inidentificable para las autoridades y lista para su venta. El truschoba de Bunin, en el Jitrovka, era conocido por sus raki,57 en tanto que el barrio de viviendas de alquiler Jolmushi de San Petersburgo era el lugar favorito para colocar artículos robados a través de tiendas locales destartaladas, junto al mercado de Tolkucha.58 Del mismo modo que, por ejemplo, las tabernas del distrito portuario de Odesa ejercían como oficinas de empleo virtuales en las que los contratistas y jefes de los artel podían contratar a quien necesitaran para el día o la semana, también los antros de los yami se convirtieron en lugares en los que se intercambiaba información y bienes robados, se contrataba a matones y se acordaban tratos oscuros.59 Mientras tanto, los taberneros generaban beneficios bajo el mostrador por derecho propio, como receptadores y banqueros de su dudosa clientela.

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