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LOS BANDIDOS Y EL ARTÍCULO 49

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Creo que los años veinte habrían sido una época interesante para trabajar.

«LEV YURIST» («Lev el jurista»), vor de bajo rango (2005)23

El auge de la empresa privada también generó sus propias oportunidades criminales, desde el fraude y la evasión de impuestos a la depredación por parte de los bandidos de la nueva clase de emprendedores de la NEP. El cuerpo policial bolchevique, llamado «la milicia» para distinguirse de su par zarista, podía abastecerse parcialmente de agentes e investigadores veteranos de los tiempos prerrevolucionarios, pero estaba lastrado por la falta de recursos y experiencia (la mayoría carecía de adiestramiento formal).24 Mientras tanto, tenían que lidiar con las consecuencias de la apertura de las prisiones zaristas y la pérdida o destrucción de muchos de los archivos de la época. Violentos criminales andaban sueltos para repetir sus viejos repertorios. La banda de Vasili Kotov y Grigori Morozov, por ejemplo, aterrorizó la provincia de Kursk de 1920 a 1922. Se abalanzaban sobre fincas y granjas aisladas, asesinaban a todos los que se encontraran en su interior —a Morozov le gustaba usar un hacha— y desvalijaban todo cuanto hallaban a su paso. En 1922 llegaron a Moscú y asesinaron a treinta personas en una orgía de violencia que duró tres semanas antes de huir de la ciudad. La banda fue finalmente cercada en 1923 y ejecutada por un pelotón de fusilamiento, pero no antes de que quedara demostrado que Kotov había sido liberado en 1918 por ser «víctima del Estado zarista».25

Nos encontramos de nuevo ante una época abierta a una especie de bandolerismo anárquico que había pasado generalmente del campo a la ciudad, y volvían a generarse héroes populares que estaban en contra de la autoridad. Uno de ellos fue Lionka Panteléiev, un temible soldado del Ejército Rojo y después policía secreta de los bolcheviques, que fue despedido en 1922, posiblemente siguiendo órdenes de Stalin. Resentido, se entregó a una vida criminal y reunió a una banda que en su momento álgido perpetraba veinte o más atracos armados al mes en la región de Petrogrado (San Petersburgo). De manera insólita, el mujeriego Panteléiev no solo confiaba enormemente en las criadas y sirvientas como informadoras, sino que su banda también incluía a numerosas pistoleras. Tras ser detenido y juzgado, consiguió escapar, lo cual consolidó su estatus como héroe mítico. Las autoridades soviéticas, presas de la ira, clausuraron virtualmente la ciudad cuando protagonizó veintitrés atracos armados. Al final dieron con él y lo asesinaron en un asalto policial masivo, pero a las autoridades les preocupaba tanto acabar también con su memoria que exhibieron su cuerpo como prueba de que había caído.26

Una vez que se produjo un receso en las necesidades de la Guerra Civil, el Estado bolchevique volvió a tomarse en serio la delincuencia común, en parte como respuesta a ello. Bajo el infame Artículo 49 del Código Penal introducido en 1922, empezó a hostigarse a las personas, a menudo con base en delitos de lo más comunes, tales como el hurto en tiendas, o incluso por sus relaciones con lo que se denominó el «entorno criminal», y eran desterradas de las seis ciudades principales (por lo que este castigo se conocía como el «Menos Seis»).27 Estas víctimas del Artículo 49 eran consideradas inherentemente un peligro social, y el tratamiento que se les daba reflejaba una tensión central en la visión de los bolcheviques respecto a la tarea policial. A pesar de que solían mantener posiciones verdaderamente utópicas acerca de la rehabilitación y existía la noción de que hasta cierto punto el crimen era un síntoma de la desigualdad entre clases y el fracaso del sistema educacional, muchos de los nuevos líderes, veteranos curtidos en la Revolución y la contienda civil, seguían considerando que estaban en pie de guerra. Por ejemplo, en 1926, el jefe de la policía política Félix Dzerzhinski —el famoso «Hierro Félix»— tenía una solución simple para la escasez en el abastecimiento de textiles, de lo cual culpaba a los «especuladores» que manipulaban el mercado: «Creo que deberíamos enviar a un par de miles de especuladores a Turujansk y Solovkí (campos de concentración)».28 Ese era exactamente el tipo de tensión no resuelta que el sucesor final de Lenin estaría encantado de explotar de manera sanguinaria.

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