Читать книгу La ley del crimen - Mark Galeotti - Страница 28

PERRAS DE LEY

Оглавление

El 20 por ciento de los criminales mantenía aterrorizados al 80 por ciento de los prisioneros de moral pura. El 3 por ciento de los criminales (blatary) hacían que el resto del mundo criminal les obedeciera ciegamente.

ALEXANDR SOLZHENITSIN3

Así como las políticas de Stalin unificaron el vorovskói mir en ciertos aspectos, en otros también lo dividieron, creando un nuevo cuerpo de colaboradores, los llamados suki («perras»), que estaban dispuestos a ayudar al Estado en el gobierno de los gulags, pero solo por interés propio. El desafío para el Estado estalinista era cómo gestionar mejor el internamiento masivo de convictos, hacerlo de manera barata y efectiva. En tanto que la motivación principal inicial de las purgas y los encarcelamientos masivos era política, el Estado también buscaba explotar a esta fuerza laboral virtualmente esclavizada para sacar un rendimiento económico de ello. Como expresó el zek de origen polaco Gustav Herling, «en su conjunto, el sistema de trabajos forzados de la Unión Soviética, en todos sus estadios, los interrogatorios y las escuchas, los encarcelamientos preliminares y el propio campo, no tiene la intención primordial de castigar al criminal, sino de explotarlo económicamente y transformarlo psicológicamente».4

La respuesta fue incorporar a los peores elementos del hampa como agentes y síndicos para mantener ocupados y bajo control a los del 58 y los del 49, los presos políticos y los delincuentes comunes, respectivamente. Obviamente, seguía habiendo guardias regulares de prisión, pero la gran mayoría del trabajo de gestionar la población del gulag estaba de hecho subcontratado a los internos. Al principio se ofrecía a los bandidos, agentes corruptos y similares —delincuentes, pero no del vorovskói mir— un estatus preferente en el interior de los campos, vidas más fáciles, ventajas e incluso trabajos, a cambio de mantener a raya al resto de internos y que se cumplieran las normas de producción. Pero, llegados a cierto punto, incluso los blatníe se veían seducidos por las oportunidades.

Solomon decía que, aunque «permanecerían encerrados bajo llave, las autoridades los consideraban como su brigada de choque contra los presos políticos».5 Dado que se trataba de un trabajo miserable en unas condiciones terribles, siempre había necesidad de personal para el gulag —ya en el año 1947, a los guardias armados de la VOJR les faltaban cuarenta mil hombres, tantos que resultaba crucial encontrar formas de controlar los campos desde el interior.6 Muchos campos operaban efectivamente con una zona de control exterior vigilada por la VOJR desde sus torretas con ametralladoras, y una interior, conocida simplemente como la zona, en la que la mayoría de las tareas de supervisión diaria recaía sobre estos prisioneros. Como dijo el antiguo zek Lev Kópelev: «Dentro del campo —en las barracas, las yurtas [tiendas], el comedor, los baños, las “calles”— nuestras vidas estaban bajo el control directo de los internos de confianza».7

Estos internos de confianza ejercían como guardias, especialistas técnicos y administradores e incluso podían ascender hasta llevar el mando de los campos, a veces mientras seguían cumpliendo sus condenas. También adquirían nuevas oportunidades para realizar actividades criminales. Los internos de confianza tenían muchas más posibilidades de ser colocados en puestos administrativos que implicaran contacto con el mundo exterior, o que se les permitiera trasladarse «sin escoltar» más allá de los muros del campo de trabajo. Para algunos, esto representaba una oportunidad ocasional de buscar comida, holgazanear o incluso tomarse una copa rápidamente a escondidas. Para otros, no obstante, era una oportunidad para crear vínculos criminales entre los dos mundos. Un caso de la región de Novosibirsk ejemplifica esto. En 1947 se descubrió que una banda de internos de confianza bajo las órdenes de un tal Mijáilov, un criminal que había sido nombrado contable jefe del campo, había establecido una estafa de larga duración en connivencia con un par de agentes del mercado negro de la ciudad.8 Fueron capaces de pasar comida destinada a los prisioneros a Novosibirsk, donde la vendían por diez veces su valor oficial, mientras Mijáilov simplemente trampeaba los libros de cuentas. Al final, cuando la estafa salió a la luz, Mijáilov fue fusilado, y sus socios criminales, sentenciados a condenas más largas. Sin embargo, las oportunidades de vivir una vida diferente, incluso en el interior de los campos, significaban que no había castigo alguno que impidiera el flujo constante de acuerdos criminales, tanto a través del archipiélago gulag como dentro y fuera de este.

La ley del crimen

Подняться наверх