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La tradición judeocristiana

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En la religión hebrea más antigua, es decir, en el periodo que precede a la destrucción del templo de Jerusalén, se afirmaron las prerrogativas formales y teológicas que llevarán al posterior modelo demoniaco de la tradición cristiana.

Se trata de figuras diabólicas y maléficas que correspondían a las más antiguas divinidades cananeas, y que a veces estaban ligadas al desierto y a su simbolismo negativo.

Debe observarse que no siempre es fácil establecer separaciones precisas entre ángeles y demonios, del mismo modo que no es totalmente inmediata la división entre prácticas mágicas y religiosas.

En la redacción católica del Antiguo Testamento (que se diferencia de la que se usa en las iglesias reformadas, en las que están excluidos una serie de libros, tal y como ocurre en la Biblia hebrea), basada en la traducción al latín del griego efectuada por San Jerónimo (347–420), se define la naturaleza del diablo en algunos fragmentos.

Sin lugar a dudas, la introducción del mal en la historia, mediado por el diablo y sus maléficas apariencias, aparece en toda su potencia en el tercer capítulo del Génesis (3, 19):

La serpiente era la más astuta de todas las bestias de la estepa que el Señor había hecho, y dijo a la mujer: ¿Es verdad que Dios ha dicho que no debes comer de ningún árbol del jardín?

La mujer respondió a la serpiente: De los árboles del jardín no podemos comer, pero del fruto del árbol que está dentro del jardín, Dios ha dicho: No debes comer de él y no lo debes tocar, para no morir.

Pero la serpiente dijo a la mujer: ¡De ningún modo moriréis! Es más, Dios sabe que el día en que comáis de él, se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, y conoceréis el bien y el mal.

Entonces la mujer vio que el árbol era bueno para comer, seductor a la vista y atractivo para tener éxito; por esto tomó su fruto y lo comió, luego ofreció a su marido, que estaba con ella, y él también comió […].

Dios dijo al hombre: ¿Así que has comido del árbol del cual te había ordenado no comer?

Respondió el hombre: La mujer que has puesto a mi lado me ha dado del árbol y yo he comido.

Y el señor dijo a la mujer: ¿Por qué lo has hecho?

Respondió la mujer: La serpiente me engañó y yo he comido.

Entonces, el Señor dijo a la serpiente: ¿Por qué has hecho esto? Maldita seas entre todos los animales y entre todas las bestias de la estepa; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos tus días de tu vida. Y yo pondré una hostilidad entre tú y la mujer, y entre tu linaje y el linaje de ella: esta te aplastará la cabeza y tú le atacarás en el talón.

Dijo a la mujer: Haré que sean numerosos tus sufrimientos, y parirás a tus hijos con dolor. Hacia tu marido te llevará tu pasión, pero él te querrá dominar.

Y dijo a Adán: ¿Por qué has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del que te había dicho que no comieras? ¡Maldito sea el suelo por tu culpa! Obtendrás el alimento con esfuerzo durante todos los días de tu vida.

Cardos con espinas haré crecer para ti, y deberás comer el grano de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, porque de allí provienes, porque polvo eres y polvo serás.

En cambio, en el Éxodo (32) la obra del diablo se aprecia en la acción sacrílega de los israelitas que, cansados de esperar el retorno de Moisés del monte Sinaí, decidieron construir un símbolo pagano para adorar.

El ángel caído

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