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El mito de la caída
ОглавлениеEn el principio del mal está él: la criatura perfecta cuyo nombre antiguamente indicaba la estrella de la mañana.
Lucifer, portador de luz, se liga al mito de la caída del ser celeste y, de hecho, se define en la figura del diablo, que encuentra en el profeta Isaías (14, 12) una designación precisa:
¡Cómo has caído del cielo,
astro de la mañana, hijo de la aurora!
Como si te hubieras precipitado a tierra,
tú que agredías a todas las naciones.
Luego fueron los Padres de la Iglesia los que acordaron este fragmento del Antiguo Testamento con el Evangelio de San Lucas, donde aparece un versículo en el que Jesucristo dice haber visto la caída del ángel rebelde: «Yo veía a Satanás precipitarse desde el cielo como un rayo» (Lucas 10, 18).
La referencia a Lucifer es también evidente en el Apocalipsis (12, 7–9), cuya imagen del ángel caído es empleada para representar una de las cuatro desgracias que se abalanzaron sobre los hombres; además, también es descrito en el Apocalipsis (8, 8–9):
Como una enorme masa incandescente cayó al mar; la tercera parte del mar se convirtió en sangre, por lo que la tercera parte de los seres marinos dotados de vida murió, y la tercera parte de las embarcaciones pereció.
San Ambrosio, en el siglo IV, identificó a Lucifer con el gran dragón descrito en el Apocalipsis (12, 7–9), oficializando de este modo el símbolo de las tinieblas separadas de la luz en el momento de la creación del mundo.
El matrimonio del cielo y del infierno (William Blake}
La figura de Lucifer ha sido siempre objeto de reflexión, tanto por parte de los teólogos cristianos como hebreos y musulmanes. En general, su historia está marcada por algunos aspectos muy definidos:
• Lucifer (ángel supremo);
• rebelión contra Dios;
• caída con sus secuaces al Infierno;
• encadenamiento en el Infierno hasta el Juicio Final.
En algunas interpretaciones, Lucifer está transformado en un animal monstruoso. Sin embargo, no está claro si este aspecto se mantiene en el tiempo, o sólo es una semblanza que puede adoptar el ángel rebelde.
Tomás de Aquino (1221–1274), en las «Cuestiones» L–LXIV de la Summa theologica, ponía en evidencia el modo y los efectos de la rebelión de Lucifer y de los otros ángeles que entraron en conflicto con Dios:
• los demonios, cuando desearon ser iguales que Dios, cometieron pecado de orgullo;
• los demonios no son malvados por naturaleza, sino que se vuelven malvados por propia voluntad;
• la caída del demonio no fue simultánea con su creación, ya que, si hubiera sido así, la causa del mal sería atribuible a Dios;
• el demonio fue, en los orígenes, el ángel de más alta jerarquía;
• el número de ángeles caídos es menor que el de los que guardaron fidelidad a Dios;
• los demonios no conocen las verdades últimas;
• los demonios están totalmente entregados al mal;
• los demonios sufren penas que, sin embargo, no son de carácter sensible;
• los demonios tienen dos moradas: el Infierno, en donde torturan a los condenados, y el aire, en donde incitan a los hombres a cometer acciones malvadas.
LA CAÍDA DEL DRAGÓN
Los Padres de la Iglesia compararon al ángel caído con el gran dragón apocalíptico; estos son los versos que han dado argumentos a los teólogos para defender tal reconstrucción, Apocalipsis (12, 7–9):
Y hubo guerra en el cielo. Miguel, con sus ángeles, luchó contra el dragón, que también luchó con sus ángeles; pero no se impusieron. Su lugar dejó de ser el cielo. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, aquel al que llaman diablo y Satanás, aquel que engaña a toda la Tierra, y con él se precipitaron también sus ángeles.
Lucha entre el Arcángel Gabriel y Lucifer (grabado de Alberto Durero)
Los ángeles malvados
Los expertos discuten todavía hoy acerca de la naturaleza de la culpa de aquel ángel que, cuando se volvió malvado, fue llamado diablo o Satanás.
A lo largo del tiempo se han planteado cuatro hipótesis, surgidas también fuera de la autoridad eclesiástica, pero en cualquier caso con el ánimo de proporcionar un significado a los motivos que indujeron a un ser, bueno y próximo a Dios, a rebelarse contra su propio creador.
Estas son las cuatro culpas posibles atribuidas a los ángeles:
• lujuria;
• desobediencia;
• orgullo;
• soberbia.
La idea del pecado sexual como origen del mal proviene de un texto apócrifo del Antiguo Testamento y, en parte, del libro del Génesis, que toma algunos de sus elementos. El texto apócrifo se titula «Libro de los vigilantes», y está contenido en el Apocalipsis de Enoch, que data del siglo II a. de C.
Y ocurrió, desde que aumentaron los hijos de los hombres, que en aquel tiempo nacieron chicas de bello aspecto. Los ángeles, hijos del cielo, las vieron y se enamoraron de ellas, y se dijeron: venid, escojamos mujeres hijas de los hombres y hagámosles hijos […]. Y cada uno escogió una, y se las llevaron a sus casas. Y se unieron con ellas y les enseñaron encantamientos y magias y les mostraron cómo cortar plantas y raíces. Y ellas quedaron embarazadas y dieron a luz gigantes, con una estatura de tres mil codos. Estos comieron todo el fruto del esfuerzo de los hombres hasta que los hombres ya no se pudieron sustentar. Entonces, los gigantes se giraron en su contra para comerse a los hombres. Y empezaron a pecar contra los pájaros, los animales, los reptiles, los peces, y a comerse entre ellos mismos su carne, y a beber su sangre. La tierra, entonces, acusó a los perversos. Y Azazel enseñó a los hombres a hacer espadas, cuchillos, escudos, corazas y les enseñó lo que, después de ellos y debido a su modo de obrar iba a ocurrir: brazaletes, adornos, a arreglarse las cejas, piedras, más de todas las piedras, preciosas y escogidas, todos los tintes y les mostró también el cambio del mundo. Y hubo muchas atrocidades y se fornicó mucho. Y cayeron en el error, y todos sus modos de vida se corrompieron. Amiziras instruyó a todos los encantadores y los cortadores de raíces. Amaros enseñó la solución de los encantamientos. Baraquiel instruyó a los astrólogos. Kokabiel enseñó todos los signos de los astros. Tamiel enseñó astrología y Asdariel enseñó el curso de la luna. Y, para la perdición de los hombres, los hombres gritaron y sus voces llegaron al cielo.
De estas pocas partes del «Libro de los vigilantes» hemos podido constatar que el contacto entre los ángeles y los hijos de los hombres da lugar a dos tipos de pecado, el primero relativo a la unión con las mujeres de la Tierra, que generan gigantes, unos seres monstruosos; y el segundo que concierne a las enseñanzas atribuidas a los ángeles que bajaron del cielo:
• encantamiento y magia;
• corte de plantas y raíces;
• producción de las armas;
• uso de joyas, adornos y cosméticos;
• astrología.
Por lo que nos enseña este apócrifo, todo parece indicar que la difusión del mal en la Tierra tuvo su origen en la unión de los ángeles con mujeres, un contacto a través del cual una serie de conocimientos – que aquí se consideran negativos— pasaron a ser patrimonio de la humanidad.
La hipótesis del pecado sexual como origen del mal está aceptada por muchos Padres de la Iglesia, por ejemplo Ambrosio, Ireneo de Lión, Clemente Alejandrino, Origen.
La tesis de la soberbia se apoya en otro texto apócrifo: La vida de Adán y Eva. En este texto, el ángel se niega a realizar un acto de adoración hacia Adán, quien, al haber sido creado a imagen de Dios, merece ser venerado.
Cabe destacar la singular analogía entre el episodio descrito en el apócrifo anterior y la caída de Iblis narrada en el Corán.
En el texto sagrado de los musulmanes (Sura XV, 28–40), el ángel Iblis se niega también a adorar a Adán, y entonces se transforma en un yinn (ser de fuego ardiente):
Y luego decimos a los Ángeles: en verdad, Nosotros crearemos el hombre amasando arcilla seca con agua. Y cuando le hayamos dado forma, le insuflaremos Nuestro Espíritu. Entonces, él tendrá vida y vosotros tendréis que prosternaros ante él.
Todos los Ángeles obedecieron y se prosternaron, menos Iblis, que se negó a cumplir Nuestra Voluntad.
Y Dios le preguntó: Iblis, ¿por qué no quieres prosternarte como los demás? Y él respondió: ¡Me niego a rendir homenaje a uno que Tú has creado de la arcilla, del vil fango!
Y entonces Dios gritó: ¡Fuera de aquí, malvado! ¡Aléjate de Mí! ¡Mi Maldición será tu sino hasta el Día del Juicio!
Iblis nos preguntó: Dios Mío, ya que me has alejado de Ti y empujado al Camino del Error, yo haré parecer Bien lo que es Mal a los hombres, y los arrastraré a este camino, salvo aquellos que crean en Ti y realicen buenas obras.
Ildebardo de Mans, Pedro de Poitiers y otros Padres de la Iglesia vieron en el pecado del orgullo el origen de la caída de Lucifer.
El ángel que se convirtió en Satanás tuvo la osadía de querer ser como Dios, o por lo menos de ser considerado superior a todas las demás criaturas.
Según San Buenaventura (1217–1274), Lucifer era el ángel más bello de todos, y debido a su esplendor tuvo la pretensión de ser considerado dios de los otros ángeles. Estos, a su vez, habrían reconocido su superioridad, cegados por la posibilidad de llegar a ser, un día, parecidos a él.
La desobediencia y la soberbia son los pecados originarios de Lucifer que han encontrado más consenso en el cristianismo. Es una opinión muy recurrente en todos los tratados demonológicos de todos los tiempos.
Sustancialmente, como destacó Tomás de Aquino, un ángel se concedió el derecho de considerarse similar a Dios, e intentó obtener, sólo con la ayuda de las propias fuerzas, aquello que en realidad se podía tener mediante la gracia celeste.
EL SIGNIFICADO DE LUCIFER
Lucifer, del latín «portador de luz», es el nombre romano del planeta Venus o Estrella de la mañana. Lucifer, en la versión latina de la Biblia, se utiliza para traducir el término phosphoros de la versión griega. El término griego es la traducción del hebreo hêlel que encontramos en el Libro del profeta Isaías (14, 12).
En la traducción judaica, Hêlel es un demonio que está al mando de los Nephilim, los gigantes que encontramos en el libro del Génesis (6, 1–4). Estos gigantes lo devoraron todo en la Tierra, y después quisieron comerse a los hombres. En la tradición apócrifa, los ángeles Gabriel, Miguel y Uriel salvaron a los hombres del suplicio, haciéndose intermediarios con Dios, que castigó a los Nephilim.