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La tradición judeocristiana
La isla de los herreros
ОглавлениеTranscurridos ocho días, avistamos una isla a poca distancia, desolada, pedregosa y llena de detritus, sin árboles ni vegetación, llena de fraguas de herreros. El venerable padre dijo a los monjes:
Hermanos, os confieso que esta isla me preocupa, porque no quiero ir, ni tan siquiera pasar cerca, pero el viento nos empuja precisamente hacia ella.
Esto es el íncipit del capítulo XXIII de La navegación de San Brandano, que propone una escenografía infernal de la isla de los herreros-demonios avistada en el curso del viaje del santo y de su tripulación hacia la «Tierra prometida de los santos».
Los interesantes detalles de este texto ofrecen la posibilidad de reflexionar sobre una costumbre muy difundida cuando el cristianismo se esforzaba en llevar su voz a aquellas tierras (en este caso el norte de Europa), en donde todavía estaba muy extendida la religión pagana.
Ritos y prácticas precristianas eran considerados «cultos al diablo», y toda divinidad era vista como uno de los tantos rostros que adoptaba Satanás para inducir al hombre al pecado.
Si intentamos seguir un tramo del itinerario de San Brandano, veremos claramente que las antiguas divinidades y los diablos cristianos adquieren rostros y características muy similares.
Así, la Navegación de San Brandano, una obra escrita en latín de la que se desconoce el autor, aunque probablemente fue un eclesiástico inglés de siglo IX o X, propone la imagen fuertemente mística de un santo que puede ser considerado el arquetipo del viajante para la fe.
San Brandano, hijo de Finlog, sobrino de Alta, de la estirpe de los Eoganacht de Loch Nein, nació en la tierra de los hombres del Munster. Tenía una complexión fuerte de asceta, célebre por sus dotes morales, abad de unos tres mil monjes. Mientras se ejercitaba en la disciplina monástica en la localidad de Clonfert, una noche ocurrió que fue a visitarlo otro abad, de nombre Barindo, su sobrino.
En el texto se dice que el santo se hallaba en Clonfert, topónimo irlandés que deriva de Cluain Ferta «bosque de los milagros» y corresponde a la localidad que todavía hoy lleva este nombre. Allí se levantaba uno de los monasterios fundados por el santo y hoy se puede contemplar una importante catedral.
Brennan Mac Hua Alta, el nombre histórico de San Brandano, nació en el 484 en Tragh Li, la actual ciudad de Tralee. Desde muy joven se dedica a la actividad monástica y lleva a cabo numerosas peregrinaciones por mar: fue a Escocia, Gales, Bretaña, a las islas Orkey y a las Shetland.
Su nombre está ligado a la fundación de muchos monasterios. Uno de ellos es el de Clonfert, desde donde inició su mítico viaje que narra en Navegación de San Brandano. En este texto aparecen elementos narrativos y legendarios provenientes de distintas tradiciones literarias, que tienen como punto de referencia los Imram, resúmenes de viajes por mar realizados, en la mayor parte de los casos, por héroes míticos. Ciertamente, este género tan particular puede haber influido en la redacción de esta obra que, en efecto, convierte a San Brandano en una especie de héroe de la fe, en un Ulises cristiano en busca de la luz divina, entre mil dificultades y peligros.
En el texto se encuentran elementos que provienen del Apocalipsis de San Juan y, con toda probabilidad, de los itinerarios medievales que usaban los peregrinos que iban a Tierra Santa, los Itinera hierosolymitana. Se ha descrito, por otro lado, escenas procedentes del mundo clásico, como por ejemplo, los herreros diabólicos, que pueden tener sus raíces en los Cíclopes de la Odisea o de la Eneida (III, 675), pero también podrían presentar conexiones con la mitología germánica.
Todo el conjunto se mantiene vivo con una profunda y continua referencia al universo del imaginario medieval que, con sus figuras, sus lugares y sus maestros, constituye la parte narrativa más fascinante de una obra digna de ser leída.
En el capítulo XXIII, Brandano y su embarcación van en dirección al «lugar infernal». El santo capitán se dirige al cielo pidiendo:
«Oh señor Cristo, sálvanos de esta isla», pero la invocación no fue oída, y he aquí que uno de los habitantes de la isla salió de una fragua, con gesto de tener algo que hacer. Tenía el aspecto de un salvaje y estaba ennegrecido por el fuego y el hollín […]; el salvaje había llegado corriendo hasta la orilla que tenían en frente, blandiendo unas tenazas con las que sujetaba un enorme bloque incandescente. Sin perder un instante, lo lanzó hacia los siervos de Cristo. Pero no les dio, y el proyectil pasó de largo y fue a parar a más de un estadio de distancia.
Apenas cayó al mar, se encendió como si fuera la lava de un volcán y se alzó una humareda como de un horno. El hombre de Dios se alejó una milla del punto en el que había caído el bloque, pero ya todos los habitantes de la isla habían acudido a la orilla, armados con bloques incandescentes […], parecía como si toda la isla se hubiera convertido en una fragua ardiente, mientras el mar hervía como una cazuela llena de carne que se cuece al fuego. Y durante todo el día oyeron gritos siniestros que se elevaban de la isla. Incluso cuando ya la tenían fuera de la vista, a sus oídos llegaban todavía los aullidos de sus habitantes, y un fuerte hedor a sus narices.
La isla «llena de fraguas de herreros» normalmente se identifica con Islandia, de la que se tiene conocimiento de fenómenos volcánicos, indicados alegóricamente por el autor de la Navegación de San Brandano como «fraguas». El ambiente es motivo de preocupación para San Brandano, quien, oyendo «retumbar como truenos los soplidos de las barquineras y resonar los golpes de los martillos sobre los yunques y sobre el hierro», expresa su inquietud y se dirige al cielo pidiendo ser salvado del mal que hay en la isla.
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