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La historia del diablo
Sumerios y asirio-babilonios

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En Sumeria, se hallan las expresiones más antiguas de una demonología y angelología que influenciaría a los asirio-babilonios, al mundo hebraico hasta el cristianismo. En la cultura de los sumerios, las criaturas demoniacas estaban asociadas a efectos concretos (enfermedades, fenómenos atmosféricos, etc.) y su papel era directamente negativo, comprensible por todos, incluso sin el apoyo de la interpretación teológica.

Humbaba, por ejemplo, estaba asociado a la tormenta del desierto: «Tiene una voz que es huracán, una boca que es fuego, un aliento que es muerte».

Frecuentemente, los demonios ocupaban un lugar privilegiado en el mundo de los difuntos: Namtaru vivía en A-ra-li, el reino de los muertos, dominado por Nergal y su esposa Non-ki-gal.

Los arqueólogos han realizado importantes hallazgos que nos ofrecen indicaciones puntuales sobre el papel de los demonios en la cultura asirio-babilónica, como por ejemplo los textos de los exorcismos utilizad para liberar a quien estaba poseído por seres malvad cuyas características y obras eran afines a nuestra idea d diablo.


El demonio Pazuzu: alas, patas y garras son elementos que aparecen continuamente en la iconografía occidental en la representación del diablo


La figura más temida entre los antiguos del Próximo Oriente era el citado Nergal, cuyo nombre correspondía al «furioso señor de la ciudad grande». Por «ciudad grande» se entendía el Infierno, al que los asirio-babilonios daban otros nombres: «tierra inferior» (shaplitu) o «tierra sin retorno» (kur-un-gi-a).

Según la tradición, el temido Nergal bajaba a los infiernos en el solsticio de verano (el mes de tammuz, un periodo que correspondía a nuestros meses de junio y julio) y volvía a subir a finales del mes de kislev (entre noviembre y diciembre).

Con su grupo de demonios, Nergal traía enfermedades y epidemias a las gentes. Namtaru, por su lado, traía la peste.

Muy próxima al «Señor de la ciudad grande» tenemos a Ereshkigal, la «Señora del infierno», a quien se atribuía el papel de jueza de las almas de aquellos que entraban en el reino de las sombras.

Los demonios tenían acceso al mundo de los vivos a través de experiencias concretas: el mal que producían era de carácter físico, es decir, objetivo; faltaba, pues, la reflexión ontológica en el plano ético y moral. El mal no era objeto de profundización filosófica, sino de una toma de posición concreta a nivel mágico. La actividad contra los demonios se convertía así en una forma de exorcismo contra los trastornos y las enfermedades, que se creía eran causadas por su acción nefasta.

Una de las «criaturas infernales responsables de enfermedades» más temida era Sag-gig, que en sumerio se refería tanto a la jaqueca como al demonio culpable de que se manifestara tal molestia. El aspecto de este malvado debía ser terrorífico:

Su cabeza es la de un demonio,

su forma es la de un torbellino,

su apariencia la de los cielos entenebrecidos,

su rostro es oscuro como la profunda sombra del bosque.

Los exorcismos contra Sag-gig eran fórmulas mágicas. Veamos algunos efectos causados por el «demonio del dolor de cabeza»:

Abate como una caña al hombre que no teme su dios,

como tallo de henné, lo atraviesa desde la cabeza hasta los pies;

acaba con los músculos de aquellos que no tienen una diosa protectora.


El hombre que lo sufre no puede beber,

ya no tiene más sueños agradables en su descanso,

no es capaz de mover una extremidad.


Es una enfermedad que maltrata los miembros como si fueran de arcilla,

obtura los orificios de la nariz como polvo,

rompe los dedos como cuerda tensada al viento,

parte en dos el pecho como tallo de henné[2].

Contra Sag-gig se efectuaba una forma singular de exorcismo en la que se buscaba pasar el demonio a una hogaza, puesta por una mujer anciana en la cabeza del poseído, y hecha con zanahorias y varios tipos de harina de cereales.

Alfonso María Di Nola, un conocido estudioso de las religiones, destaca un hecho bastante importante que tiene cierto interés para comprender el papel que se adjudicaba al demonio del dolor de cabeza: «Es probable que muchos textos sumerios, cuando hacen referencia al dolor de cabeza, se refieran más que a la hemicránea o cefalea, a los fenómenos cerebroespinales que normalmente acompañan la insolación, frecuente en un país de temperaturas altas»[3].

Mayores eran los efectos causados por el malvado Namtaru, el demonio de la peste, de quien no se señalaba el aspecto y que tenía la prerrogativa de «devorar como el fuego y óxido, como el viento del desierto». Contra esta criatura se evocaba a Marduk, una de las divinidades principales del panteón asirio:

Ve, Marduk, hijo mío.

Recoge un trozo de arcilla en el foso,

moldea una figurita a imagen del cuerpo del enfermo,

ponla en los riñones del enfermo de noche,

encárgate, cuando sea el alba, de purificar su cuerpo,

recita el encantamiento de Eridu,

gira el rostro de él hacia Occidente,

para que el maligno Namtaru, caído sobre el enfermo, abandone su presa.

Ashakku era portador de una misteriosa enfermedad infecciosa de la que se desconoce el nombre: lo cierto es que afectaba indistintamente a hombres y animales. Quien sufría los influjos de Ashakku estaba casi siempre condenado.

Los poderes de Lamashtu estaban muy especializados, y afectaban a mujeres grávidas con fiebres muy altas que las obligaban a abortar. En la tradición popular, las formas mágico-demoniacas consideradas artífices de la interrupción de la gestación, o que minaban la salud de los recién nacidos, eran muchas, y todavía perviven en la cultura campesina occidental. Las prácticas para defenderse de los ataques mágico-demoniacos contra la fertilidad se difundieron ampliamente, sobre todo a raíz de la gran cantidad de riesgos naturales que comportaba el parto.

La transferencia de aquellos riesgos del plano natural al simbólico producía, a nivel psicológico, la conciencia de poseer medios para construir alguna forma de protección y, por tanto, de intervención contra los efectos naturales, que se creía, en cambio, que estaban determinados por la acción mágica de demonios y hechiceras.

También era muy temido en Mesopotamia el demonio Pazuzu, cuyo aspecto, con grandes alas, patas y garras, condicionó profundamente la iconografía del diablo occidental.

Lilith: el demonio nocturno

Del universo de ultratumba mesopotámico nos llega Lilith, que luego, como veremos, entró a formar parte del mundo mítico hebraico, y se considera especialmente peligrosa para los recién nacidos.


Representación de Lilith, criatura de ultratumba, símbolo de lujuria


En el Próximo Oriente se conocía como Lilu, que con su sierva Ardat Lili, criatura de la noche súcuba y lujuriosa, era considerada expresión del pecado sexual:

Estos demonios alteraban el orden fisiológico del amor, que es fundamento de la vida familiar y comunitaria, y por esta razón concreta Ardat Lili es una virgen sin leche, una mujer que se une sin poder llegar a ser madre nunca, y que, después de haber encendido en el hombre la lujuria, no lo satisface[4].

La diosa asiria-babilonia Ishtar se servía de un demonio, en forma de bella prostituida, llamada Lilitu, que era la encarnación de la lascivia. Además, Lilitu estaba asociada a algunos animales, especialmente a la pantera. En la cultura sumeria: «Lilu, Lilitu y Ardat Lili son, quizás, el origen de representaciones del viento y del huracán, pero, debido a su semitización, representan el placer infecundo y lujurioso»[5].

Con las pocas indicaciones veterotestamentarias encajan las múltiples tradiciones que hacen de Lilith un ser fantástico, atribuible al imaginario popular, una especie de demonio nocturno situado entre las ruinas y en los cementerios.

2

THOMPSON, R. C., The devils and evils spirits of Babylonia, Londres, 1903, p. 86.

3

DI NOLA, A., Il diavolo, Roma, 1987, p. 136.

4

FURLAN, G., Religione babilonese-assira, Roma, 1976, p. 9.

5

PETOIA, E., Vampiri e lupi, Roma, 1991, p. 38.

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