Читать книгу Diario pinchado - Mercedes Halfon - Страница 10
ОглавлениеLunes 4, mañana
Me levanto antes que vos y voy a la cocina. Abro las ventanas pero me encuentro con otras ventanas. Me explicaste que las construían de esa manera para no perder calor en invierno, cuando las temperaturas se vuelven heladas. Aunque por algún lado tiene que salir el aire viciado de la noche y entrar el del nuevo día. ¿Cómo hacen si no? Parecen casas diseñadas para que el pensamiento se reconcentre.
De Buenos Aires traje pocas cosas. Una valija mediana y una mochila de mano. Lo menos imprescindible que trasladé fue un paquete de un kilo de yerba y una bombilla porque creí que no iba a adaptarme a otro desayuno. Consideré que esos elementos eran la unidad mínima del mate. Error: en el departamento no hay pava ni termo de ninguna clase. Caliento agua en una olla que tiene un mango de baquelita en lugar de asa. Cebo mate con eso, en un vaso de vidrio. Vuelco, me quemo, mojo los libros que intento leer.
Tarde
Cuando te conocí tenías la cabeza de costado. En realidad no fue cuando te conocí sino cuando decidí quedarme con vos. Venías con una media sonrisa y una llave en la mano. Era de noche, se interponía una reja y también un jardín frondoso en penumbras que atravesaste con pasos largos de tus piernas delgadas. Abriste la puerta y me saludaste diciendo algo así como «bienvenida».
Era una fiesta poco concurrida, en la casa de alguien que ninguno de los dos conocía muy bien. De eso ya pasaron cinco años. Lo que recuerdo es la total oscuridad del jardín, el sonido de tus pasos desde la casa, tus ojos brillantes sobre mí y la sensación de que estaba dejando mis armas en la puerta de ese lugar. Tuve miedo de entrar y pensé: me estoy metiendo en la boca del lobo.
Noche
Ahora miro el patio de aire-luz del departamento y no se ve absolutamente nada. Negro total. Debe haberse roto alguna lámpara porque el primer día, que fue cuando lo miré con mayor detenimiento, el patio estaba más iluminado. Vigilo la cocción de unas papas mientras espero que vuelvas de tu encuentro semanal de becarios. El silencio es abrumador. Increíble el contraste con mi casa de Buenos Aires, en la que siempre se escuchan pequeñas cosas, sobre la base constante que produce la avenida: la conversación de un grupo que pasa, una frenada, música de algún auto, golpes, alguien que silba una canción. Pero por estas paredes no se filtra ningún sonido. Apenas algún rumor opaco e indescifrable, jamás voces, como si los vecinos se hablaran con susurros.
¿Estaría más iluminado o sería la impresión que me dio cuando volvimos del bar, a la noche tarde? Es difícil dilucidar ese detalle. Cuando estamos sumidos en la oscuridad, la vista se acostumbra.