Читать книгу Diario pinchado - Mercedes Halfon - Страница 7

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Viernes 1º de mayo, Berlín, noche

Nuestro encuentro fue raro. Hace tres meses que estás acá, me sorprendió que ya hablaras alemán. Quedé atónita mientras le hacías un chiste al taxista que nos llevó. Los asientos eran de un cuero liso y reluciente que en cada frenada me hacía deslizar un poquito más hacia el suelo.

El edificio donde está nuestra casa es muy lindo. De afuera no parece, pero nada más atravesar el pesado portón de hierro se entra a un gran patio con plantas y bicicletas al que dan todas las ventanas. Nuestro departamento está en el segundo piso. Subimos la escalera en silencio, con mi valija golpeando en los bordes de los escalones. Adentro las paredes y los muebles son blancos y casi no hay decoración. Me esperaba una mochila de lona, como la que usan todas las chicas en esta ciudad. Tenía un kit que habías preparado con un mapa de Berlín, otro del subte, unos anteojos de sol, hebillitas para el pelo. Era un regalo de recibimiento. Será que tengo que camuflarme.

Al atardecer bajamos al bar de al lado y nos encontramos con Bergen, el poeta del que te hiciste amigo los primeros días de tu beca de escritor. Tenía puesta una camisa de mangas cortas floreada que resaltaba entre los vestuarios monocromos de los demás bebedores. Vive cerca. Hablaban en inglés por encima de la música y aunque dije que los comprendía, no lo hacía. Al principio sí, pero después la conversación se aceleraba y alejaba de mi discernimiento. Bajé el nivel de atención, con ayuda de la cerveza y el cansancio. Tu cara matizada por la luz sepia, tus rasgos filosos tan amados, investidos por los gestos de otra lengua. Por último solo percibía un murmullo gutural, al que cada tanto sonreía o asentía.

Cuando quedamos solos me comentaste que Bergen escribe poesía más bien experimental, que no le interesa demasiado el resultado de sus textos. Lo dijiste con admiración, porque entiendo que te pasa lo contrario; estás preocupado por ese resultado, tenés que escribir el texto final de la beca.

Ya en el departamento, me llevaste de la mano hasta la cama. Por alguna razón que desconozco, el colchón no es de resortes ni de gomaespuma, sino inflable. Extrañaba el contacto con tu piel, pleno, sin mediaciones. Pero había algo tenso en el abrazo. Las posiciones iban alternándose maquinalmente; subo, vuelvo a bajar, me agarro de vos tan fuerte que se me acalambra el arco del pie. Cada uno sabe y hace con precisión lo que al otro le gusta. Ponemos el cuerpo de memoria, como si no hubiera lugar para la sorpresa ni la improvisación.

Ahora te duchás con la puerta entreabierta, yo escribo esto y noto que en la cama no hay sábanas. Solo un edredón blanco. Es lo que se estila en Alemania. Deduzco que lo esperable es una única temperatura posible, sin ninguna clase de matices: el frío.

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