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Lunes 11, mañana

En internet dice que la orientación es la acción de ubicarse o reconocer el espacio circundante. La noción proviene de la palabra oriente, es decir el punto cardinal este. Tiene sentido. Es por donde sale el sol, probablemente el punto de referencia más concreto en el espectro de lo visible.

Oriente a su vez viene del latín orĭens, participio de orīri: «aparecer», «nacer», denominación que se le dio en la antigüedad por ser el plano desde donde se asoma el astro de fuego. Por extensión, en la cultura occidental se le otorgó este nombre a Asia, el territorio que está al este del lugar de observación. El Oriente era todo eso exótico, misterioso, desconocido. Orientarse es para mí poder ir a lo desconocido y saber volver después.

Si orientarse es mirar hacia la salida de sol, en esta ciudad se torna más que difícil. Casi no hay sol, ni saliendo ni entrando. Como si alguien hubiera puesto un techo natural, día tras día el cielo se presenta de plomo.

Tarde

Anoche hablé por teléfono con mi madre. Entre las decenas de recomendaciones que me hizo la más insistente fue que saliera del departamento de una vez. No podía creer que más de diez días después de mi llegada a la ciudad aún no hubiera ido a un museo. Argüí problemas de distinto tipo –jet lag, un texto que tenía pendiente mandar a Buenos Aires, la intención de conocer primero el barrio circundante– pero le di la razón y prometí que no pasaba de mañana. Mi madre se está jubilando después de treinta años de ser profesora de historia y desborda de energía. Empezar una etapa desde cero la rejuvenece. Tiene por delante una nueva identidad a la que debe ir llenando con algún contenido: cursos de jardinería, arte oriental, inglés, tés con amigas, viajes por la Argentina con mi padre que, como yo, odia viajar.

Pensé en ellos durante su primera juventud, la verdadera, cuando se conocieron y enamoraron. Hay un libro que me recuerda eso. Es tan viejo que se está desmaterializando. Cada vez que lo hojeo, por más cuidado que ponga, de las puntas de las páginas cae un polvillo dorado que parece papel muerto. Es el texto de un alemán que habla sobre Buenos Aires. Era de mi madre, pero en algún momento, con alguna excusa, me lo llevé de su casa y me lo quedé. Son las crónicas de Ulrico Schmidt, el viajero que llegó con Pedro de Mendoza al Río de la Plata en 1536 y escribió y dibujó todo lo que veía.

Mi madre se compró ese libro cuando estudiaba Historia Argentina I y se juntaba en la Biblioteca Nacional con compañeros y compañeras. En ese lugar leyó a Ulrico Schmidl (o Schmidel o Schmidt), soldado y cronista que se hizo célebre por la publicación del volumen donde registra los veinte años que vivió junto a los conquistadores de la cuenca del río Paraná. El título con el que se conoció fuera de Alemania es Derrotero y viaje de España a las Indias y así lo tengo yo, pero el original era: Verídica descripción de varias navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades… también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descritas en otras historias o crónicas, bien registradas o anotadas para utilidad pública.

Durante mucho tiempo Ulrico fue la única fuente para la historia de la conquista del Río de la Plata. Alrededor de sus palabras se crearon imágenes y teorías. Describió el aspecto de querandíes y charrúas, que le parecieron tan enigmáticos como a sus compañeros conquistadores. Fue el primer extranjero que, además de verlos, los contó, aunque con cierta distancia. No fue un propulsor del dogma cristiano pero tampoco un humanista. Su relato se centra en los obstáculos que impidieron la concreción de los sueños de grandeza de los españoles. Llegaron atraídos por el mito de las riquezas que ocultaba esta tierra, pero tuvieron que abandonar esos anhelos y abocarse a una búsqueda desesperada por obtener alimento. Ese fue el motivo de sus traslados por el río, del ataque a los pueblos originarios y de la chispa de locura y muerte cristianas, en una expedición que terminó con la primera ciudad de Buenos Aires arrasada y humeante.

Por la época de la adquisición y lectura de este libro, hubo un baile en el que mi madre se fijó en mi padre y mi padre en mi madre. Bailaron entero un disco de boleros del trío Los Panchos y se dijeron algunas cosas al oído. Siempre pensé que mi madre y mi padre se enamoraron a partir de la lectura de ese libro. No le encuentro mucho sentido, pero el amor no siempre lo tiene.

Me bajo de internet un pdf de Derrotero y viaje de España a las Indias. Capítulo 9. Dice: «Aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han hurtado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en la sobredicha ciudad de Buenos Aires».

Es más largo y es terrible. Eso ocurre con los orígenes. Hay un viaje muy ansiado e imaginado, tras el cual lo que se encuentra es otra cosa. Aun así, o precisamente por ese intercambio, hay un relato. Todo recomienza después del fuego y la decepción. Pero queda un residuo, una ceniza, cae un polvillo dorado, como una constatación.

Diario pinchado

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