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Capítulo 2

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No me ha reconocido. No puedo creer que no me haya reconocido.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta al verme pasmado, como si hubiera visto un fantasma.

Y en cierto modo así es, porque ahora mismo estoy viendo a un fantasma que no esperaba volver a ver en mi vida. Concretamente, un fantasma del pasado. Un fantasma que llegó a mi vida cuando menos lo esperaba y dejó un rastro imborrable a su paso.

Pasamos dos trimestres enteros juntos. Me grababa capítulos de Embrujadas en un CD, que prácticamente era lo más romántico que podías hacer a mediados de los 2000. Y yo le hacía galletas que aprendí a preparar para él. Fui a su casa en incontables ocasiones, y él también fue a la mía más de una vez. Fue el primer chico del que me enamoré. El primer chico que me cogió la mano. ¿En serio no se acuerda de mí?

¿Y en serio me duele tanto?

—Sí… Perdona —respondo al fin, tratando de recomponerme—. Es que es mi primer día aquí y estoy un poco atolondrado con todo esto. Me llamo Eric.

Por un momento me parece ver una expresión extraña en su rostro al oír mi nombre, pero al segundo estoy seguro de habérmela imaginado.

—Encantado, Eric.

Me tiende la mano para saludarme, como si no nos conociéramos. Esa mano que tantas veces soñaba con acariciar durante mis noches de insomnio. Esa mano que tan solo toqué en ocasiones contadas, aunque todas se me quedaron grabadas a fuego en la memoria. La observo durante un instante, dudoso, pero entonces extiendo la mía para tomársela.

Y ahí está. Esa electricidad que había entonces. Solo habían sido chispas cuando nuestras manos se rozaban por accidente, pero el día que me la tomó al fin sentí una verdadera corriente eléctrica que nos atravesaba por completo. Ha pasado mucho tiempo, pero no he sido capaz de olvidarla. Y, ahora, casi quince años después, todavía siento que parte de esa corriente eléctrica aún vive entre nosotros. Es como si se detuviera el tiempo por un momento, o tal vez simplemente sea un momento muy largo que transcurre en lo que parecen ser solo unos segundos.

—Profe, ¿nos vamos? —nos interrumpe la voz de una niña, rompiendo el momento.

Tal vez sí que estaba siendo un momento demasiado largo.

—¡Sí! —Bajo la mirada y veo a una niña con media melena de pelo oscuro, mirándonos con curiosidad—. ¿Cómo te llamas, guapa?

—Soy Nora. ¿Nos vamos ya, profe? Me aburro.

Me echo a reír ante su iniciativa. Para ser tan pequeña, es muy insistente, y eso me deja claro que voy a tener que controlarla bien en clase si no quiero que acabe dominándome.

—Claro, cariño —respondo, tendiéndole la mano. Consulto el móvil de nuevo; ya se me han olvidado los demás nombres—. Marta, Fayna, Gabriel y Elías. Venid conmigo, ¿vale?

—Bueno —dice Rubén con una sonrisa que no sé cómo interpretar—. Ya nos vemos.

—Eh… Sí, ya nos vemos —acierto a responder—. Hasta el jueves.

Me llevo a los cinco niños hacia el aula del fondo, con cuidado de no perder a ninguno por el camino. En realidad, no he preparado gran cosa para hoy, tan solo unos juegos de presentaciones para conocernos mejor y aprenderme sus nombres. Y me alegra que sea así, porque no soy capaz de quitarme a Rubén de la cabeza durante toda la hora.

¿Qué posibilidades había de que acabáramos los dos aquí? Estamos a cientos de kilómetros del instituto donde estudiábamos juntos y hemos acabado los dos en el mismo colegio, y además con los mismos niños. Y, aunque ya estoy mucho más cerca de los treinta que de los quince, peligrosamente cerca, no puedo evitar sentirme de nuevo como un adolescente. Como si volviera a ser ese adolescente que apenas comenzaba a descubrir el mundo y conoció el amor cuando todavía no estaba preparado, si es que alguien lo está alguna vez.

Cuando suena el timbre que pone fin a la clase me doy cuenta de que he vuelto a cometer un error: Martina nos había dicho que cinco minutos antes de que sonara el timbre teníamos que recoger el aula y estar preparados para salir, pero no me he dado ni cuenta. Recogemos a toda prisa y, cuando salgo de allí, me encuentro con Clara esperando al otro lado de la puerta, rodeada de un corrillo de niños algo mayores que los míos que parecen completamente enamorados de ella. ¿Cómo es posible que haya conseguido hacerse con ellos tan pronto?

—¡Hola! —me saluda con una sonrisa—. ¿Cómo ha ido tu primer día?

Me esfuerzo por devolverle la sonrisa mientras reúno a mis niños en una fila. Si ya es difícil con los cinco que tengo yo, no me quiero ni imaginar cómo será tener que lidiar con los catorce o quince que tiene ella.

—Bueno, ha estado bien. ¿Tú qué tal?

—Pues bien, tengo a los mismos niños del año pasado, así que ya los conozco. ¿Los tuyos qué tal? —pregunta, echándoles un vistazo mientras nos ponemos en marcha—. ¿Son buenos?

—Sí, sí, parecen buenos críos —respondo distraído—. Oye… ¿Sabes dónde están los profesores?

—¿Los demás monitores, dices? Pues tenemos que ir todos al patio para esperar a los padres. ¿Necesitas algo?

—No, no —me apresuro a responder—. Era solo curiosidad.

Mierda. Tendría que haberlo supuesto. Rubén es un profesor de verdad, no un simple monitor de extraescolares como yo. Él se habrá ido después de entregarme a mis niños; probablemente esté ya en su casa. Su casa… Recuerdo esas veces que fui a su otra casa, esa en la que vivía cuando los dos éramos adolescentes. Recuerdo mi nerviosismo al entrar y la tensión que sentía cada vez que estaba a solas con él, en su habitación, una tensión que iba creciendo a lo largo de las semanas. Recuerdo exactamente todo lo que hacíamos en ella. Estoy seguro de que, si cerrara los ojos, podría recordar cada detalle de esa habitación.

Los siguientes diez minutos transcurren como rodeados de una neblina que lo difumina todo a mi alrededor. Salimos al patio, que está convertido en un caos de niños, monitores y padres recogiendo a sus hijos. Por suerte, Clara me indica dónde tengo que esperar, así que apenas tardo unos pocos minutos en entregar a todos los niños. No sé si debería quedarme a esperar a Clara o si tendría que hablar con Martina, así que miro a mi alrededor durante unos instantes, un tanto confuso. Pero no veo a nadie que conozca y tampoco me habían dicho que tuviera que quedarme, así que me voy.

Al sacar el móvil, veo que tengo un mensaje de Natalia. Después de quince años, continúa siendo mi mejor amiga, y es ella quien me ha proporcionado todo el apoyo moral que necesitaba antes de comenzar en el trabajo.

Natalia:

Eriiic!

Qué tal el primer día?

Todo bien?

Yo:

Bueno, bien

Tía, te acuerdas de Rubén?

Natalia y yo nos conocemos desde el mismo 3.º de la ESO, que lo conocí a él, así que en su día se tuvo que comer todos mis dramas con Rubén.

Natalia:

Qué Rubén?

Espera

El del cole??? Tu Rubén???

Yo:

Sí, tía

Adivina quién es el profe de mis niños

Natalia:

No jodas!!!!

Es coña, no?

Yo:

Qué va

Me he quedado flipando

Natalia:

Y qué tal??

Qué te ha dicho?

Yo:

Pues nada, la verdad

No me ha reconocido, tía xd

Natalia:

No jodas

Estás seguro?

En realidad, no lo estoy. O, al menos, no del todo. Recuerdo esa expresión que me pareció ver en su rostro cuando le dije mi nombre. ¿De verdad fue solo mi imaginación, o realmente le cambió la cara al oír mi nombre? Y recuerdo también la pausa que hizo antes de pronunciar mi nombre en voz alta. ¿De verdad no me había reconocido? Sí, ya han pasado casi quince años, pero los amigos del instituto no se olvidan. Porque eso es todo lo que fuimos después de todo, ¿no? Amigos. Aunque yo habría querido ser más que eso. Mucho más que eso.

Yo:

No lo sé

No me dijo nada

Natalia:

Y tú tampoco??

Yo:

No, la verdad es que no

Me quedé muy bloqueado

Natalia:

Y no crees que a él le pudo pasar lo mismo??

Erais muy buenos amigos, seguro que se acuerda

Tampoco me resulta una opción descabellada. Después de todo, si a mí me chocó verlo, ¿por qué no iba a pasarle lo mismo a él? Uno no ve todos los días a su mejor amigo de hace quince años, aunque la cosa durara poco. Igual no estaba seguro de que fuera yo, o igual pensaba que era yo quien no se acordaba de él. Natalia tiene razón: éramos muy buenos amigos por mucho que después nos distanciáramos, así que es imposible que se haya olvidado de mí.

¿Verdad?

Lo que nunca fuimos

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