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Capítulo 6

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No me ha aceptado en Facebook.

En realidad, tampoco es que suela entrar mucho; siempre he sido más de Twitter o Instagram. Sin embargo, durante el fin de semana entro cada media hora para ver si me ha aceptado. No tengo suerte: o bien no entra en Facebook, o bien no se ha fijado en mi solicitud… o bien simplemente no quiere aceptarme. Aunque quería creer en las dos primeras opciones, una vocecita en mi cabeza no dejaba de insistir en la tercera. Y tal vez tuviera razón; después de todo, yo no era más que un antiguo amigo al que había perdido la pista hacía más de catorce años. Era comprensible que su interés hacia mí no fuera más allá de la pura cortesía.

Sin embargo, ese abrazo…

Ese abrazo era otra cosa. No había sido uno de esos abrazos que das solo por compromiso, ni tampoco un abrazo rápido para después apresurarse a separarse. Al contrario: había sido un abrazo cálido, de esos que solo puedes dar si lo sientes de verdad, si realmente tienes necesidad de sentir a esa persona entre tus brazos. No es el abrazo obligado que le darías a un familiar que no te cae demasiado bien, ni tampoco el abrazo rápido con mínimo contacto que le das a alguien a quien no conoces demasiado, solo por educación y porque no quieres quedar mal. En ese abrazo sentí el fantasma de todos los abrazos que nunca nos dimos, todos esos abrazos que existían tan solo en mi cabeza antes de quedarme dormido pensando en él.

O tal vez tan solo estaba analizando las cosas más de la cuenta, algo que siempre ha sido una de mis especialidades y no siempre para bien. Por suerte, tengo a Álvaro para acompañarme y evitar que piense demasiado en el tema. Sé que, si hubiera estado solo durante el fin de semana, no habría sido capaz de dejar de comerme la cabeza. Incluso me secuestró el móvil durante toda la tarde del domingo al ver que no dejaba de mirarlo para ver si tenía noticias de Rubén, cosa que le agradecí cuando llegó la noche y me di cuenta de que llevaba varias horas seguidas casi sin pensar en él.

Y, también gracias a la compañía de Álvaro, el martes llega más pronto de lo que pensaba. Sonrío mientras me pongo mi camiseta nueva, que he escogido especialmente para Rubén. Los dos primeros días había llevado ropa más formal, pero, dado que había visto a mis compañeras de Inglés y otros monitores con camisetas normales y corrientes, algunas de ellas con dibujos de Disney, supuse que podría abandonar el paripé de la formalidad después de la primera semana. La estoy estrenando hoy, y mi yo adolescente que lleva una semana más vivo que nunca quiere creer que por alguna razón sobrenatural eso va a darme suerte, como si la Fuerza fuera a acompañarme en el colegio.

Sin embargo, mi teoría de la suerte hace aguas cuando Martina se queda mirando fijamente mi camiseta en la entrada del colegio. Por suerte, una de las monitoras ha llegado a la vez que yo y viene con una camiseta de Frozen, así que tampoco es que me pueda decir nada sobre la mía sin cometer una injusticia y quedar fatal ante ella. Por lo tanto, tan solo se limita a quedarse mirándome con el ceño fruncido mientras yo hago todo lo posible por evitar el contacto visual.

—Tía, Martina me tiene una tirria que te mueres —le digo a Clara una vez nos separamos de las demás—. Hoy fijo que quería quemarme la camiseta, menos mal que Marta llevaba una de Elsa.

—Qué va —me asegura entre risas—. Créeme, es así con todo el mundo. A ver, está un poco amargada y siempre la toma con los nuevos, pero ya verás que se le acaba pasando con el tiempo.

—¿Contigo también la tomó cuando empezaste aquí?

—Más o menos, lo que pasa es que entonces todavía no era la coordinadora, así que no podía pagarlo mucho conmigo. —Hemos llegado ya hasta el aula de Rubén, así que se detiene antes de continuar hacia la suya—. Pero supongo que le preocupaba que pudiera quitarle el puesto y por eso me tuvo un poco cruzada los primeros meses.

—Madre mía, está fatal.

—Un poquito, sí. —Se detiene cuando llegamos al pasillo que lleva al aula de mis niños… y de Rubén—. Además, yo era nueva, así que solo por antigüedad ya habría sido imposible que me hicieran coordinadora a mí antes que a ella. En fin, te dejo ya, ¿vale? Buena suerte.

—Vale, luego nos vemos.

Respiro hondo cuando se marcha mientras miro a mi alrededor. Eva, la otra monitora, no ha llegado todavía. Igual si llamo ahora a la puerta podría quedarme un rato hablando con Rubén; todavía faltan cinco minutos para que empiece la clase. Sin embargo, lo más probable es que todavía no haya terminado su clase y no lo quiero interrumpir, así que opto por alejarme de la puerta para que Eva sea la primera en recoger a los niños y me quedo mirando el móvil para evitar conversaciones innecesarias.

Ella no tarda más de un minuto en llegar, así que me alegro de no haber entrado en clase antes de tiempo. Unos momentos después, suena el timbre y Rubén abre la puerta del aula, preparado para entregarle sus niños. A continuación, me mira con una sonrisa tan grande que el corazón se me detiene por un instante.

Mis preocupaciones y mis teorías de que a lo mejor no me había aceptado en Facebook porque me odiaba en secreto se disipan al instante.

—Hola, Eric.

—Hola. ¿Qué tal?

—Pues muy bien, agotado después de pasar el día con estos granujas —responde, señalando a los niños con la cabeza—. ¿Tú qué tal? ¿Un fin de semana tranquilo?

«Bueno, en realidad me he pasado el fin de semana en la cama con Álvaro y haciendo un CSI contigo, pero el resto del tiempo sí que ha sido tranquilo».

—Sí, lo normal. Estuve adelantando trabajo, haciendo un bizco… —Me detengo en seco al darme cuenta de que este tampoco es el momento de que me ponga a contarle mi vida—. Bueno, tampoco te quiero entretener, que me imagino que estarás deseando irte a tu casa ya.

Se echa a reír.

—Pues sí, la verdad es que necesito una siesta urgentemente —admite con un suspiro—. En serio, no veas cómo cansa estar varias horas con todos estos…

Me echo a reír sin poder evitarlo.

—Como toda la clase sea como mis niños, desde luego que te mereces esa siesta.

Y, tras eso, nos quedamos en silencio, los dos plantados a ambos lados de la puerta del aula. Yo no hago ademán de entrar a por mis niños y él tampoco me los entrega. Se me queda mirando a los ojos, con tanta intensidad que me siento tentado a apartar la mirada. Solía hacerlo cuando estábamos en el instituto, pero hoy tengo la fuerza suficiente como para permitirme perderme en sus profundos ojos castaños.

Y entonces…

—Oye, ¿haces algo después de clase?

La pregunta me pilla tan de improvisto que me siento como si me hubieran golpeado con una bola de demolición. Pestañeo un par de veces, un tanto confuso.

—¿Qué? —pregunto, incapaz de creer que lo haya escuchado bien.

—Bueno… —comienza, ahora claramente menos seguro que antes—. Me preguntaba si hacías algo después de clase. Mis padres se fueron ayer, así que tengo la tarde libre.

«Mierda. ¿Es que tenía que elegir justo hoy?».

—Sí. He quedado con una amiga. Nati, ¿te acuerdas de ella?

Se queda pensativo durante unos instantes, pero entonces su rostro se ilumina.

—¡Claro! ¿Ella también está viviendo aquí?

—No, es que se ha venido esta semana con su novia para ver musicales y esas cosas —le explico—. Esta tarde ya habíamos quedado. Hace casi un año que no nos vemos, así que tenemos planes para casi toda la semana.

—¡Ah! No te preocupes, en serio. —Traga saliva, como si no supiera qué decir a continuación—. Podemos vernos otro día, cuando tengas un hueco. Si quieres.

—Me encantaría —le aseguro.

—¡Vale! —contesta él, y entonces mira a los niños que nos siguen esperando—. Bueno, no te entretengo más. Nos vemos el jueves.

—Claro —respondo, sin ser capaz de dejar de sonreír—. Nos vemos el jueves.

Y, sin saber qué más decir, comienzo a alejarme con mis niños.

—¡Por cierto! —me llama antes de que pueda marcharme.

Me giro para mirarlo.

—¿Sí?

—Me encanta tu camiseta —dice con una sonrisa.

Bajo la mirada hasta mi nueva camiseta de Star Wars, sonriendo al ver que mi nueva compra ha funcionado. La vi cuando salí de compras con Álvaro y me pareció una especie de señal del destino, así que no me lo pensé dos veces antes de comprármela.

—Me alegra que te guste.

—Estoy deseando que estrenen la nueva película. ¿Irás a verla?

Vale, ni siquiera sabía que iban a estrenar una nueva pronto, aunque sí que estaba enterado de que estaban haciendo una nueva trilogía después de mucho tiempo. Pero, si hace quince años podía seguirle la corriente, supongo que ahora también puedo.

—Sí, la verdad es que me muero de ganas. —Sin embargo, no sé ni cuándo se estrena y no quiero cagarla, así que decido cortar por lo sano lo antes posible—. Me voy ya, ¿vale? Hasta el jueves.

—¡Hasta el jueves!

Lo que nunca fuimos

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