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Capítulo 3

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Se estremece bajo mi peso mientras lo embisto con fuerza, temblando de placer mientras suelta unos jadeos que quedan ahogados por la almohada.

—Joder… —gimotea Álvaro contra la almohada—. Sigue, Eric…, sigue.

Continúo moviendo las caderas, aumentando la velocidad todavía más mientras él se estremece debajo de mí. Arquea la espalda y, entonces, una serie de gemidos prolongados señalan que ya ha terminado. Sus piernas ceden y se desploma sobre la cama, haciéndome caer con él. Aunque no me detengo todavía.

—¿Crees que aguantas un poco más? —susurro contra su oreja, abrazando su cuerpo inmovilizado debajo del mío.

—Sí, tranquilo —responde con la respiración entrecortada—. Tú sigue.

Pero, en realidad, tampoco tardo mucho más. Con su cuerpo atrapado debajo de mí, aumento cada vez más la velocidad hasta que siento ese estallido de placer que, por un momento, hace que me olvide de todo. Y eso es justo lo que necesitaba esta semana.

Me quedo inmóvil sobre Álvaro, abrazándolo con fuerza y con la cara enterrada en su pelo demasiado largo.

—Eric… —susurra tras unos instantes—. Me estás aplastando.

—Perdona.

Me apresuro a quitarme de encima de él y me tumbo a su lado. Él, sin embargo, continúa sin moverse.

—Acaríciame un poco la espalda, anda —me pide con la voz ahogada contra el colchón.

—Qué cara tienes —respondo entre risas.

Sin embargo, hago lo que me pide. Es una rutina que me gusta, muy diferente a la que he tenido con otros follamigos. Álvaro es especial; nunca es y nunca ha sido un polvo más para mí. Álvaro es mi amigo de verdad. Un amigo con el que suelo acostarme varias veces por semana, sí, pero un amigo, al fin y al cabo. Mi mejor amigo, en realidad.

—¿Estás bien? —pregunta tras unos minutos de silencio, claramente preocupado—. Estás muy callado hoy.

—Sí, sí, lo siento… Es que no dormí muy bien anoche.

—No te preocupes. Creo que será mejor que me duche y me vaya a casa. Y tú deberías descansar, que mañana tienes cole —añade con un guiño.

—Te recuerdo que no empiezo hasta las tres —respondo en mitad de un bostezo, y aprovecho la oportunidad para picarlo un poco—. No todos tenemos que madrugar.

Me siento de espaldas a la pared, frotándome los ojos con los puños. Él se incorpora para mirarme durante unos segundos. A continuación, baja la mirada hasta su vientre pegajoso y después hasta las sábanas, que también lo están.

—Te he pringado la cama… Lo siento —se disculpa con una sonrisa.

—Ni que fuera la primera vez —respondo entre risas mientras me quito el preservativo—. Ya cambiaré las sábanas luego.

—¿Te vienes a la ducha conmigo?

—Sí, claro.

Normalmente habría respondido con más entusiasmo, en parte porque me gusta que nos duchemos juntos y en parte porque eso muchas veces significa una segunda ronda. Sin embargo, hoy tengo la cabeza en otra parte. Tiro el condón a la papelera y sigo a Álvaro hasta el cuarto de baño, sumido en mis pensamientos.

—Oye, ¿seguro que estás bien? —pregunta mientras se mete en la bañera y abre el grifo para que el agua se vaya calentando—. Es que te veo muy raro.

Suelto un suspiro antes de contestar. Sé que se lo acabaré contando tarde o temprano, así que tampoco tiene mucho sentido seguir retrasándolo.

—Sí, no es nada… Un encuentro inesperado, nada más.

—¿Algún antiguo amor? —pregunta entre risas.

Mi primer impulso es negarlo. Sin embargo, nunca le he mentido a Álvaro, desde el primer día que quedamos. Nos conocimos por Grindr, durante mi primera semana en Madrid. Él buscaba sexo y yo también. Nos gustamos enseguida y además vivíamos relativamente cerca, así que quedamos esa misma noche. A veces, las cosas eran así de simples. Sin embargo, después del sexo ocurrió algo que pocas veces me había pasado: nos quedamos hablando durante horas. Concretamente, hasta las seis de la mañana. Y, después, le dije que se quedara a dormir conmigo, a pesar de que vivía a solo veinte minutos a pie. Nos despertamos a la hora de la comida, metimos una pizza en el horno y nos pasamos toda la tarde y buena parte de la noche viendo películas malas en Netflix. Y también haciendo otras cosas, claro.

Y, por sorprendente que pueda parecer, ese fue el inicio de algo muy bonito.

Ni somos ni hemos sido nunca pareja, por supuesto. Ninguno de los dos siente ninguna clase de atracción romántica hacia el otro. Sin embargo, ese encuentro fortuito a través de Grindr fue el inicio de mi primera amistad de verdad en Madrid, y también la más importante. Álvaro no es solo alguien con quien acostarme cuando a los dos nos apetece. Es alguien con quien ir al cine o de fiesta. Es alguien con quien pasar las tardes viendo series y películas. Y también es alguien en quien sé que puedo confiar, sea para lo que sea.

—Sí, podríamos decir que sí —respondo al fin.

—Joder, ¡pues cuenta!

—Nada, es solo… —Suelto una risa nerviosa—. En fin, un crush que tuve en el instituto. Rubén. Me pasé todo 3.º de la ESO pillado por él. Fue mi primer amor, supongo.

—¿Y ahora vive aquí o qué? —pregunta mientras me enjabona el pecho, y yo asiento con la cabeza.

—Y no solo eso. Trabaja en el cole donde empecé ayer. Es el profe de mis niños.

—No jodas. ¿Y qué tal? ¿Qué te ha dicho?

—Nada —respondo, encogiéndome de hombros para tratar de quitarle importancia—. Ni siquiera me ha reconocido.

—Hostias… Me imagino que tu yo adolescente estará fatal ahora mismo.

—Está un poco en la mierda, sí —contesto entre risas, dejando que me enjabone la espalda—. Pero… no sé. Me habría gustado que me reconociera, la verdad. Significó mucho para mí durante ese curso. De hecho, marcó el resto de mi etapa en el instituto.

—Déjame adivinar: era hetero.

—No, qué va —contesto, y me doy la vuelta para mirarlo—. Bueno, a ver, nunca me lo dijo claramente, pero yo creo que no era hetero ni de coña. Con decirte que éramos los dos superfanes de las Embrujadas…

—Hostias, me encantaba esa serie —responde con una sonrisa.

—Pues él me grababa todos los capítulos, así que imagina.

—Bueno, igual veía la serie por las chicas.

—Te digo yo a ti que no —respondo entre risas—. A ver, obviamente no lo digo por eso. Yo creo que o era gay o era bisexual, pero hetero estoy seguro de que no era.

—¿Y nunca pasó nada entre vosotros?

Me quedo en silencio durante unos instantes, sopesando la pregunta. En realidad, sí que había pasado algo, por así decirlo, pero todos los detalles más íntimos con Rubén prefiero guardármelos para mí mismo. Y no porque no confíe en Álvaro, sino porque no estoy preparado para compartirlos todavía.

—Bueno, digamos que no pasó lo que yo quería que pasara —respondo al fin—. Te juro que soñaba con ello todas las noches, pero… nunca fui capaz de dar el paso.

—¿Y él tampoco lo hizo?

Niego con la cabeza.

—Yo pensaba que no le gustaba, pero después de que perdiéramos el contacto ya no estaba tan seguro. Y, cuanto más tiempo pasaba, más claro tenía que había dejado escapar mi oportunidad.

—Joder. Eso sí que es una putada.

Vuelvo a darme la vuelta y él comienza a masajearme la espalda, extendiendo el gel. Cierro los ojos mientras disfruto de la presión de sus manos. Estoy más tenso de lo que pensaba, pero él se encarga de relajar mis músculos poco a poco.

—Ya. Me pasé muchos años pensando en lo que podía haber sido, en lo que nunca fuimos. Pero, no sé… Con el tiempo y la experiencia, cada vez tenía más claro que las señales estaban ahí. Supongo que yo no era capaz de verlas, o tal vez es que no quería verlas. No sé. —Suelto un suspiro—. Lo único que sé es que perdí cualquier oportunidad que podría haber tenido.

—Bueno. Pero igual ahora podrías tener otra, ¿no?

—No lo sé. No creo, la verdad. Si es que ni siquiera me recuerda, Álvaro.

—Pues, si es así, entonces es que no te merece —responde con voz tajante—. Mira, vamos a hacer una cosa. Date la vuelta.

—Sorpréndeme.

—Quiero que cierres los ojos. —Obedezco entre risas, imaginando ya lo que va a pasar a continuación—. Y, ahora, quiero que te imagines que soy el Rubén ese.

Ahora me río todavía más fuerte, aunque mantengo los ojos cerrados.

—Venga ya, Álvaro.

—Shh… —susurra él—. Imagina que estamos viendo Embrujadas en la tele. Y que están volando en escoba o lo que sea.

—Las Embrujadas no volaban en escoba, Álvaro.

—Bueno, da igual. Imagina que estamos los dos en el sofá. —Lleva la mano derecha hacia la mía—. Y entonces yo, que soy Rubén, te empiezo a acariciar la mano…

—Teniendo en cuenta que nos daba vergüenza rozarnos siquiera…

—Tío, para. Que me estás jodiendo la fantasía. ¿O prefieres que pare yo?

—No, no —me apresuro a responder—. Perdona. En realidad, me gusta esto.

—Vale. Pues eso, te empiezo a acariciar la mano… y voy subiendo poco a poco por tu brazo.

Lo hace y, en mi mente, comienzo a imaginar que es Rubén quien me está tocando. Pero no el Rubén que conocí en su día, sino el Rubén de la actualidad, el que vi ayer. Un Rubén más alto y crecido y, sin duda, mucho más experimentado que los críos inseguros que éramos en su día, esos chavales que apenas estaban empezando a descubrir sus cuerpos.

La mano sube hasta mi cara y acaricia mi mejilla antes de dirigirse hasta mi boca. Comienza a recorrer mis labios suavemente con los dedos.

—No sabes cuánto tiempo llevo deseando hacer esto, Eric —susurra Rubén contra mi oído… No, Álvaro. Es Álvaro.

Y, entonces, me besa. Y durante un segundo, un breve y glorioso segundo, siento como si fuera Rubén el que me está besando. Pero no es Rubén, claro. Es Álvaro. Conozco demasiado bien sus labios como para confundirlos.

Me aparto bruscamente de él y abro los ojos para mirarlo.

—Álvaro, para.

—¿Qué pasa?

Levanto la mano para acariciarle la cara.

—Prefiero que sigas siendo tú, ¿vale?

—Me parece perfecto —responde con una sonrisa.

Vuelve a besarme y, esta vez, me permito dejarme llevar. Recorre mi cuerpo, masajeando y acariciando las zonas precisas, demostrándome hasta qué punto ha llegado a conocer bien mi cuerpo en todo este tiempo. Cuando se arrodilla frente a mí dispuesto a darme placer mientras el agua de la ducha cae sobre nosotros, suelto un gemido tan prolongado que reverbera en las paredes del cuarto de baño.

Sitúo las manos a ambos lados de su cara, tal como a él le gusta, y muevo la cabeza de atrás hacia delante en movimientos cada vez más rápidos. El agua caliente cae sobre mi espalda mientras la boca de Álvaro me saborea en profundidad, y la mezcla de sensaciones es tan intensa que sé que esta vez voy a acabar mucho más rápido que antes.

—Álvaro… —alcanzo a decir, con la respiración entrecortada—. ¿Prefieres que volvamos a la habitación?

Aparta la boca el tiempo justo para negar con la cabeza, y después continúa haciéndome estremecer de placer como solo él es capaz de hacerlo.

Cuando exploto al fin en su boca, me tiemblan tanto las piernas que tengo que apoyar la espalda en la pared para no perder el equilibrio.

Lo que nunca fuimos

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