Читать книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood - Страница 17
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ОглавлениеLunes, 17 de enero de 2005
—¡Cuéntamelo todo! —exigió Natalia, entusiasmada, cuando nos quedamos solos a la hora del recreo. Casi parecía más emocionada que yo de que hubiera quedado con Rubén—. Llevo todo el fin de semana mordiéndome las uñas.
—Ay, déjame
—¡No seas tonto! ¿Qué pasa, te da vergüenza?
—Un poco —admití muy a mi pesar.
De hecho, estaba tan rojo que me sentía a punto de explotar. Me quedé mirando fijamente al suelo, sin saber muy bien qué decir mientras ella me miraba con expectación. En realidad, no era solo el hecho de que me diera vergüenza: por alguna razón, de momento prefería guardarme la tarde con Rubén para mí.
—Bueno —dijo al fin, dándose cuenta de que no le iba a decir nada más—. Si algún día te apetece hablar del tema, me tienes a mí. Yo no te voy a presionar, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. ¿Vale?
Sonreí con los ojos húmedos ante la sinceridad de sus palabras.
—Gracias, Nati.
—No hace falta que las des —respondió, también sonriendo—. Para eso están los amigos, ¿no?
La abracé. No sabía si había sido por impulso, o tal vez simplemente para esconder las lágrimas que amenazaban con derramarse, pero la abracé.
Era la segunda vez que nos abrazábamos desde que nos conocíamos, y la primera que era yo quien tomaba la iniciativa. Y, mientras las lágrimas traicioneras se escapaban de mis ojos y se deslizaban por mis mejillas, ella me devolvió el abrazo con fuerza, transmitiéndome todo su calor y su serenidad, pero también un cariño que necesitaba mucho más de lo que yo mismo pensaba.
Ese fue el día que descubrí que los abrazos de Natalia eran magia. Y, como los buenos trucos de magia, lo único importante es que funcionan, aunque no sepas muy bien cuál es el secreto.
Lo cierto es que durante los meses posteriores necesité su magia demasiadas veces.