Читать книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood - Страница 16

Capítulo 5

Оглавление

Solo tengo que dar clases en el colegio dos días por semana: los martes y los jueves. Y eso significa que voy a tardar cinco días en volver a ver a Rubén. Cinco días que, después del abrazo y la conversación de la última vez, se me están haciendo interminables. Tendría que haberle pedido el teléfono, pero ahora ya es demasiado tarde para arrepentirme. Si lo hubiera hecho, tal vez podríamos hablar un poco este mismo fin de semana. Pero, en lugar de eso, lo único que voy a poder hacer es obsesionarme.

—¿No lo tienes en Facebook? —me pregunta Álvaro.

Está pasando el fin de semana en mi casa, tal como suele hacer casi todas las semanas. Ninguno de los dos tenemos demasiados amigos aquí, así que pasamos mucho tiempo juntos. Siempre hacemos como mínimo un plan fuera de casa para obligarnos a salir, ya sea ir al Retiro, a algún museo, al cine o al teatro. Este fin de semana iremos a comprar ropa, aunque eso no será hasta mañana. Hoy tengo trabajo pendiente; necesito terminar dos artículos que tengo que entregar antes del lunes y no quiero dejarlos para el último momento. Por lo demás, nuestros fines de semana suelen consistir en series, películas y videojuegos mientras comemos pizza, burritos y comida china, con algún kebab de vez en cuando. También hay sexo, claro; es algo que no ha cambiado desde el día que nos conocimos. En realidad, la situación con Álvaro es casi como ser pareja, pero sin todos los dolores de cabeza que eso conlleva.

—Qué va —contesto—. Llevaba más de diez años sin saber nada de él; entonces yo ni siquiera tenía cuenta en Facebook.

—¿Y tampoco en otras redes sociales?

—Ninguna. —Sonrío al acordarme de algo—. Lo tenía en el Tuenti, claro, que era lo que lo petaba en esa época… Pero lo cerraron hace ya años.

Álvaro se echa a reír.

—Bueno, pero eso no significa que no podamos encontrarlo, y yo soy como Conan, Sherlock Holmes y el detective Pikachu en una sola persona —me asegura, dándose unos golpecitos en la sien con un dedo—. Venga, vamos a empezar por lo obvio. ¿Te acuerdas de sus apellidos?

Mierda. ¿Cuáles eran sus apellidos? Me esforcé tanto en olvidarme de él que no era capaz de recordarlo. ¿Martínez? ¿Rodríguez? Estaba seguro de que tenía que ser algo parecido, pero no conseguía acordarme.

—Joder, no me acuerdo. Era algún apellido común, eso fijo.

—¿García? —sugiere, pero yo niego con la cabeza. Estoy seguro de que ese no era—. ¿Fernández? ¿López?

—Uf, es que no lo sé. Pero creo que es de los que terminan por Z.

Álvaro se levanta del sofá y se acerca a la mesa donde estoy trabajando con el ordenador, arrastrando una silla para poder sentarse junto a mí.

—Vale, pues abre Facebook. Vamos a hacer una búsqueda en Madrid con su nombre y todos los apellidos acabados en Z que se nos ocurran.

Nos pasamos más de media hora probando todas las combinaciones que se nos ocurren, sin éxito. Pero eso no parece desanimar a Álvaro. Al contrario, parece entusiasmado por el reto.

—No pasa nada —me asegura con calma absoluta, muy seguro de sí mismo mientras se aparta un mechón de pelo oscuro de la cara—. Todavía nos quedan muchas formas de encontrarlo.

—¿Vas a tardar mucho? Porque si eso me pongo a hacer un bizcocho o algo.

—El trabajo de detective lleva su tiempo, mi querido Eric —contesta, dándose unos golpecitos ahora en la nariz—. Si quieres ponte a hacerlo, pero necesito que me abras los perfiles de todos tus amigos que fueran al mismo instituto.

—Vale, dame un momento. Son pocos.

En realidad, no utilizo Facebook y solo mantengo abierta la cuenta por la pereza que me da cerrarla y la pena de perder las pocas fotos en las que estoy etiquetado, así que no tengo muchos amigos allí. Y, de esos, menos de una docena son del instituto, y solo porque me dio reparo rechazar sus invitaciones cuando las recibí en su día. La única con la que mantengo un contacto constante es Natalia, y no precisamente a través de una red social.

Dejo a Álvaro con el ordenador y me dirijo hacia la cocina. La repostería siempre me ayuda a distraerme cuando prefiero no pensar, lo cual siempre viene bien, y poder comerme después lo que hago es todavía mejor. Suelo hacer algo todos los fines de semana, y en esta ocasión me he decidido por un bizcocho de yogur y naranja. Es sencillo pero delicioso, y su preparación debería darme el tiempo suficiente para que Álvaro acabe con su investigación.

Sin embargo, hoy la técnica de distracción no funciona tan bien como en otras ocasiones. Mientras mido la harina, el azúcar y el aceite con los vasos de yogur me acuerdo de lo goloso que era Rubén y de lo mucho que le gustaban mis galletas. Me pregunto qué pasaría si le hiciera galletas algún día de estos para llevárselas al colegio. Me salen mucho mejor ahora que cuando tenía quince años, eso seguro.

Acabo de meter el bizcocho en el horno cuando Álvaro me llama desde el salón-dormitorio de mi estudio. Me apresuro a salir de la cocina mientras me limpio las manos en el delantal, sin poder evitar sentirme emocionado ante la perspectiva de poder hablar con Álvaro.

—¿Lo has encontrado?

—Yo creo que sí, pero eso vas a tener que decírmelo tú.

—Vamos a ver…

Me siento junto a él, un tanto nervioso de repente. Tiene cerrada la pantalla del portátil y una sonrisita de suficiencia en la cara.

—Te voy a enseñar tres perfiles. Estoy casi seguro de que es el tercero, pero quiero descartar los otros dos primero.

—¡Venga ya, que me tienes histérico!

Abre el portátil y lo gira hacia mí para enseñarme el primer perfil. No es él. Es un chico rubio y con barba, de ojos azules y la piel de un moreno intenso; no podría alejarse más de lo que es Rubén. Niego con la cabeza y entonces Álvaro cierra la pestaña, sonriendo como si ya se lo esperara, y me muestra el siguiente perfil. Esta vez se trata de un chico musculoso, de ojos y pelo castaños como Rubén, pero tampoco es él. Vuelvo a negar con la cabeza.

—Lo que me imaginaba —dice sin el menor atisbo de sorpresa—. Es el tercero, entonces.

—Venga ya, ¿cómo puedes estar tan seguro? —pregunto entre risas—. Enséñamelo ya, que el chasco va a ser peor si no es él.

—Te prometo que es él. ¿Qué te juegas?

—No lo sé —contesto—. Lo que quieras.

—Vale. Pues si tengo yo razón, me dejas hacer de activo.

Me echo a reír mientras sopeso su propuesta. Técnicamente soy versátil en la cama, pero por lo general prefiero hacer de activo por una simple cuestión de comodidad, y eso encaja también con las preferencias de Álvaro. De todos modos, no está mal cambiar un poco de vez en cuando, así que si acepto la apuesta y gana Álvaro tampoco es que vaya a ser ningún sacrificio precisamente.

—Venga, va. ¡Enséñamelo ya!

Cierra la pestaña del segundo perfil y, entonces. ahí está él.

—¿Y bien? —me pregunta Álvaro.

—Está bien, luego puedes hacer de activo si quieres —respondo entre risas—. Joder, ¿cómo lo has conseguido?

—No ha sido tan difícil, la verdad. Primero, revisé todas las listas de amigos de tus amigos, buscando a toda la gente que pareciera tener la misma edad que tú. Por suerte, muchos tenían amigos en común, así que me quedé con unos cuarenta perfiles en total. Aunque tuve que descartar a todos los que tenían el perfil privado y me quedé solo con treinta.

—¿Y allí estaba?

—Qué va. Entre ellos estaba el primer Rubén, el rubiales, pero no creía que fuera él.

—¿Por qué no?

Se encoge de hombros y me mira como si fuera evidente.

—No es tu tipo; demasiado normativo. El caso es que, tras descartar a los que tenían el perfil privado, también descarté a unos cuantos que tenían el instituto en el perfil porque no coincidía con tu ciudad. Me quedaban unos veinticinco perfiles, más o menos. Lo que hice fue repetir el paso anterior y abrir todas sus listas de amigos que podían haber coincidido con tu instituto.

—Estás de coña —respondo impresionado—. ¿Con cuántos perfiles abiertos acabaste?

—No lo sé. Cien como mínimo, eso seguro. Descarté a quince o veinte que tenían los perfiles privados, y menos mal, porque el ordenador estaba ya a punto de petar. Y, de todos los perfiles que quedaban, había dos que se llamaban Rubén. No creía que fuera el musculitos, pero el tercero me parecía mucho más tu tipo.

—Pero ¿cómo estabas tan seguro de que era él? —le pregunto mientras miro la pantalla—. Su perfil es privado y no aparece ningún dato.

—Solo tuve que buscar su nombre en Google y… ¡tachán! —Cambia a otra pestaña, y en ella veo el perfil de LinkedIn de Rubén—. Su perfil me confirmó lo que necesitaba saber: que estudió en el mismo instituto que tú y, más importante todavía, que trabaja en el mismo colegio que tú. —Me mira con esa sonrisita de suficiencia ahora más grande que nunca—. Así que, en realidad, no tenía nada que perder a la hora de hacer la apuesta.

Lo cierto es que estoy impresionado, aunque no se lo pienso decir.

—Eso es trampa.

—¡No es trampa! ¿Acaso no lo encontré por mis propios métodos?

Pongo los ojos en blanco.

—Bueno, vale. Lo que tú digas. —Vuelvo a mirar el perfil de Facebook de Rubén—. Y ahora. ¿qué hago?

Me mira alzando una ceja.

—Es evidente, ¿no?

Y, antes de que pueda detenerlo, le envía una petición de amistad.

—¡Álvaro! —le grito, mitad enfadado y mitad divertido mientras trato de alcanzar el portátil.

Él cierra la pantalla para que no pueda deshacer la petición.

—Me acabarás dando las gracias, así que no te quejes tanto —responde, guiñándome un ojo. A continuación, comienza a deslizar su mano por mi pierna—. Y te recuerdo que me debes algo por haber ganado la apuesta…

Me echo a reír.

—Pues vamos a tener que esperar un rato, porque como empecemos ahora se me va a quemar el bizcocho.

—Bueno… —comienza mientras se pone en pie y se sitúa frente a mí—. Podríamos ir empezando y después ya hacemos una pausa para que saques el bizcocho. Cuando acabemos ya se habrá enfriado y vamos a tener hambre, así que es el plan perfecto.

—Ah, ¿sí? —pregunto, palpando su muslo con la mano—. ¿Y cómo quieres que empecemos?

—Pues mira, por ahí va bien.

—¿Sí? —pregunto mientras continúo acariciando su pierna, subiendo cada vez más—. ¿Esto?

—Justo ahí, sí.

Comienzo a apretar ligeramente con la mano y él suelta un gruñido de satisfacción. Le bajo el bóxer y ahí está su miembro erecto, cálido y deseoso de mi boca. Acerco los labios a él y lo acaricio suavemente con la lengua, arrancándole un gemido prolongado. A continuación, me lo meto en la boca y comienzo a succionar, sintiendo cómo crece mi propia excitación con cada uno de sus jadeos entrecortados.

Continúo así hasta que oigo el temporizador del horno, y entonces hago una pausa rápida para sacar el bizcocho y vuelvo con Álvaro. Ya está completamente desnudo, esperándome en mi cama, y al verlo me doy cuenta de las ganas que tenía realmente de cambiar los papeles con él. Así pues, me subo a la cama para sentarme encima de él y lo beso mientras presiono las nalgas contra su cuerpo como sé que le gusta.

Y a mí me gusta todavía más cuando me hace tumbar boca abajo y hunde la cara entre mis nalgas, preparándome para lo que está por llegar.

Lo que nunca fuimos

Подняться наверх