Читать книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood - Страница 13
Antes
ОглавлениеViernes, 14 de enero de 2005
El miércoles le contamos a la profesora de Inglés las ideas que teníamos para el trabajo. Al principio, tener un trimestre entero nos parecía mucho tiempo, pero no tardamos en darnos cuenta de que realmente íbamos a ir muy justos si no nos esforzábamos al máximo. No era el típico trabajo fácil que se podía hacer en un par de horas tirando de Wikipedia, el Rincón del Vago y la Encarta. Si queríamos tener una nota decente, íbamos a tener que currárnoslo y echarle muchas horas.
La última semana antes de las vacaciones de Semana Santa tendríamos que exponer los trabajos delante de toda clase. Solo íbamos a tener los miércoles para avanzar con el proyecto en clase y consultar las dudas que pudiéramos tener con la profesora, lo cual significaba una cosa: íbamos a tener que vernos mucho fuera de clase si queríamos avanzar.
Al tratarse de un trabajo audiovisual para el que tendríamos que ver vídeos y películas, la biblioteca quedaba descartada… Y eso significaba que tendríamos que quedar en la casa de alguno de los dos. Por lo tanto, había muchas posibilidades de que fuera a tener a Rubén en mi habitación o de estar yo en la suya, tal como había sugerido. Me había pasado desde el lunes soñando despierto con ese momento, y también soñándolo de verdad por las noches. Tras una de ellas, tuve que poner el pijama a lavar al despertarme, rezando para que mi madre no me hiciera preguntas incómodas.
Aun así, también había estado el resto de la semana evitando a Rubén. Y es que temía y ansiaba al mismo tiempo el momento en que quedáramos a solas. ¿Y si me dejaba a mí mismo en ridículo? ¿Y si le caía mal cuando me conociera un poco? O, peor todavía. ¿Y si descubría mi secreto? No sabía cómo se iba a tomar el hecho de que un chico estuviera colado por él, pero estaba seguro de que la situación sería como mínimo un poco violenta.
—¿Eric? —dijo una voz demasiado familiar desde el otro lado del aula, sobresaltándome.
Era la hora del recreo, pero yo me había quedado con Natalia en nuestra clase, tal como hacíamos siempre. Habíamos descubierto enseguida que ahí nadie nos molestaba nunca. Estábamos haciendo los deberes de Matemáticas para la siguiente hora, tan concentrados que ninguno de los dos nos dimos cuenta de que Rubén había entrado en el aula.
—Ho… Hola —acerté a responder. Me sentía como un idiota.
—¿Qué tal?
—Eh… Pues bien. ¿Y tú?
—Bien.
Nos quedamos en silencio durante unos minutos, sin saber muy bien qué decir. Natalia nos lanzaba miradas alternas, con una sonrisa de diversión en el rostro. Se estaba dando cuenta de todo, y yo lo único que quería era que me tragara la Ttierra.
—¿Querías algo, Rubén? —preguntó mi amiga al fin, cansada de nuestro duelo de miradas tímidas y silencios incómodos.
—Eh. Sí —contestó él, claramente cohibido—. Quería hablar con Eric.
—Pues dispara, que tenemos que hacer los deberes de Mates y necesito que él los termine para copiárselos.
—¿Puedes venir un momento, Eric? —me preguntó Rubén con timidez.
—Eh… Claro.
Me acerqué a él mientras el corazón me latía con fuerza. Esperaba que fuera él el primero en hablar, porque yo no sabía qué decir. Al detenerme a apenas un metro de distancia me di cuenta de que tenía las mejillas calientes, y me maldije por haberme acercado tanto. Al menos, desde esa distancia no iba a ser capaz de oír los latidos frenéticos de mi corazón. ¿Verdad?
—Tendríamos que ir pensando en el trabajo de Inglés. —Si se había fijado en el color de mis mejillas, desde luego, lo supo disimular muy bien—. No hemos podido avanzar casi nada en clase y deberíamos ponernos ya en serio.
En realidad, yo me había hecho un maratón de toda la saga de Star Wars en dos tardes y eso ya suponía todo un avance por mi parte, pero claro, eso él no lo sabía.
—Sí, estaría bien.
Me miró durante unos instantes con timidez, y me di cuenta de que tragaba saliva varias veces mientras pensaba qué decir a continuación.
—¿Te apetece quedar este finde? Para hacer el trabajo, digo —se apresuró a aclarar. Yo me esforcé al máximo por no mostrar mi entusiasmo, pero por dentro sentía fuegos artificiales que explotaban en mi estómago. Al ver que no contestaba, añadió—: Si quieres.
—Sí, estaría bien. ¿En tu casa o en la mía?
En ese momento quise que me tragara la tierra una vez más, sobre todo al oír la risita mal disimulada de Natalia. Si ya había conseguido cagarla en apenas un minuto de conversación, ¿cómo no iba a hacerlo si llegábamos a quedar? Por suerte, su única reacción fue una media sonrisa curvando sus labios.
—¿Te quieres venir a la mía? Tengo todos los DVD de la saga y varios libros de las películas, así que hay material de sobra para ir empezando.
Tuve que respirar hondo antes de contestar para parecer tranquilo.
—Mejor. Además, la conexión de mi casa es una mierda. ¿Puedes mañana?
—¡Claro! Podemos quedar a las cinco, así tenemos toda la tarde para hacerlo. ¿Te parece bien?
—Sí, claro —me apresuré a responder. Tragué saliva y después añadí—: ¿Llevo… llevo algo para merendar o lo que sea?
—Bueno, vale, estaría bien —contestó sonriente; al menos, no le había parecido una pregunta estúpida—. Si quieres trae galletas o algo así, como veas. Yo tengo Kit Kats, pero no sé si habrá suficientes para toda la tarde.
Él mismo lo había dicho: «Toda la tarde». Me esforcé por no hiperventilar ante la perspectiva de pasar una tarde entera con él. En su casa. Y, muy probablemente, en su habitación, los dos solos sin nadie que nos molestara. No sabía cómo iba a poder dormir aquella noche. Continuamos hablando un par de minutos más y me apunté la dirección en mi agenda. Me pillaba un poco lejos de casa y tendría que coger el autobús para llegar, pero sabía que merecería la pena cada segundo del trayecto.
—Bueno… Pues me voy fuera. —Me dirigió una sonrisa antes de añadir—: ¡Hasta mañana!
No sabía qué decir, así que me quedé ahí paralizado, mirándolo como el idiota que era mientras él se marchaba. Un momento después me recuperé y volví a mi asiento, sintiéndome como si estuviera flotando en una nube.
Nati se me quedó mirando fijamente cuando llegué junto a ella.
—¿Qué pasa? —pregunté, y le di un trago largo a la botella de agua que tenía sobre el pupitre—. ¿Tengo un moco en la cara o qué?
—A ti te mola Rubén —dijo de repente, haciéndome escupir toda el agua. Ella se echó a reír al ver que confirmaba sus sospechas sin querer—. ¿A que sí?
—¿Qué dices, Nati? —mascullé, sintiendo que me ardían las mejillas todavía más—. No digas chorradas.
—¿Chorradas? —repitió—. ¿Por eso has escupido el agua cuando te lo he preguntado?
—Es que he bebido muy deprisa y me he atragantado.
—Eric, que mientes fatal —insistió con una sonrisa, y después puso los ojos en blanco—. No soy tonta, ¿sabes? Sé que te mola, se te nota a kilómetros.
—Tía, que no —insistí—. Que no soy… No soy gay.
Me di cuenta de que era la primera vez que pronunciaba aquella palabra. La sentía extraña en mi lengua, como si quemara, como si fuera algo prohibido o insultante. Supongo que, cuando te enseñan toda tu vida a odiar esa palabra y todo lo que representa, al final no te queda otro remedio.
—Claro, y yo no soy bollera.
—¿Qué? —pregunté con los ojos muy abiertos, un tanto aturdido por su respuesta—. Espera. ¿Eres lesbiana?
Se echó a reír, encogiéndose de hombros mientras me miraba.
—Pues claro. Yo pensaba que ya te habrías dado cuenta.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—No sé, es que tampoco quería presionarte —respondió—. Prefería esperar hasta que te sintieras preparado para hablar del tema.
—Espera. ¿Tú ya sabías que yo soy ? —Ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra otra vez, a pesar de que me acababa de decir que era como yo—. Bueno, ya sabes.
—Pues claro, y más viendo cómo mirabas a Rubén. —Se encogió de hombros como si fuera evidente, y supongo que en cierto modo lo era—. Mira, Eric, me importas mucho, pero ya sé que solo hace un trimestre desde que nos conocemos. No quería que te sintieras obligado a decirme nada; prefería que me lo contaras cuando te sintieras preparado.
Tenía lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta que me impedía contestar de inmediato, pero Natalia no insistió.
—Jo —dije al fin—. Eres la mejor.
Ella me miró a los ojos durante unos segundos, con una sonrisa en la cara. Y, entonces, cruzó los escasos centímetros que nos separaban para rodearme con sus brazos. Era la primera vez que me abrazaba, y en ese momento fue cuando me di cuenta de lo muchísimo que necesitaba un abrazo así. El abrazo de una amiga, cálido y reconfortante justo cuando más lo necesitaba.
Mientras me secaba las lágrimas en los ojos, me di cuenta también de que ni siquiera recordaba ya la última vez que me había abrazado un amigo. Pero estaba seguro de que iba a tener muchos abrazos como ese a partir de ese momento, y ese pensamiento me llenaba de felicidad casi tanto como la idea de poder pasar la tarde del sábado en la casa de Rubén.
Como ella misma había dicho, solo hacía un trimestre que nos conocíamos. Sin embargo, ese trimestre me había bastado para darme cuenta de que había conseguido una amiga para toda la vida.