Читать книгу Lo que nunca fuimos - Mike Lightwood - Страница 7

Antes

Оглавление

2004

Me había pasado un trimestre entero sin hablar con él ni una sola vez. Un trimestre entero mirándolo.

Lo miraba por la calle cuando salíamos del instituto, lo miraba por los pasillos y, sobre todo, lo miraba en clase. Cuando nadie más me veía, cuando todos tenían mejores cosas que hacer que fijarse en el chico nuevo al que nadie conocía y que tampoco se molestaba por conocer a nadie. En esos momentos, yo solo hacía una cosa: mirarlo.

Así fue como lo aprendí todo sobre él o, al menos, eso es lo que creía. Me aprendí los movimientos de sus manos y su forma de caminar. Me aprendí el remolino que siempre se le formaba en la coronilla. Me aprendí el movimiento nervioso de sus piernas cuando teníamos algún examen. Me aprendí su voz, la diferencia de tono entre cuando hablaba con sus amigos y el nerviosismo cuando respondía las preguntas de algún profesor.

Pero jamás le había hablado y, por supuesto, él tampoco lo había hecho. Sin embargo, al terminar ese curso deseé que jamás hubiéramos llegado a conocernos siquiera.

Fue en 3.º de la ESO. Un curso que supondría un punto de inflexión en mi vida, y no solo por motivos académicos. Acababa de cumplir los quince años; ya no era un niño, pero todavía me quedaba mucho para ser un adulto. Desde mi perspectiva, faltaba tanto que realmente dudaba que llegara a serlo algún día, aunque ahora sonrío al pensar en lo cortos que parecen esos años vistos desde la distancia.

Había empezado el curso con miedo. Tras dos años en secundaria, el fantasma del bachillerato era cada vez más corpóreo en el horizonte, como cuando vas en coche durante una mañana de niebla y los edificios comienzan a aparecer en la lejanía. No, desde luego que ya no era ningún niño. El curso siguiente ya terminaría la ESO, y después entraría en bachillerato. Tras eso, vendría la selectividad, seguida de la universidad, y entonces llegaría el fantasma más terrible de todos, un monstruo que me acompañaba cada noche cuando no podía dormir pensando en el futuro: La Vida Adulta. Ese Día de Mañana que tanto mencionaban los profesores, esa etapa en la que ya no estaría bajo la protección de mis padres y tendría que volar solo, quisiera o no.

Habría sido más fácil si hubiera tenido un grupo de amigos en clase, pero no era el caso. No es que fuera de los marginados de la clase, pero tampoco era popular. Simplemente era uno más, alguien del montón. Pero yo no era como mis compañeros; eso era algo que ya tenía más que claro. Tenía un secreto; un secreto que había aparecido en mi vida sin desearlo y que se había quedado ahí sin ser invitado. Un secreto que me daba miedo. Era un secreto que necesitaba gritar a los cuatro vientos y, al mismo tiempo, sabía que debía ocultar a cualquier coste.

Nadie podía descubrir que me gustaban los chicos.

Por lo que había podido averiguar de la dinámica del grupo durante el primer trimestre, Rubén también era uno más en la clase. Tenía un par de amigos, aunque muchas veces prefería quedarse solo. Y también era guapísimo, o al menos a mí me lo parecía. Y me molestaba pensar eso. Me molestaba mirarlo cuando nadie me miraba. Y me molestaba que estuviera siempre, casi siempre, solo, cuando yo lo único que quería hacer era acercarme a él. Pero no podía hacerlo.

En realidad, desde la distancia que me dan los años, me doy cuenta de que tampoco era tan guapo, al menos, no en el sentido más convencional de la palabra. Tenía acné, aunque lo cierto es que casi todos lo teníamos a esa edad. Y tampoco estaba tan desarrollado como algunos de mis compañeros, que me sacaban una cabeza y tenían unos músculos que prefería no mirar. Rubén, de hecho, ni siquiera estaba delgado, lo cual lo excluía automáticamente de las listas absurdas que hacían las chicas de clase. Y, aun así, durante ese curso Rubén era para mí el chico más guapo del mundo.

Sin embargo, no hablé con él hasta el día que nos emparejaron para hacer un trabajo de clase.

Y, desde ese momento, todo cambió por completo.

Lo que nunca fuimos

Подняться наверх