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RORTY

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a) En uno más de sus embates destinados a desbancar la verdad y la objetividad de su milenario trono, Richard Rorty sostuvo en el año de 2002, en La Sorbona de París, un debate con Pascal Engel en torno al “uso” que hoy por hoy pudiera asumir el término “verdad”. Los textos que ambos presentaron entonces fueron compilados en el libro What’s the Use of Truth?132

Rorty inicia su ponencia, muy a su estilo, con un reto a Pascal Engel, filósofo analítico, al compartirle que también él alguna vez pensó que la filosofía analítica era “la ola del futuro, pero ahora me parece poco atractiva y sin objeto”.133 Más bien, Rorty mismo se posiciona como un pensador que tiene “una visión del lenguaje un tanto más suave e indiferenciada”; en una, es “una red suave que puede ser entendida de un modo mejor si abandonamos las distinciones tradicionales”.134 Junto a ello, hay que decir que “no hay discurso, debate, teoría o vocabulario que esté desprovisto de significado… Cualquier expresión lingüística tiene un significado si se lo das… y ello se consigue si usas una expresión de una manera más o menos predecible”.135

Pero mejor aún, según Rorty, los pragmatistas se interesan sólo en saber si la solución de un debate tendrá un efecto en la práctica, si será útil. Por lo mismo, el punto que Rorty quiere objetar al debate “realismo vs anti-realismo” es que la solución a estos debates no tendrá apoyo alguno en la práctica. Más bien, dice, “veo los debates de este tipo como ejemplos de un estéril escolasticismo… y ya es hora de dejar atrás dichas cuestiones”.136 De ahí que el propio Rorty se adscriba a la tradición de pensadores como Dewey, Davidson y Brandom, o Nietzsche, Heidegger, Sartre y Derrida; la razón es que son pensadores menos expuestos al escolasticismo.

En la visión de Rorty, estos pensadores, especialmente Davidson y Brandom, rechazan “que haya discursos, o algunas partes de nuestra cultura, que están en contacto más cercano con el mundo, o se ajustan mejor al mundo, que otros discursos”; antes bien, “si un discurso tiene la capacidad de representar el mundo, entonces todos los discursos tienen esa capacidad; si algún discurso se ajusta al mundo, entonces todos los demás lo hacen también”.137

Por esto mismo, Rorty se pregunta por la utilidad de alguna parte de nuestra cultura que, en vez de explicar su utilidad social o de determinar el grado de consenso que se obtiene con ella, se aboca a considerar su relación con la realidad. Justamente ésta es la razón por la que, dice Rorty, para filósofos “posmodernos”, entre los cuales se cuenta él mismo, “los problemas tradicionales de metafísica y epistemología pueden ser abandonados porque no tienen utilidad social… sus vocabularios no tienen uso práctico”.138

Igualmente, y ahora en lo concerniente a los cambios que, por ejemplo, pensadores como Kant y los demás ilustrados introdujeron en las ideas, “la única cuestión que hay que preguntarnos es: ¿fue dicho cambio útil socialmente, o no? De esta manera, se le pondría final a debates puramente escolásticos, y hasta el momento bastante aburridos, entre los filósofos. El beneficio social de dichos cambios es obvio”.139

Ahora bien, por este camino, el punto central es aquel que versa sobre nuestras responsabilidades: “los pragmatistas piensan que es hora de dejar de creer que tenemos obligaciones, ya sea con Dios o con algún subrogado divino. El pragmatismo de James, como el existencialismo de Sartre, es un intento por convencernos en orden a dejar de inventar dichos subrogados”.140

Pasando ahora al escabroso tema de la diferencia entre verdad y justificación, Rorty reconoce que le hacen justicia cuando presentan su doctrina entre verdad y creencias que nos parecen justificadas, en términos de audiencias futuras y audiencias actuales. En teoría, una audiencia futura tendrá a su disposición “más datos, explicaciones alternativas, o simplemente mayor sofisticación intelectual. Y esta forma de enfocar el asunto entona con mi convicción de que nuestras responsabilidades son exclusivamente hacia otros seres humanos, no hacia la ‘realidad’”.141

Ahora bien, dice Rorty, Engel recomienda virtudes morales como la “sinceridad”, la “exactitud” o la “confianza”, pero ello puede lograrse “de cara a nuestras prácticas de justificación, en vez de seguir insistiendo en la importancia de la verdad”. Y contra todo temor infundado asegura: “yo no creo que la gente vaya a volverse menos sincera o les interese menos el ser precisos sólo porque se hagan pragmatistas… por lo mismo no veo por qué la separación de la noción de ‘verdad’ de aquella otra de ‘realidad en sí misma’ produzca una mayor falta de sinceridad o un deseo de ser engañado”.142

Finalmente, Rorty se ocupa del sintagma “verdad normativa”: si por ello se entiende que simplemente hay que tener convicciones verdaderas, no hay problema; pero si se piensa, en cambio, “que la verdad es un bien intrínseco que posee un valor intrínseco, entonces la cuestión parece que es imposible de disputar, porque yo no tengo la más pálida idea de cómo determinar qué bienes son intrínsecos y cuáles son sólo instrumentales… para los pragmatistas, ‘intrínseco’ es una palabra de la que se puede prescindir fácilmente”.143

El ideal pragmatista es, pues, “simplemente hacer nuestro mejor esfuerzo para justificar nuestras convicciones ante nosotros o ante los otros”. A fin de cuentas, “la distinción filosófica entre justificación y verdad parece no tener consecuencias prácticas”. Y en orden a concluir, Rorty sostiene que “desde Platón, los términos bueno, justo y verdadero han sido problemas sólo para los filósofos”. Y que, aunque los conceptos de verdad y justificación no se identifiquen, “ello no es razón suficiente para concluir que la naturaleza de la verdad sea una cuestión importante o interesante”.144

b) En el año de 2004, Rorty tuvo a cargo las conferencias universitarias “Page-Barbour” de la Universidad de Virginia, publicadas póstumamente bajo el título de Philosophy as Poetry en 2016. De ahí proviene el texto siguiente, que él tituló “Deshaciéndose de la distinción apariencia-realidad”.145

Como se ve ya desde el título, en ésta, que fue la primera de tres conferencias, Rorty se ocupó del tema que aquí nos interesa. Su punto de partida es reconocer que, “al margen de la utilidad que pueda haber tenido, la distinción platónica entre Realidad (con R mayúscula) y Apariencia (con A mayúscula) ha sobrevivido, y es asunto que sólo los filósofos se toman en serio. Y debemos hacer cuanto podamos para deshacernos de ella”.146 La promesa a cumplirse si esto se logra será, en opinión de Rorty, que:

Ya no deberemos preguntarnos si la mente o el lenguaje representan la realidad de manera adecuada. Dejaremos de pensar que unas partes de nuestra cultura están más en contacto con la realidad que otras. Expresaremos nuestro sentido de finitud no mediante la comparación de nuestra humanidad con algo no-humano, sino comparando nuestro modo de ser humanos con otros modos, mejores, que puedan ser adoptados por nuestros descendientes. Y al acercarnos a nuestros antepasados, no diremos que ellos estaban menos en contacto con la realidad que nosotros, sino sólo que su imaginación era más limitada que la nuestra. Presumiríamos el poder hablar sobre más cosas que ellos.147

Pues bien, en la historia occidental, prosigue Rorty, fue Parménides el primero que introdujo la noción de Realidad, con R mayúscula. Después, Platón enseñó que sólo unos cuantos mortales lograrían acceder a lo “realmente real” si sustituían la opinión común por el conocimiento. Y desde entonces hay quienes se preocupan por saber si es posible acceder a la Realidad o si nuestras facultades cognitivas nos impiden tal acceso.

Lo irónico de todo esto, comenta Rorty, es que nadie en absoluto se preocupa en saber “si tenemos acceso cognitivo a los árboles, las estrellas, la crema o los relojes de pulsera. Ello porque al respecto sabemos distinguir una convicción justificada de otra que no lo sea. Si la palabra ‘realidad’ se usara simplemente como nombre para la suma de todas esas cosas, no se habría armado problema alguno en torno al acceso a ella, y la palabra nunca se habría puesto en mayúscula”.148

La sustitución que Rorty propone consiste en advertir que, de manera práctica, cuando aprendemos a usar la palabra “árbol”, “automáticamente adquirimos una gran cantidad de convicciones verdaderas sobre los árboles”. En este sentido, lo que se denomina sentido común nos hace ver que antes de que aparezca un error en lo que sabemos en torno a, un árbol por ejemplo, ya hemos adquirido una gran cantidad de convicciones verdaderas; antes de que se genere un error, ya le preceden muchas verdades comúnmente aceptadas.

Pero cuando se trata de Realidad, dice Rorty, no hay algo así como el sentido común, pues no hay plataformas comúnmente aceptadas por el vulgo y los instruidos: “y la razón por la cual los debates entre los metafísicos son tan ridículos se debe a que cada uno se siente libre para elegir algunas de sus cualidades favoritas y reclamar para ellas un privilegio ontológico… y a pesar de los mejores esfuerzos de los positivistas, los pragmatistas y los deconstruccionistas, la ontología es tan popular como lo fue en tiempos de Demócrito y Anaxágoras”.149

Según Rorty, la razón de esta popularidad estriba en el rechazo de los filósofos a reconocer que la imaginación poética le establece los límites al pensamiento humano. Los filósofos siguen buscando un “acceso directo” a la realidad, esto es, sin la mediación del lenguaje. Y antes de deshacernos de la ontología, hay que deshacernos de la idea de un acceso no-lingüístico a la realidad. Y el camino para llegar será asumiendo que, “más que una buscadora de verdad, la razón es una práctica social”:150 usar palabras, en lugar de golpes, para conseguir lo que se quiere.

De este modo, se ve cómo la imaginación, que es una combinación de novedad y suerte, permite “hacer algo nuevo y ser lo suficientemente afortunado como para hacer que esa novedad sea adoptada por nuestros semejantes, incorporada a sus prácticas sociales”.151 Esta última capacidad hace que se distinga imaginación de fantasía. Y el criterio para lograr introducir novedades no se halla en la distinción entre lo concreto y lo abstracto, sino en la distinción existente entre “palabras usadas para hacer reportes perceptivos y aquellas no aptas para ese uso”.152 Rorty sintetiza su postura en el siguiente párrafo:

Lo que nosotros llamamos ‘conocimiento acrecentado’ no debe pensarse como acceso acrecentado a lo Real, sino como una acrecentada habilidad para hacer cosas —tomar parte en prácticas sociales que posibilitan vidas humanas más ricas y plenas. Esta riqueza acrecentada no es el resultado de una atracción magnética ejercida sobre la mente humana por lo real verdadero, ni por la habilidad innata de la mente para penetrar el velo de la apariencia. Es una relación entre el presente humano y el pasado humano, no una relación entre lo humano y lo no-humano.153

Así pues, por el camino de Emerson y James, Rorty llega a Nietzsche, quien, haciendo eco de Schiller y Shelley, enuncia la sentencia: convertirse en “los poetas de nuestras vidas”.154 Fundamental considera Rorty la doctrina nietzscheana sobre la imaginación: “Nietzsche dijo una y otra vez que no sólo las vidas humanas, sino incluso el mundo en el que esas vidas humanas viven, son una creación de la imaginación humana”. Acto seguido cita la frase: “nosotros los pensantes-sintientes, somos los que hacemos real y continuamente algo que aún no existe: todo el mundo”.155 En este pasaje, junto con otros que cita de los Fragmentos póstumos,156 halla Rorty la fundamentación para afirmar que Nietzsche nos enseñó a deshacernos de la distinción apariencia-realidad, ya que fuera de “nuestro mundo”, no hay otro mundo.

Con estas bases, Rorty puede expresar su visión del mundo: “la naturaleza en sí misma es un poema que nosotros los seres humanos hemos escrito, y la imaginación es el vehículo principal para el progreso humano”.157 A esto le añade: “la imaginación es la fuente de la libertad porque es la fuente del lenguaje”.158 Y fuera de éste, no hay otro acceso a la realidad.159 Con estos recursos puede optarse, dice Rorty, por la visión de Nietzsche, según la cual el mundo es nuestro poema, en lugar de aquella otra, según la que el mundo es algo que de alguna manera nos comunica cómo es en sí mismo. Y en dicha opción, el progreso humano es visto en relación directa con el expandir nuestra imaginación, y no con una acrecentada habilidad de representar la realidad de modo preciso. El progreso consiste, pues, en “logros poéticos”.160

En una conclusión que acusa claramente la enseñanza de Nietzsche sobre la verdad y el arte, sobre la vis contemplativa y la vis creativa, Rorty asegura que filosofía y poesía pueden coexistir pacíficamente si renuncian a la presunción de trascender la finitud humana.161

De la deconstrucción a la confección de lo humano

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