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CONCLUSIÓN: LA AFIRMACIÓN Y NEGACIÓN DE LA VERDAD

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Los temas que han aparecido en este recorrido han involucrado una gran cantidad de elementos que entran en juego al explicar y examinar la dinámica cognitiva del entendimiento humano. A partir de ellos se alza la enorme complejidad que el proceso presenta, y que muchos toman de pretexto para justificar una invitación a deshacerse de todo por inútil y confuso o, en el peor de los casos, aprovechan para confundir a las mayorías, esgrimiendo argumentos como la incapacidad del entendimiento humano respecto de su propósito, o la relatividad de cada perspectiva individual, o la permanente caducidad de todo lo que aspira a presentarse como verdadero y bueno en la cultura humana.

Esta situación trae ante nosotros el tema de la verdad como una oferta que el mundo y el saber humano hacen al individuo racional. Como bien asentaron Nietzsche y Heidegger, ello apenas es el inicio o plataforma de la creatividad posterior que realiza la vida. No obstante, dicha creatividad, a la manera de las piruetas que ejecutan los acróbatas, requiere siempre de puntos de apoyo que ofrezcan resistencia y firmeza, so pena de precipitarse vertiginosamente al vacío.

Por lo mismo, en cierto sentido, la verdad quedará siempre a merced del hombre, aunque también éste quede siempre a merced de la verdad. Con esto se quiere decir que la verdad se ofrece en su objetividad y conveniencia a la libertad del individuo, que puede o no aceptarla como conveniente o inconveniente. Y aquí entra la temática adyacente de la posverdad. “Es cierto que el mundo es de esta y aquella manera —se dice petulante el practicante de la posverdad— pero yo decido qué hacer con esa información y qué tanto de ella asumir como verdadero”. Pues sí, dicha negación de la verdad es una posibilidad que la libertad concede, de forma que el individuo sea, y se sienta, siempre autónomo. El único costo es que ello tiene repercusiones prácticas, justamente de esas en las que tanto se interesaba Rorty.

Y precisamente porque el hombre es del mundo, de él procede y en él se desarrolla, nada más práctico que ajustarse a los datos que nuestro entendimiento en su ejercicio reporta sobre ese mundo. Naturalmente, se puede vivir como se quiera —eso es enteramente otra cuestión— pero la adaptación del individuo a los datos del mundo produce directamente éxito o frustración en sus acciones. Uno podría beber gasolina, en vez de agua, y nadie se metería a una discusión en torno a que no le dejan a ese tal hacer como mejor le plazca, pero lo cierto es que las consecuencias prácticas de esa acción muy pronto se verán reflejadas en la humanidad de esa persona. Pues lo mismo sucede con el resto del universo de información que el entendimiento recaba del mundo y que ha quedado plasmado en la tradición: se ofrece al individuo racional como poderoso e importante recurso, pero siempre queda a merced de su libertad, esto es, de su afirmación o negación libre.

Ahora bien, este margen humano que siempre deja la verdad, en orden a ser afirmada o negada, da pie al uso que de la verdad muchos hacen en las sociedades actuales, tan complejas por los recursos de difusión y diseño que afectan siempre a la verdad. Esto nos introduce en la temática de la verdad y el uso político-mercantil de la misma. Ya desde Nietzsche, el uso político de la verdad, en la forma de su declaración o encubrimiento, aparece desde el célebre fragmento “Los príncipes europeos tendrían que meditar si pueden prescindir de nuestro apoyo”;172 es manifiesta la convicción de lo útil que puede ser el “difundir conocimiento”, indistintamente de que sea verdadero o no, pues importa especialmente el “conocimiento conveniente”. Con ello queda abierta la posibilidad de que la verdad entre en la agenda política para diseñar espacios públicos y crear mentalidad, especialmente mentalidad clientelar que prepare la recepción de los diversos productos a ofrecer.

Sobre el “uso de la verdad” habría de decirse que, al ver las proclamas de las pancartas que la gente porta en las marchas ciudadanas en pro de sus derechos inalienables como mujeres o personas con preferencias sexuales diferentes, por ejemplo, lo que queda manifiesto es el prejuicio generalizado contra la religión y las tradiciones, presentadas en la forma de poderes que buscan colonizar al individuo y su libertad, sin advertir que quienes por eso luchan, ya han sido colonizados previamente por otros poderes, y que éstos no son en modo alguno poderes que buscan samaritanamente la emancipación del individuo, sino su estatuto clientelar.

Desafortunadamente, detrás de la ideología (“verdades convenientes” propaladas) hay negocios globales a la espera, mismos que una vez conquistados sus territorios en el mundo de la vida de las personas, desatarán sus poderes y, con ello, sus infinitas ganancias. Cada vez sabemos más, y con más detalle, del negocio planetario de todo lo que se llama anticoncepción, clínicas abortivas, suplementos hormonales de las grandes farmacéuticas; y, por el contrario, rara vez se echan a andar programas para educar con la verdad a los jóvenes en su sexualidad, para fortalecer los lazos de la familia nuclear o para buscar darle sentido a la vida de tantos individuos que se sienten perdidos en su mundo. Esto nos lleva a ahondar lo más posible en la expresión de Nietzsche, que Heidegger presenta en todo su dramatismo: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”

Esta frase se presenta, a menudo, como el grito de guerra del hombre de hoy, externado por aquí y por allá con diferentes tonos, de lo dramático a lo satírico, y con diferentes formulaciones. Sin embargo, dicho grito de guerra es, primero y más profundamente, un grito de llanto. Llanto del hombre por lo que le ha pasado de malo, llanto porque no ha podido superarlo, llanto porque se siente solo en la titánica tarea de ser mejor. Desconocer que esto se halla a la base de los gritos actuales es tanto como estar atendiendo los síntomas de una enfermedad que ni se conoce; por lo mismo, los remedios aducidos serán siempre analgésicos o paliativos, pero nunca terapéuticos. Así, la verdadera pregunta a plantear es si en sí mismos son inalcanzables los antiguos valores, o si ha sido el hombre moderno el que se ha minimizado en su autoconcepción como sujeto de valores.

Esto último nos conduce a una reflexión sobre la convicción de Nietzsche, Heidegger y Rorty en torno a la imposibilidad de una vida según la moral de antaño. Se trata, pues, del tema de la verdad y el correspondiente descreimiento del hombre contemporáneo en torno a sí mismo. Vistas de cerca, la crítica a la metafísica y la lucha anti-platónica de muchos se debe al auto-convencimiento de la incapacidad de ser mejores personas que priva en ellos. Y es que el problema se halla en que, presentada la vida humana como gimnasio moral, al estilo de los Cínicos de la antigüedad, a cualquiera se le antoja imposible una superación personal que logre vencer, a base de disciplina personal, las pasiones, las inclinaciones y las tendencias. Y es por ello que la religión, por lo menos la cristiana, presenta la gracia como la ayuda justamente sobre-humana, adecuada y oportuna, para las luchas humanas contra la maldad que nos habita.

De la deconstrucción a la confección de lo humano

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