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1.2. El castigo

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Por lo que se refiere al castigo propiamente dicho, hay que comenzar diciendo que se le condena por un proceso secreto, del que sólo se conoce la sentencia, con la intervención exclusiva y personal de Augusto, sin la participación del Senado ni de juez alguno 26 . Esto ha hecho pensar que hubiera por medio algún escándalo en relación con algún miembro de la familia imperial (piénsese, por ejemplo, en Julia) y que se intentara ocultar el asunto.

En cuanto al delito cometido por Ovidio, a decir del jurista Ulpiano, parece que se trató de un delito de lesa majestad, consistente en una ofensa al Emperador o a la familia imperial, el delito más cercano al sacrilegio, y que hubiera podido ser castigado incluso con la pena capital. De ahí que el poeta agradezca al Emperador el que le hubiese conservado la vida 27 , sus bienes 28 y demás derechos ciudadanos 29 . Nos consta, además, que a Ovidio no se le prohibió recibir honores en el lugar de relegación ni se le quitó el derecho a recibir sepultura en su patria. En este sentido, recibió el tipo de castigo más suave que cabía 30 . Lo más duro fue el lugar señalado para su confinamiento, así como el tono severo de las palabras empleadas en el edicto imperial 31 .

Por otra parte, hay que recordar que el decreto imperial condenaba tanto al hombre como a su obra. Su Arte de amar era prohibido y retirado de las bibliotecas públicas de Roma 32 , mientras el poeta era relegado por tiempo indefinido a Tomos, lo que conllevaba la prohibición de ausentarse de dicho lugar sin una autorización expresa y especial del Emperador. Por el contrario, como ya hemos dicho, el condenado no perdía sus bienes ni sus demás derechos de ciudadano romano. No se trató, pues, de un exilio o destierro propiamente dicho, ni tan siquiera de una deportación, sino de una relegación 33 , es decir, un confinamiento a un lugar apartado. Y es, precisamente, el apartamiento o alejamiento lo más característico de la pena de Ovidio: se le relega a un lugar muy lejano, en los mismos confines del Imperio, situado en una zona fronteriza, poco segura, muy poco romanizada y, por tanto, muy bárbara, peligrosa y extraña.

Podríamos, pues, decir para concluir este apartado, que si bien Ovidio recibe el castigo más suave que cabía para su delito, en atención tal vez a las circunstancias atenuantes que rodearon su culpa, tanto por la catalogación del delito como de lesa majestad, como por el lugar que se le asigna, recibe una pena excesivamente severa, en cambio, en relación con la presunta culpabilidad del poeta.

Pero el castigo fue duro, sobre todo, por lo inesperado del mismo y por las características personales del condenado. En efecto, Ovidio, hombre a quien había sonreído hasta entonces la vida con sus placeres y sus éxitos y que era un profundo amante de la libertad, se ve sorprendido de golpe por una condena que supone para él toda una metamorfosis, una profunda transformación vital, como el propio poeta comenta:

Yo te encargo que les digas que entre esas metamorfosis

se puede incluir el rostro de mi fortuna,

pues ésta tornóse de pronto diferente de la anterior:

deplorable hoy, en otro tiempo fue favorable 34 .

Y es que, como muy bien comenta Bouynot 35 , si había alguien en Roma que, por su vida, temperamento y obra, fuera lo más opuesto a las condiciones de un relegado, ése era Ovidio: hombre de grandes éxitos literarios y mundanos, a quien la vida sonreía en todos sus aspectos, de la noche a la mañana se ve privado de todo o casi todo:

Se opusieron los hados, los cuales, aunque me concedieron unos primeros tiempos dichosos, me hacen gravosos los últimos 36 .

De la melancólica reflexión del poeta sobre el profundo y terrible cambio experimentado en su vida, surge esa dolorosa constatación de que en sí mismo se ha cumplido la transformación que él había cantado a propósito de otros:

Y esto, otrora inferido de la historia del pasado,

me es ahora conocido como verdadero por mis propias

[desgracias 37 .

Y es que el destierro supuso para Ovidio la negación de todo lo que había rodeado su vida durante los cincuenta y dos años con que contaba. Es importante tener esto en cuenta a la hora de entender y valorar la poesía ovidiana del destierro: el poeta había sufrido un golpe de rayo del que no se recuperaría ya nunca más:

Me quedé pasmado de la misma manera que aquel que,

herido por el rayo de Júpiter, sigue con vida,

aunque ni él mismo tiene conciencia de su propia vida 38 .

Como decíamos al comienzo, el edicto condenatorio de Augusto sorprendió a Ovidio en la isla de Elba en compañía de su amigo Máximo Cota 39 . Regresa inmediatamente a Roma, pasa allí su última noche en casa, en compañía de su esposa, familiares más allegados y amigos más íntimos, y al amanecer del día siguiente emprende el camino del exilio. Parece que fue en los últimos días del año 8 de nuestra era cuando el poeta abandonó Roma 40 .

El viaje, que tenemos descrito en el libro I de las Tristes 41 , es largo y duro. No podía ser menos al tener que atravesar el Adriático, el Mar Egeo y el Mar Negro en pleno invierno, estación en la que son frecuentes los temporales, que retrasarían la travesía. Parece que debió de embarcar en Brindis hasta el Golfo de Corinto, desde donde atravesaría a pie el Istmo, para después reembarcar en Quéncrea hasta las costas del Mar Negro, si bien diversos temporales le obligaron a desembarcar en Samotracia y luego en Tracia. Allí permanecería el resto del invierno, debido a la imposibilidad material de transitar por ella durante esa época del año. Desde allí, ya en la primavera del 9, se dirigiría a pie hasta Tomos. Para una exposición más detallada del viaje, cf. nuestra introducción a la elegía 10.a del libro I de las Tristes.

Tristes. Pónticas.

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