Читать книгу Caja continua de voces I - Pablo Martín Ruiz - Страница 15

Policiales

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Cuando se produjo el ataque que le deformó la cara, las primeras sospechas recayeron en sus hermanas. Ambas estuvieron demoradas, pero las liberaron muy pronto porque ninguna prueba las señalaba. Hacía un año que Francisca había vuelto de París, y hacía tres que no estaba en contacto con Paulo, que siguió amándola con tenacidad y en secreto. A pesar de la insistencia con que la madre le exigía a la policía que hicieran lo posible para encontrar al culpable, durante meses no hubo novedades en la investigación. Pero cuando Paulo publicó el cuento, la madre se comunicó con la policía porque creía ver en ese texto la materia apenas velada de una confesión. Era un cuento que algunos elogiaron y que le dio a Paulo una temporaria notoriedad, al menos dentro del ámbito algo estrecho de las letras. Cuando los investigadores le dijeron a la madre que no veían nada necesariamente incriminatorio o confesional en el cuento, si bien era cierto que trataba de la cara y de su destrucción, la madre hizo pesar su autoridad como escritora y como lectora (mencionó un vago doctorado y un viejo ensayo sobre un muerto en un laberinto) para insistir en que había indicios que no se podían desatender, y que ella conocía muy bien lo que escondían las palabras de un escritor. Cuando la policía finalmente allanó su casa, Paulo terminó por confesar. En un cuaderno que tenía la palabra «novela» escrita en la tapa encontraron unas notas que fueron usadas como prueba adicional para culparlo. Francisca había enmudecido desde el día del ataque y ahora pintaba retratos hiperrealistas, grandes retratos fragmentarios que muestran no una cara completa sino una parte de la cara. Quien mira de cerca las telas descubre que ese retrato parcial está hecho de muchísimas caras pequeñas, cada una de ellas completa pero deformada.

Caja continua de voces I

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