Читать книгу Caja continua de voces I - Pablo Martín Ruiz - Страница 9
Reflexión errante sobre islas
E-mail a un amigo cubano que me proponía las islas como tema
ОглавлениеUna vez escuché decir que el camino más corto hacia la literatura fantástica es la expresión «en realidad». En realidad no hay más que islas, ¿no es cierto? Rodeadas de mar azul o de tundra blanca o de ajados desiertos de algún color aislado. Qué curioso que nuestra palabra para conjunto de islas, archipiélago, quiera decir, como diría el gran Isidoro de Sevilla, piélago entre los piélagos, mar de mares. Y el Helesponto, el ponto griego, el otro nombre para el mar de mares, ¿no era puente sólido en el origen de su deriva toponímica? Puente de agua que une islas que son un mar entre los mares, todo termina disuelto en lo que nunca pudo ser. ¿Y los límites? Primera lección: el lenguaje no desespera de límites sino que los devuelve a su nulidad original, a su desierto. ¿Y la huida? Qué más quiere la isla que desplazarse y huir, islas lanzadas a una deriva hecha isla en su movimiento, aislada, qué ironía, ambiciosas de probar inútilmente que la isla no es la unidad a la que aspira la ontología del insular cosmos. No hay que creer en ningún libro de metafísica en el que no aparezca la palabra isla. Heidegger decía. Me entero de que el frío que alienta los cuentos del siempre aislado Piñera no es el frío límite, irreal, insular, imaginado, cubano, aislado, caribeño, más amenazante aún y más siniestro que un huracán caribeño, sino el frío mío, el frío argentino que él conoció y vivió en Buenos Aires, el mismo frío que me acompañaba a la escuela primaria cuando resbalaba en la escarcha de las vías del tren en las frías mañanas del junio austral. Fría familiaridad, que conecta la literatura cubana en su extremo de sinrazón con mi extremo de recuerdos y calidez de memoria. Segunda lección: el frío, como el Helesponto, descubre una solidez en medio del mayor de los líquidos, y nos abraza desde el Cono Sur hasta la tundra boreal, claramente detestando la isla, dando batalla al brillo de los límites, enceguecido de uno. Heidegger decía. Percibo que el énfasis es el enemigo de la síntesis, porque siempre convoca a la redundancia gratuita, e incluso, hasta donde yo puedo ver, «redundancia gratuita» también es una redundancia, por cierto que gratuita, enfática. El énfasis, te decía, nos lleva directamente a la anulación de la síntesis. Yo lo vi con mis propios ojos. Hay algo bello en esa torpeza, en esa ceguera reiterativa del énfasis, que vuelve al lenguaje sobre sí mismo, lo sacude y lo despierta a la poesía.
La ceguera que aísla al barroco del clasicismo y que le da vida como retórica isla enfática. Redundancia, pleonasmo, batología: proliferan los nombres para dar más énfasis, nada más. Pero lo que quería decir, y no podía porque se me acaba de ocurrir, es justamente que el énfasis es tal vez la figura retórica que más explica, revela, exhibe, descifra de la historia universal de la literatura cósmica. ¿Qué es Virgilio, acaso, sino un Homero enfático? ¿Qué es Dante, acaso, sino un Virgilio enfático? ¿No es acaso Góngora un estallido de énfasis en medio de la lengua española? Y ahí viene Sor Juana, y contra todas las leyes de la probabilidad, y en una de las máximas muestras de genio disponibles, ¡enfatiza a Góngora! Heidegger decía.
Traedme, Musa, el verso de Caetano Veloso: «Y yo, menos extranjero en el lugar que en el momento». Eso: yo, menos aislado en el espacio que en el tiempo, menos fragmentado en el mundo que en la historia, me despido.
2001