Читать книгу Los ángeles sepultados - Patricia Gibney - Страница 10

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Lottie se despertó con su nieto profundamente dormido a su lado. La noche anterior, cuando había regresado de Galway, el pequeño estaba llorando en los brazos de Katie.

—Estoy hecha polvo, mamá —había dicho Katie, con la voz tan fatigada como los sollozos del pequeño—. No sé qué le pasa.

—Puede que le estén saliendo las muelas. —Lottie dejó el bolso de viaje detrás del sofá y cogió a Louis de los brazos de su hija—. ¿Qué te pasa, hombrecito? ¿Echas de menos a tu abuela?

Como recompensa, obtuvo más lloros desesperados.

—Le he dado una cucharada de jarabe hace media hora —dijo Katie—, pero no ha servido de nada.

—Debes tener paciencia. —Lottie acunó al pequeño en su regazo y lo tranquilizó besándole su suave cabellera—. Vete a la cama, yo me encargaré de él.

—Mañana por la mañana trabajas. No quiero que me eches la culpa si te tiene despierta media noche.

—No te echaré la culpa —le aseguró Lottie.

Ahora estaba despierta, le dolía la cabeza e iba a llegar tarde al trabajo. Salió con cuidado de debajo del cálido edredón y se dio una ducha rápida. Se puso los vaqueros negros y una camiseta blanca de manga larga. Le ahorraría tener que ponerse crema solar si el trabajo la obligaba a estar fuera.

Louis dio unas vueltas, se volvió y siguió durmiendo profundamente con el pulgar en la boca. Tendría que despertar a Katie. Atravesó el descansillo de puntillas, llamó a la puerta y asomó la cabeza. El cabello largo y negro de su hija estaba desparramado por la almohada, que se movía cada vez que respiraba.

—Katie, cariño, tienes que despertarte. —Apoyó los dedos sobre el hombro desnudo de su hija y, con delicadeza, la sacudió.

—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué hora es?

—Pronto, pero llego tarde al trabajo.

—Sabía que me echarías la culpa.

—No he dicho nada de ti. Louis está dormido en mi cama, ve y acuéstate con él. Parece que ha descansado. Creo que simplemente le están saliendo los dientes.

—Vale, vale. —Katie apartó el edredón y fue hacia el dormitorio de Lottie haciendo ruido al caminar.

Al llegar a la puerta de Sean, llamó con más fuerza.

—Sean. Hora de ir a clase.

—Vale, vale —respondió su hijo de dieciséis años, calcando las palabras de Katie de hacía un momento—. Estoy despierto.

Dudó ante la tercera puerta. Chloe, de dieciocho años, había dejado los estudios. Sus intentos de convencerla, sobornarla y las peleas no habían servido de nada, y entre lidiar con la enfermedad de Boyd y el mal humor de Sean, Lottie se había rendido. Chloe trabajaba a jornada completa en el pub Fallon, y parecía irle bien. Pero Lottie era inflexible: cuando llegara septiembre, su hija iba a completar su educación.

Se alejó sin llamar, y bajó por las escaleras a pescar una tostada y comérsela en el coche.

Esperaba que fuera una semana tranquila.

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