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Lottie, de pie frente a su nueva comisaria, no se sentía muy contenta. Ella misma había sido candidata para el ascenso después de que el comisario Corrigan se retirase oficialmente por motivos de salud. La última vez la habían pasado por alto en favor de David McMahon, que había ocupado el puesto de manera temporal, pero en esta ocasión, ni siquiera se había molestado en presentar su candidatura. McMahon había armado una gorda, y después de que lo suspendieran, pasaba el tiempo pateando guijarros en la playa de Dollymount mientras Asuntos Internos sacaba a la luz sus trapos sucios. Por lo que Lottie había oído, tenían suficiente como para llenar dos lavadoras. El karma, pensó. Con todo, seguía cobrando el sueldo, a la espera de la vista de su caso.

Hasta el momento no había tenido mucho contacto con Deborah Farrell, que había ido escalando puestos rápidamente. Lottie se alegraba de que una mujer hubiera conseguido el puesto, pero no estaba segura de querer estar a las órdenes de esta en concreto. No se hablaba mucho de ella, así que su información dependía de las fuentes oficiales, que no abrían el pico.

Deborah Farrell había llegado a Ragmullin hacía dos meses con un expediente intachable. Ambas tenían cuarenta y cinco años, pero Lottie le sacaba unos buenos ocho centímetros. Al menos era algo, se decía a sí misma. Aunque no es que fuera a servirle de mucho durante una entrevista en la que debía estar sentada. Los ojos de Farrell eran de color gris oscuro, y el pelo, de un marrón insípido, lo llevaba recogido en un apretado moño en la base de la nuca. No había ni un mechón suelto. Ni siquiera su cabello toleraba la insubordinación. Pero la camisa blanca del uniforme necesitaba un buen planchado, una de las charreteras del hombro se le había soltado y la corbata descansaba sobre el escritorio, hecha un nudo.

La comisaria se pasó un dedo despojado de anillos por el cuello abierto de la camisa.

—Inspectora Parker. —Era una afirmación, no una pregunta.

—Esa soy yo, comisaria Farrell. —Lottie se irguió en la silla.

—Podemos dejar las formalidades. ¿Te importa si te llamo Lottie?

—En absoluto.

—Al otro lado de esa puerta soy la comisaria Farrell, pero entre nosotras, soy Deborah.

—Por mí, de acuerdo. —Lottie no tenía ni idea de cómo acabaría todo eso, y confundida por el tono acogedor de la comisaria, no sabía si sentirse aliviada o preocuparse.

—El sargento Boyd está de baja por enfermedad, pero tengo aquí una solicitud de reincorporación a tiempo parcial.

—¿De verdad? —Lottie se inclinó hacia delante. Primera noticia.

—Me gustaría saber tu opinión al respecto. Tengo entendido que Boyd y tú sois… íntimos.

Lottie sintió el calor que le afloraba bajo la piel, y no pudo evitar el rubor. ¿Cómo podía gestionar la situación? Supuso que lo mejor sería contar la verdad.

—Estamos prometidos, comisa… Deborah. —Dios, qué raro resultaba dirigirse a su jefa con esa informalidad—. No llevo el anillo. No me parece apropiado, ¿sabes? Porque soy viuda y todo eso. —¿Por qué se estaba excusando?—. A Boyd le diagnosticaron una leucemia el diciembre pasado. El tratamiento le ha afectado bastante, pero los últimos resultados muestran una mejoría.

—¿Qué quieres decir con eso? —Farrell se pasó una mano por la barbilla, en un gesto casi masculino.

—Ha respondido bien al tratamiento. Según su oncólogo, es lo mejor que podían esperar en esta etapa.

—He oído que su madre ha muerto hace poco. —Farrell inclinó la cabeza hacia Lottie, bajó la mano de la barbilla y colocó ambos codos sobre el escritorio.

—Sí —confirmó Lottie—. La enterraron ayer.

—¿Cómo le ha afectado?

Lottie reflexionó sobre la pregunta mientras se toqueteaba los puños de la camiseta desaliñada. La voz de Farrell era suave y tranquilizadora. Un tono estupendo para obtener información, tanto de testigos como de sospechosos. ¿En cuál de las dos categorías entraba Lottie? ¿Y por qué estaba allí, respondiendo preguntas sobre Boyd? Farrell podría haberlo hecho venir e interrogarlo, si le parecía necesario.

—Sinceramente, está bien. —La inspectora se revolvió en su asiento, inquieta.

—¿Crees que está en condiciones de volver al trabajo? —insistió Farrell.

«Maldita sea», pensó Lottie. Ahora la estaba poniendo en una posición incómoda. Boyd había mencionado de pasada que había consultado con su especialista si podía reincorporarse a tiempo parcial, pero la verdad era que no le había prestado atención. Pensaba que sería bueno para su estado mental y emocional hacer de nuevo algo significativo, pero ¿estaba físicamente capacitado? ¿Cómo afectaría al equipo? Maria Lynch había regresado después de la baja de maternidad, y a Sam McKeown todavía no lo habían reasignado a Athlone. No quería perturbar el equilibrio. Pero, por otra parte, no soportaba ver sufrir a Boyd. La quimioterapia había producido algunos efectos secundarios. ¿Cómo podía ser diplomática?

—Creo que esa pregunta debería ser para sus médicos —dijo al fin, haciendo un agujero en la fina manga de algodón. Los ojos de Farrell eran como dos balas a punto de alcanzarla.

—Hm. Me interesaba la opinión de alguien cercano, pero ya veo que no quieres comentar el asunto por tu implicación emocional. Lo comprendo, y…

—No, no es eso, de verdad —se apresuró a decir Lottie—. Lo cierto es que quiero dejar los asuntos personales a un lado y mirarlo de manera profesional.

—Empiezo a dudarlo. —La actitud amistosa de Farrell desapareció, y su boca se comprimió y formó una línea recta.

—¿Disculpa? —dijo Lottie.

—No creo que esto vaya a funcionar.

—¿Qué es lo que no va a funcionar? —Ahora estaba perdida, con las manos sobre el escritorio, casi rogando, porque sabía exactamente lo que iba a salir de los labios de Farrell a continuación.

—El sargento Boyd y tú trabajando juntos. Estoy intentando darte una salida, pero no lo pillas.

Lottie sacudió la cabeza. ¿Se había perdido algo de la conversación?

—No estoy segura de entenderla, comisaria —dijo, dejando de lado esa chorrada de Deborah.

—Pensaba que eras más inteligente. Me decepcionas.

—Será mejor que me explique qué quiere decir —replicó Lottie, desafiante.

Farrell cogió la corbata del escritorio y se la colocó en el cuello de la camisa. Sus dedos hábiles tardaron exactamente cuatro segundos en anudarla en su sitio, encogiendo con eficacia el cuello.

—Puedes decirme que Boyd no está listo para volver al trabajo, ni siquiera a tiempo parcial; si no, o él o tú tendréis que cambiar de distrito. En este trabajo no hay lugar para las emociones. ¿Y bien?

Lottie se puso en pie, resistiendo la tentación de decirle a Farrell que tenía la charretera desabrochada, y deslizó la silla bajo el escritorio. No pensaba caer en la trampa.

—Creo que eso es algo que debe decidir usted. —Apoyó las manos sobre el respaldo acolchado, para intentar aquietar sus dedos temblorosos, y añadió—: ¿Algo más?

—Eso es todo.

La inspectora escapó por la puerta y se apoyó contra la pared. Cerró los ojos y esperó a que su respiración se normalizara.

—¿Estás bien, jefa? —Kirby se acercó hacia ella con sus andares de pato.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Lottie.

—La comisaria ha pedido el informe sobre el cuerpo del dron.

—¿Qué es el cuerpo del dron?

—Mierda, lo siento. Había olvidado que no sabías nada del tema. ¿Te pongo al día antes de hablar con…? —Señaló la puerta con la cabeza.

Lottie lo agarró del codo con fuerza y lo arrastró por el pasillo.

—Sí, más te vale que me pongas al día.

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