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Jack Sheridan se sirvió un vaso de agua del grifo y bebió un poco, pero todavía estaba temblando. Se había librado de ir a clase por lo que había descubierto con Gavin, pero eso no compensaba el trauma que le revolvía el estómago. Bebió un poco más, intentando calmar el malestar que sentía.

—¡Jack! ¿Cómo se te ocurre hacer novillos?

El sonido de la voz de su padre lo tomó por sorpresa. Dejó caer el vaso en el fregadero y el agua salpicó por todas partes. Su padre estaba de baja por enfermedad, aunque Jack no estaba seguro de qué le pasaba. Normalmente, era su madre quien repartía los castigos, sobre todo cuando estaba estresada después de un turno largo en el hospital.

Su hermana pequeña, Maggie, gateó entre sus piernas y se acomodó bajo la mesa para comerse las migas pan que había en el suelo. Su hermano Tyrone, de nueve años, estaba sentado en una silla, con la cabeza gacha. Después de que Jack declarase en la comisaría, su madre había decidido recoger a Tyrone de la escuela y llevarlos a ambos a casa.

—No estaba haciendo novillos —se defendió Jack—. Gavin y yo estábamos pilotando el dron antes de ir a clase.

—Pero ahora no estás en clase, ¿verdad?

—He tenido que ir a comisaría. La policía quería hacerme unas preguntas.

—Cierto —dijo su padre con voz más suave—. ¿Estás bien?

—La verdad es que no.

—Ya lo estarás, pero sabía que ese dron iba a causar problemas. Eres demasiado joven para ese aparato. ¿Dónde lo has metido? —Su padre comenzó a rebuscar en su mochila del colegio, tirando libros y bolígrafos al suelo—. No me importa cuánto cueste, va a ir directo a la basura.

—No está ahí, papá. Se lo han quedado los policías. Dicen que es una prueba o algo. —Jack necesitaba llorar, salir corriendo, vomitar, pero tampoco quería que su padre lo viera como un debilucho.

—Déjalo en paz, Charlie. Ha sufrido un shock terrible. Sube a tu cuarto, Jack. Te llevaré una taza de té caliente en un momento. —La madre de Jack entró desde el tendedero y arrojó la cesta de la colada bajo la mesa. Maggie chilló—. Oh, lo siento, Mags. ¿Te he asustado? ¿Qué haces ahí abajo? —Cogió en brazos a la pequeña de dos años y le quitó unas migas pegajosas del pelo.

—No quiero té —dijo Jack.

—Por supuesto que sí. Con azúcar, para que se te pase el susto.

Jack sabía que eso eran tonterías. El té con azúcar solo servía para que pensara en otra cosa. Volvió a meter los libros en la mochila y salió de la cocina. Ya nadie lo escuchaba. Solo Gavin. Estaba seguro de que la madre de Gavin no le hacía beberse un té con azúcar que no quería.

—Deja de arrastrar la mochila —dijo su padre—. Estás arañando el parqué. Tardé dos semanas en sacarle brillo.

A veces, Jack pensaba que a su padre le importaba más el suelo que él.

* * *

Mientras avanzaban hacia la zona acordonada cerca del puente, donde estaba aparcado el coche, Lottie señaló una casa al otro lado de los campos.

—¿Hemos interrogado ya a los propietarios de los alrededores?

Kirby siguió la dirección de su mano, mientras los pies le chapoteaban dentro de los zapatos.

—Estamos en ello. Ahí vive Jack Sheridan, uno de los chicos que encontró el torso. Lo he interrogado esta mañana en comisaría, con su madre.

—¿Se le ha asignado un agente de enlace a la familia?

—La madre ha dicho que estaban bien, que no necesitaban a nadie. Vamos cortos de personal, así que no he insistido.

—Espero que no nos pase factura. La comisaria Farrell se va a poner las botas hoy. —Lottie se preguntó cómo lidiaría Farrell con la atención de la prensa. Probablemente, mejor que ella—. Vamos a hacerles una visita.

—Supongo que no pretenderás atravesar el canal a nado, ¿verdad?

—Reconozco que soy un poco inconformista, Kirby, pero todavía no he llegado a ese nivel. Iremos en coche. ¿Te parece bien?

Para cuando llegaron al coche, Kirby jadeaba y resoplaba. Se sentó en la parte de atrás, se quitó la ropa con olor a rancio y se vistió con unos vaqueros holgados y una camisa blanca. Encontró un par de zapatillas y unos calcetines enrollados en el maletero y se los puso. Después se acomodó en el asiento del conductor y cogió un puro del salpicadero.

—Ni se te ocurra —le advirtió Lottie.

El detective se alejó de la zona acordonada y, finalmente, giró por una calle estrecha que corría paralela al canal, en la que crecía una línea de hierba en el centro.

—¿Sabes a dónde estás yendo?

—Tengo la dirección. —Señaló la aplicación Google Maps en el móvil.

—Deberíamos haber cogido uno de los coches patrulla con navegación por satélite incorporada —dijo Lottie, echando una ojeada a la pantalla rota del móvil. Tenía calor y estaba sudando, y eso la ponía de mal humor. Si hubiera sido Boyd quien conducía, le habría hecho algún comentario inteligente, y ella habría intentado no sonreír, o habría sonreído con la cara hacia la ventana, para que él no pudiera verla. Sí, echaba de menos sus comentarios repelentes. Pese al calor, se estremeció. La preocupación por la salud de Boyd se filtraba hasta lo más profundo de su ser, silenciosa como un fantasma.

Kirby giró, alejándose del canal, y condujo por un camino aún más estrecho.

—Debería estar por aquí.

No había verja de entrada, solo unos setos descuidados y matorrales salvajes que arañaron los laterales del coche. Tal vez era mejor que estuvieran en ese vehículo maltrecho y no en uno de los más nuevos.

La casa era una granja gris de dos plantas, con ventanas de PVC blanco que el clima aún no había conseguido amarillear, y una puerta que había visto demasiados inviernos crueles. Los visillos en las ventanas estaban descorridos.

Lottie salió del coche, y sus zapatos de suela blanda crujieron sobre la gravilla afilada. Llamó al viejo timbre. Mientras esperaba a que abrieran la puerta, echó un vistazo a los alrededores. Hacía mucho tiempo que nadie se dedicaba a la agricultura en aquel sitio. La zanja que rodeaba la casa estaba descuidada, y los escaramujos crecían salvajes por todos lados. En uno de los laterales se alzaban una serie de cobertizos y establos destartalados, con los techos galvanizados rotos y hundidos.

—Pueden permitirse un dron, pero no un cortacésped —comentó Kirby en voz demasiado alta, justo cuando se abría la puerta.

El hombre que se encontraba frente a ellos era alto y enjuto, y su rostro lucía un tono grisáceo. El pelo le caía hasta los hombros e iba sin afeitar. Lottie supuso que rondaría los cuarenta. Iba vestido de manera informal, con unos vaqueros y una camiseta con una imagen icónica del cantante irlandés Hozier.

—Supongo que son los policías que han interrogado a mi hijo —comentó mientras los guiaba por la casa.

—El detective Kirby es quien lo ha interrogado. Yo soy la inspectora Lottie Parker. ¿Y usted es…?

—Charlie Sheridan. Esta es mi mujer, Lisa.

Señaló a la mujer sentada a la mesa con una taza en las manos. Tenía una niñita sobre las rodillas. La cocina era moderna, pero estaba sin acabar, como si se hubieran quedado sin dinero. Lottie supuso que los muebles podían describirse como descuidadamente elegantes, aunque, a decir verdad, se veían más descuidados que elegantes.

—Hola, Lisa —dijo la inspectora—. ¿Qué tal está Jack?

La mujer levantó la vista y la miró con sus ojos marrones en los que brillaban unas manchitas claras bajo la luz del sol que se colaba por la ventana. El cabello rubio le colgaba lacio sobre los hombros, como si no hubiera tenido tiempo de lavárselo. Llevaba un blusón blanco y unos pantalones de vestir azul marino.

—Está bien, aunque bastante afectado. No ha ido a clase después de… eso.

Charlie acercó una silla.

—Disculpe mis modales. Siéntese.

—Gracias. —Lottie tomó asiento frente a la mesa—. ¿Dónde está Jack?

—En su cuarto —respondió Charlie, acercándose a la encimera—. ¿Alguien quiere té? El agua está caliente.

—No, gracias. —Lottie se preguntó por qué Charlie no estaba en el trabajo—. ¿Se han tomado el día libre para cuidar de Jack?

—Yo llevo un par de semanas de baja —dijo Charlie—. No he estado muy bien. Lisa es enfermera, trabaja en el hospital.

Lisa enroscaba los bucles de su hija con el dedo, distraída.

—Por supuesto, después de la llamada de la policía cambié mi turno.

—¿Cómo podemos ayudarles? —preguntó Charlie, apoyando la espalda contra la pared del patio, que estaba manchada con huellas de manitas.

La cocina estaba desordenada. Había ropa sobre casi todas las superficies: algunas prendas estaban dobladas; otras, tiradas sobre los respaldos de las sillas. En el pasillo que acababan de cruzar había botas y zapatos alineados contra la pared, y había abrigos y chaquetas colgados frente a ellos.

—Solo estamos procediendo con la investigación. Me gustaría charlar un poco con Jack, pero también querría hacerles algunas preguntas a ustedes, si les parece bien.

—Claro —dijo Lisa. La pequeña seguía en su regazo, y tenía una taza con boquilla llena de zumo pegada a la boca—. ¿Por qué no se sienta? —le indicó a Kirby.

Lottie levantó un montón de ropa y lo colocó sobre la mesa, y Kirby se sentó a su lado. Se fijó en que Charlie permanecía de pie, con las manos en los bolsillos del pantalón. Parecía exhausto.

—Como ya saben —comenzó la inspectora—, esta mañana, Jack y su amigo ha encontrado parte de un cadáver en las vías del tren, mientras jugaban con el dron de su hijo.

—Jack no ha hecho nada malo —dijo Charlie, y se cruzó de brazos.

—Por supuesto que no. Su casa da al canal y las vías del tren. Me preguntaba si alguno de ustedes ha visto algo inusual últimamente. ¿Tal vez luces por la noche? ¿Embarcaciones en el agua? —Miró sus rostros impasibles, tratando de leerlos.

—Todavía no hay embarcaciones. Es un poco pronto para eso —dijo Lisa—. Para ser sincera, a veces solo vemos cinco o seis en todo el verano.

—Es como ha dicho mi mujer —añadió Charlie—. Solo vemos algunas durante el verano, y solo durante el día. No he visto ni un barco en todo el tiempo que llevo de baja.

Lottie lo miró pensativa.

—¿Pueden verse las luces de las embarcaciones por la noche?

—Se puede, pero este año no he visto ninguna. —Charlie se volvió hacia su esposa—. Lisa, ¿tú has notado algo fuera de lo común?

—Trabajo tanto como Dios me lo permite. Tengo que volver esta noche porque he cambiado el turno esta mañana. Charlie estaba cuidando de Maggie.

—Entonces, ¿no ha visto nada?

—No, nada. —Lisa clavó los ojos en su té, sobre el que se había formado una película de grasa.

La puerta de la cocina se abrió y un muchacho entró corriendo, con el rostro surcado de lágrimas.

—Jack me ha pegado. Yo solo quería que me prestara el otro mando y no me lo quería dar. ¡Mamá! Dile que me lo dé.

—¡Tyrone! Tenemos visita —dijo Charlie—. Vuelve a tu habitación.

El niño salió corriendo y, cuando la cocina estuvo de nuevo en silencio, Lisa habló:

—He ido al colegio a dejar a Jack, pero tenía mala cara, así que he recogido a Tyrone y me los he traído a ambos. Así me ahorro tener que ir a buscarlo luego.

Había algo raro en la pequeña familia. Lottie notó que una sensación extraña invadía el ambiente. ¿Era la impresión de que su hijo hubiera encontrado un torso en las vías del tren o había algo más?

—¿Va todo bien? —preguntó.

Charlie se apartó de la puerta del patio y se colocó detrás de su esposa. Le puso una mano en el hombro.

—Estamos todos conmocionados. El pobre Jack está muy afectado. Ya les ha dicho todo lo que sabe en la declaración. ¿Qué más quieren de nosotros?

—Se lo agradezco mucho. Es solo que hemos hecho otros descubrimientos desde esta mañana, y estoy investigando cualquier cosa que pueda ayudarnos a averiguar quién ha arrojado partes de un cuerpo en el canal.

—¿Partes de un cuerpo? —preguntó Lisa. Su rostro palideció notablemente, y lanzó una mirada a Charlie antes de volverse hacia Lottie—. Dios, eso es horrible. ¡Y tenemos que vivir aquí! ¿Qué más han descubierto?

—No puedo decirlo, pero tendré que visitar todas las casas de esta ruta.

—No encontrarán más casas en unos cuantos kilómetros —dijo Charlie—. La siguiente está junto a las esclusas. Hace siglos que nadie vive allí.

Lottie asintió.

—De acuerdo, gracias. ¿Me permitirían charlar unos instantes con Jack?

—Puede que lo traumatice aún más —comentó Lisa.

—Sería de gran ayuda —insistió Kirby.

—Tal vez le siente bien hablar, Lisa —dijo Charlie, e inclinó su figura enjuta hacia su mujer, apretándole el hombro con delicadeza.

Lisa se encogió y, como si hubiera percibido el malestar de su madre, la pequeña dejó caer la taza y comenzó a llorar. Charlie quedó empapado de zumo de naranja. Lottie observó atentamente su reacción, pero el hombre no hizo más que sonreír, coger a la pequeña de los brazos de Lisa y acurrucarla contra su pecho. Paternal, pensó la inspectora.

Hubo un estruendo y un golpe en el pasillo, y la puerta chocó contra la pared al abrirse. Un chico, Lottie supuso que debía de ser Jack, entró tambaleándose y agarrando a su hermano del pelo. Ambos chillaban. El chico parecía alto para tener once años, y tenía el mismo pelo claro de su madre. Llevaba la camisa del uniforme desabrochada, y su hermano le tiraba del dobladillo.

—¡Es mío! ¡Devuélvemelo, idiota! —gritó Jack.

—Eres un abusón —lloriqueó Tyrone, y trató de soltarse.

—¡Niños, basta! —Charlie le devolvió la pequeña a Lisa y fue a separar a sus hijos—. Ya es suficiente. Estas personas son policías, y si no os portáis bien, os encerrarán.

Las palabras de su padre lograron el efecto deseado. Jack soltó a su hermano y miró fijamente a Kirby, con ojos aterrorizados.

—No he hecho nada malo. Fue el dron. No es culpa mía. Fue Gavin quien quiso hacerlo, no yo. Lo juro, papá. No he hecho nada malo.

—Nadie ha dicho eso, Jack —lo tranquilizó Lisa—. Por favor, para de pelear con tu hermano. Las vacaciones de verano empiezan en un par de semanas… Solo Dios sabe cómo las pasaremos, con vosotros dos en casa. —Se le escaparon unas lágrimas por las comisuras de los ojos y asió la taza con fuerza.

—Bueno, creo que por hoy ya tienen bastante lío —dijo Lottie, con la esperanza de no estar tirando la toalla demasiado pronto—. Esta es mi tarjeta. Por favor, llámenme si recuerdan cualquier cosa que pueda ayudarnos. No importa lo intrascendente que les parezca.

—Por supuesto. —Charlie agarró a Tyrone por el brazo y lo empujó hacia la puerta—. Vosotros dos, arriba, y en un momento hablaremos sobre mandos. —Se volvió hacia Lottie y Kirby—. Los acompañaré a la puerta.

Lottie dejó su tarjeta sobre la mesa y la deslizó hacia Lisa.

—Lo digo de verdad, Lisa. Si hay algo que la preocupa, llámeme.

La mujer siguió con los ojos clavados en su taza de té frío y grasiento.

Los ángeles sepultados

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