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Inmunidad inespecífica

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Barreras físicas

Nuestra primera línea de defensa son las barreras físicas que nos protegen de los ataques. La más obvia es la piel. Las secreciones de sus glándulas (como la sal del sudor) contienen sustancias antifúngicas y antibacterianas que protegen la capa externa. También en la capa más superficial de la piel tenemos una multitud de bacterias beneficiosas que evitan la invasión de las menos amistosas. Si nuestra piel está intacta, estamos relativamente seguros; sin embargo, cuando hay heridas, existe el riesgo de infección.

Obviamente, para poder respirar, comer, excretar y reproducirnos, disponemos de orificios de entrada, que están equipados con una superficie cutánea especial y secreciones que los protegen. Las membranas húmedas y mucosas de la nariz y del aparato respiratorio, por ejemplo, junto con el pelo y los cilios (pelo microscópico), atrapan a muchos invasores potenciales.

Algunos conocidos microbios respiratorios, como los que causan la gripe, interfieren en la acción de barrido de los cilios, lo que explicaría por qué son tan eficaces. En el intestino no hay cilios, pero el mucus y los movimientos peristálticos (contracciones intestinales para impulsar los materiales de la digestión) evitan gran parte del desarrollo bacteriano; la acción trituradora del estómago y su acidez inhiben asimismo la posibilidad de infección. La infección se produce cuando la membrana mucosa está dañada o la peristalsis se ralentiza, y también puede estar causada por intoxicación alimentaria.

La piel y las membranas mucosas, así como la barrera hematoencefálica y (antes de nacer) la placenta, evitan el intercambio libre de materiales; por lo tanto, hasta cierto punto, nos protegen de los agentes dañinos. Toser, estornudar y llorar también nos ayudan a deshacernos de sustancias potencialmente perjudiciales.

Temperatura

Muchos microbios patógenos son susceptibles a la temperatura. Por ejemplo, el bacilo que causa la tuberculosis en humanos no infecta a animales de sangre fría. Igualmente, los microbios causantes de la gonorrea se eliminan a más de 40 °C, por lo que, antes de disponer de antibióticos, un tratamiento común para esta enfermedad era elevar la temperatura corporal.

Muchas de las células autoinmunes son más eficaces a una temperatura superior a lo normal; de ahí que las infecciones cursen con fiebre. Intentar rebajar la temperatura corporal puede poner a nuestras células autoinmunes en una situación de desventaja, ya que la fiebre moderada favorece la respuesta inmune. Por lo tanto, es aconsejable dejar que la fiebre moderada siga su curso, tal como daba a entender la vieja costumbre de sudar para curarse. Sin embargo, debe intentar reducirse una temperatura muy alta, cuando el cuerpo parece perder el control. Lo contrario sería peligroso.

Barreras bioquímicas

También en nuestro organismo fabricamos sustancias químicas que destruyen microbios y otros agentes no deseados. (Su efecto es general, no específico para un tipo determinado de microbio). La sangre, las lágrimas y muchas de nuestras células contienen una enzima llamada lisozima, una sustancia capaz de destruir bacterias.

El interferón es un agente antivírico segregado por la mayoría de las células tisulares (siempre que tengan una cantidad significativa de vitamina C y manganeso) que actúa contra cualquier virus al acecho. Evita que los virus se multipliquen en el interior de las células, probablemente bloqueando su fuente de alimentación; también evita que las células vecinas se infecten.

La capacidad para producir interferón está codificada en nuestros genes, el material hereditario. Actualmente, se ha logrado sintetizar el gen del interferón humano, lo que, sin duda, será muy útil en medicina, aunque no es la única respuesta a la eliminación de virus dañinos.

También en la sangre hay un grupo de proteínas que se unen entre sí y que, al estimularse, aceleran la destrucción de material no deseado. A este sistema se le conoce como «sistema del complemento» y parece activar la inflamación. Para prevenir su ataque incontrolado, las proteínas del complemento suelen estar separadas en el torrente sanguíneo. Solo cuando se unen en el orden correcto, estimuladas por una situación amenazante, pueden causar destrucción. Sería como desmontar un arma para evitar que se dispare por accidente y solo volverla a montar cuando es necesario hacer fuego.

La sangre, el sudor, las lágrimas y otros fluidos corporales (como la bilis y los ácidos grasos esenciales de los intestinos) tienen otras sustancias antimicrobianas bioquímicamente activas.

Especies

No todos los organismos vivos son susceptibles a los mismos agentes patógenos. Por ejemplo, los perros no tienen sarampión porque los gérmenes que causan esta enfermedad no afectan a su especie. Sin embargo, el virus de la rabia ataca tanto a hombres como a perros una vez alojado bajo la dermis.

De igual modo, las ratas no son susceptibles a la difteria y pueden vivir sin problemas en una alcantarilla, mientras que los conejillos de indias son muy vulnerables a esta bacteria y no podrían sobrevivir demasiado tiempo en esta clase de hábitat. El virus de la mixomatosis tiene preferencia por los conejos; en cambio, las bacterias causantes de la lepra y la sífilis prefieren a la especie humana. Por nuestra condición de seres humanos, podemos decir sin temor a equivocarnos que nunca desarrollaremos viruela aviar o tizón de la patata, ya que somos inmunes a estas plagas.

Genética

Hay algunas enfermedades genéticamente predeterminadas. La mayoría de nosotros, por ejemplo, no sufriremos hemofilia. No es una infección; no se puede contagiar; no se puede evitar modificando las pautas dietéticas o el ejercicio. Si no está en nuestros genes, no la adquiriremos.

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