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El manuscrito I

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Una vez finiquitada en Sevilla su relación con la entidad de los servicios secretos del Estado para la que había estado trabajando dos décadas, iba a desvelar, entre otras cosas, detalles relativos al último encargo efectuado para la organización. El caso objeto de investigación estaba relacionado con un manuscrito que contenía las únicas pistas disponibles para dar con el lugar donde debía encontrarse la tumba de un antigua autoridad política y eclesial relacionada con el reinado de Carlos V. El texto aludía a un valeroso capitán que combatió en las tierras del condado, y un pueblo del Caudillo en el que descansaban los restos mortales de un embajador del citado monarca. Curiosamente, Pedro no se percató hasta el final que la resolución del encargo la tuvo, desde el principio, muy cerca. Eso suele pasar cuando en la vida nos empeñamos en buscar lejos lo que justo al lado tenemos.

El manuscrito en cuestión, en el que no constaba fecha, apareció en muy mal estado de conservación junto a un relicario de Santa Cecilia y otras sagradas pertenencias sustraídas de la catedral de Jaén por un grupo de maquis desarticulado por el régimen franquista finalizada la Guerra Civil. El hallazgo debió ser puesto en conocimiento de la Santa Sede por algún prelado, quien, a su vez, habría sido informado de ello por el propio Francisco Franco. Antes de ser devuelta a las autoridades eclesiales, la valiosa reliquia formó parte de una exposición de orfebrería y ornamentos sagrados que tuvo lugar en Madrid en octubre de 1941, y sobre la que Franco mostró especial interés.

Dicho documento permaneció décadas en el olvido, seguramente en alguna sala de los archivos vaticanos, hasta que alguien en Roma lo encontró y consideró necesario cursar solicitud a España para que le aportase información del enigmático contenido del manuscrito, y, en su caso, el sitio en el que podrían yacer los restos mortales de un antepasado miembro de la Iglesia. La petición, fechada en mayo de 2012, fue remitida a los servicios secretos del Estado, con uno de cuyos entes venía colaborando desde 1992. Sería su último servicio antes de dar por concluida su vinculación con éste. Inicialmente, Pedro estuvo revisando abundantes archivos fotográficos sobre los lugares en los que el Generalísimo pronunció discursos en sus visitas a la provincia, uno de los cuales habría tenido como escenario la tribuna del estadio municipal de La Victoria.

Franco se dirigió a unos 20000 falangistas desde la tribuna del estadio en la visita que efectuó el 11 de mayo de 1943, de modo que las instalaciones deportivas debieron darse por inauguradas. Coincidía que, en aquel entonces, ejercía de obispo de la diócesis García y García de Castro, con quien departió Franco tras unos instantes de oración ante el Santo Rostro. Según las referencias relacionadas con dicha visita, el Caudillo hizo noche en Úbeda, pasando antes por Mancha Real y Baeza. En el Parador cenó acompañado, entre otros, del agregado naval de la embajada española en Lisboa y del gobernador civil, Fernando Coca de la Piñera. Afanado por ver fructificar sus anhelos de prosperidad en todas las comarcas que visitaba, Franco solía plantear la conveniencia de hacer más llevadera la vida de campesinos y braceros, especialmente en zonas carentes de infraestructuras. Este tipo de comentarios eran tenidos en consideración por las autoridades del régimen con las que departía.

Según las comprobaciones realizadas por Pedro en diferentes archivos y hemerotecas, fueron diez los pueblos con el añadido del Caudillo creados por el llamado Instituto Nacional de Colonización a fecha 30 de septiembre de 1958. Sin embargo, en los listados que había revisado se relacionaban nueve: Alpeñés del Caudillo (Teruel), Bárdena del Caudillo (Zaragoza), Gévora del Caudillo (Badajoz), Alberche del Caudillo (Toledo), Llanos del Caudillo (Ciudad Real), Viar del Caudillo (Sevilla), Guadalcaucín del Caudillo (Cádiz), Águeda del Caudillo (Salamanca) y Bárcena del Caudillo (León): ninguno de la provincia de Jaén. A vueltas con ello, una noche le vino a la memoria que, en 1988, cubriendo para la radio la búsqueda de El Nani en el pantano del Guadalén, oyó decir que Franco inauguró dicho embalse. Ahí iba a volver con un cometido casi idéntico: dar con el paradero de un cadáver. En Vilches quiso comprobar sobre el terreno alguna ligazón del pantano con el texto del manuscrito. Madrugó para llegar a primera hora. Era una fría mañana de primeros de diciembre de 2012. La caseta del guarda estaba abierta y nadie en su interior. Mientras esperaba, vio apilados en un rincón, hierros, varios forjados de ventanas, tapaderas de alcantarilla y una placa de bronce. Tiró de la misma con cuidado y, al tenerla delante, observó grabado el vítor[5] , y la siguiente leyenda:

«El Generalísimo Franco, jefe del Estado, inauguró en abril de 1953 este pantano, que regula los cauces del río Guadalén, y dio paso por los canales y acequias de riego a las aguas que contribuirán al bienestar y alegría en los campos de la provincia de Jaén. Dios bendiga y proteja al Caudillo de España».

La pista la consideró buena pero incompleta, ya que Vilches, aun estando en la comarca del condado, no aparecía en la lista del Instituto de Colonización. En el coche, ya de regreso, le llamó la atención a pie de carretera un monolito de piedra. Se detuvo en el arcén y, al acercarse, aunque muy borroso por la erosión, se leía: «Guadalén del Caudillo, 1 km». Ese podía ser, debía ser el pueblo al que se refiriese el manuscrito, pero le parecía una investigación demasiado fácil que la entidad habría resuelto sin necesidad de recurrir a un colaborador como él. Debían existir elementos que interrumpiesen la sencilla relación que aparentaban tener las indagaciones realizadas hasta aquel momento. Para evitar obcecarse en la localización del pueblo, Pedro estimó conveniente dirigir sus pesquisas por otra vía, por ejemplo, dar con un capitán que hubiera combatido por tierras de El Condado, según el manuscrito incautado a los maquis. Eso, evidentemente, hacia improbable que se tratase de un militar del bando nacional, pese a lo cual merecía la pena husmear.

En 1936, Santiago Cortés González, siendo capitán con destino en Jaén, encabezó la sublevación de un numeroso grupo de guardias civiles en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, y asumió el mando de los mismos durante los casi nueve meses que duró el asedio al que fueron sometidos por tropas republicanas. El cerco comenzó el 14 de septiembre de 1936. Ese día, el comandante sublevado Eduardo Nofuentes había llegado a un acuerdo con representantes del Gobierno para evitar un prolongado enfrentamiento que permitía la evacuación de los encerrados en el santuario. Santiago Cortés enfureció cuando se enteró de este acuerdo, y mando detener a los milicianos allí presentes y al propio Nofuentes y a su familia, que pasaron a ser prisioneros. Desde octubre de 1936 hasta enero de 1937 los ataques republicanos fueron débiles. Los 1500 milicianos al mando del oficial Agustín Cantón eran más que los sitiados, pero, al no ser soldados profesionales, su capacidad militar era bastante limitada. En marzo de 1937, los nuevos mandos en la zona, el general Antonio Cordón y sus ayudantes, los coroneles Gaspar Morales y Martínez Cabrera, decidieron que no querían otro episodio como el de Alcázar de Toledo, con el agravante, además, que la iglesia de Santa María de la Cabeza estaba en la retaguardia republicana en aquel momento. Así, trazaron un plan que tenía que culminar con la toma del santuario.

Entre el 23 y el 30 de abril se alternaron los momentos de tranquilidad, en los que intervino la Cruz Roja para atender a heridos, con los dedicados a preparar la estrategia del asalto final. El mismo tuvo lugar el uno de mayo a las cuatro y media de la mañana, momento en el que la infantería, que rodeaba el complejo, lanzó un ataque frontal con la intervención de dos mil soldados, artillería y unos diez tanques T-26 republicanos. Los combates duraron hasta las tres de la tarde, cuando Cortés fue herido por una granada. Media hora después un agente de la guardia civil, apellidado Herrera, enarbolaba la bandera blanca de rendición. El capitán fue hecho prisionero y falleció al día siguiente a causa de las heridas de guerra causadas durante el asalto final.

En la jornada del viernes 21 de abril de 1939 Franco acudía a Andújar, en cuyo cementerio se encontraban los restos mortales de Santiago Cortés, sobre cuya tumba depositó dos coronas de flores, y una sección de legionarios a las órdenes del coronel Castejón le rindió honores. A la salida del campo santo, al Caudillo le fue presentado un niño de dos años, superviviente del asedio e hijo del teniente Ruano. Tras las lógicas muestras de cariño, Franco se dirigió en automóvil al santuario para conocer su estado de deterioro. Allí, Queipo de Llano le informó de que, gracias a la suscripción abierta a través de Radio Sevilla, se habían recibido aportaciones dinerarias para las obras de reconstrucción, teniendo constancia además de iniciativas como la de un fabricante de campanas de Madrid ofreciendo donar una para la ermita, y la efectuada por una firma de San Sebastián dispuesta a aportar todo el cemento necesario. Después de almorzar a orillas del río Jándula, Franco emprendió viaje a Córdoba.

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