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LOCOS


Estáis locos.

—Gracias —sonríe Harmony.

—Doy por sentado que te has expresado mal; te ruego que me lo repitas —le ruega Mickey a Dancer.

—Ares te dará más dinero del que hayas visto en tu vida si consigues acoplarle eso al joven amigo que me acompaña.

—Imposible —sentencia Mickey. Me mira. Me examina por primera vez. Se muestra poco impresionado a pesar de mi altura. No le culpo. Antes creía que era un hombre guapo entre los clanes. Fuerte. Musculoso. Aquí arriba, soy pálido y enjuto, joven y cubierto de cicatrices. Escupe sobre la mesa—. Imposible.

Harmony se encoge de hombros.

—Es algo que ya se ha hecho.

—¿Y quién lo ha hecho, si se puede saber? —Gira la cabeza—. No. No voy a morder el anzuelo.

—Alguien con talento —le provoca Harmony.

—Imposible —repite con énfasis. Mickey se inclina más hacia delante si cabe; su fino rostro no tiene ni un solo poro—. Habría que resolver el asunto de la correspondencia entre su ADN y el de las alas, así como los de la extracción cerebral. ¿Sabías que tienen marcas subdérmicas en el cráneo? Claro que no lo sabías. ¿Y que tienen chips con sus datos injertados en el córtex frontal para confirmar su casta? Y luego están las conexiones sinápticas, los enlaces moleculares, los dispositivos de rastreo y el Consejo de Control de Calidad. Y luego están el trauma y el razonamiento asociativo. Aunque consigamos hacerle un cuerpo perfecto, aún quedará un problema, y es que no podemos hacerlo más listo. No se puede convertir a un ratón en un león.

—Este chico ya piensa como un león —dice Dancer.

—¡Jo, jo! Piensa como un león —se ríe burlonamente Mickey.

—Y es como Ares quiere que se haga.

La voz de Dancer suena fría.

—Ares. Ares. Ares. No importa lo que Ares quiera, pedazo de simio. Da igual la ciencia. Su destreza física y mental probablemente sea la de un limpiador de retretes. Y sus tangibles no coincidirán. ¡No es de la misma especie! ¡Este es un roñoso!

—Soy un sondeainfiernos de Lico —protesto.

Mickey alza las cejas.

—¡Jo, jo! ¡Un sondeainfiernos! ¡Abrid paso! Un sondeainfiernos, dice. —Se burla de mí, pero de repente entorna los ojos como si recordara haberme visto antes. Mis latigazos se televisaron. Mucha gente ha visto mi rostro.—. Joder —murmura.

—Reconoces mi cara —le confirmo.

Carga el vídeo viral y vuelve a verlo.

—¿No te habías muerto con esa novia tuya?

—Era mi mujer.

Los músculos de la mandíbula de Mickey le tiemblan debajo de la piel mientras me hace caso omiso.

—Estáis fabricando un salvador —dice a modo de acusación, mientras le lanza una ojeada a Dancer—. Dancer, pedazo de cabrón, estás intentando fabricar un mesías para tu condenada causa.

No se me había ocurrido verlo de esa forma. Me pica la piel de intranquilidad.

—Sí —responde Dancer.

—Si lo convierto en un dorado, ¿qué haréis con él?

—Pedirá la admisión en el Instituto. Lo aceptarán. Allí se distinguirá lo bastante como para llegar hasta los rangos de los Marcados como Únicos; y como un Marcado, puede prepararse para ser pretor, legado, político o cuestor. Cualquier cosa. Ascenderá hasta una posición privilegiada; cuanto más importante, mejor. Y una vez allí, estará en disposición de hacer lo que Ares le pida para la causa.

—Madre de Dios —murmura Mickey. Mira fijamente a Harmony y después a Dancer—. Queréis que sea un auténtico Marcado como Único. ¿Un bronce no?

Un bronce es un dorado descolorido. De la misma clase, pero menospreciado por sus capacidad y apariencia inferiores.

—Un bronce no —confirma Dancer.

—¿Y un florecilla?

—No queremos que se vaya a clubes nocturnos ni a comer caviar. Queremos que dirija las flotas.

—Las flotas. Estáis todos locos. Locos. —Los ojos violetas de Mickey se posan en los míos después de un momento—. Muchacho, te están condenando a muerte. No eres un dorado. No puedes hacer lo que hacen los dorados. Son asesinos. Han nacido para dominarnos. ¿Te has encontrado alguna vez con un áureo? Claro que ahora parecen todos bonitos y tranquilos. Pero ¿sabes lo que pasó en la Conquista? Son unos monstruos. —Sacude la cabeza y lanza una risotada perversa—. El Instituto no es ningún colegio. Es el lugar donde se dedican a sacrificarse unos a otros hasta que encuentran al más fuerte de cuerpo y de mente. Tú morirás.

El cubo de Mickey está en el lado opuesto de la mesa. Avanzo hacia él sin decir palabra. No sé cómo funciona, pero sé de los rompecabezas de la tierra.

—Pero ¿qué haces, muchacho? —Mickey lanza un suspiro lastimero—. Eso no es juguete.

—¿Has estado alguna vez en una mina? —le pregunto—. ¿Has usado alguna vez los dedos para cavar en una falla en un ángulo de doce grados mientras haces los cálculos para adaptar el ochenta por ciento de la fuerza giroscópica y el cincuenta y cinco por ciento del impulso y así no desencadenar una reacción en una bolsa de gas, y todo eso mientras estás sentado en tu propio pis y tu propio sudor y te preocupan las víboras que quieren meterse en tu tripa para poner sus huevos?

—Esto es...

La voz se le debilita mientras ve cómo la garra perforadora ha entrenado el movimiento de mis dedos, cómo la gracilidad con la que mi tío me enseñó a bailar se traslada a mis manos. Canturreo mientras tanto. Apenas tardo un momento: un minuto, o quizá tres. Pero averiguo cómo funciona el rompecabezas y lo resuelvo sin problemas, de acuerdo con la frecuencia. Parece que tiene otro nivel, acertijos matemáticos. No entiendo las matemáticas, pero sí los patrones. Resuelvo este y cuatro rompecabezas más, y después cambia otra vez en mis manos, se convierte en un círculo. Mickey abre mucho los ojos. Termino los rompecabezas del círculo y después le lanzo el aparato de vuelta. Mira de hito en hito mis manos mientras mueve frenéticamente sus doce dedos.

—Imposible —murmura.

—Evolución —replica Harmony.

Dancer sonríe.

—Habrá que discutir el precio.

Amanecer rojo

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