Читать книгу La prisión, elige tu propia aventura - Ramón Díez Galán - Страница 10

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Es tu oportunidad, ahora o nunca, Valero está distraído gritando a través de la ventanilla de una celda. No lo piensas dos veces, corres con todas tus energías en dirección a la puerta, la abres de un golpe y continúas corriendo por el pasillo, algunos presos te animan con sus gritos.

– ¡Vamos! ¡Escapa!

Escuchas como Valero te persigue, el veterano vigilante tiene una buena condición física para su edad. Te diriges hacia el patio, no sabes con certeza cuáles serán tus siguientes pasos, sin embargo, tu objetivo está claro: huir.

Piensas en milésimas de segundo, te diriges hacia la valla, con un poco de suerte no habrá ningún guardia en la torre y conseguirás saltarla antes de que Valero te atrape.

Abres la puerta del patio de una patada, miras rápidamente a tu alrededor, el vigilante está en la torre utilizando su teléfono, todavía no te ha visto, corres en dirección a la valla, Valero sale por la puerta y grita.

– ¡Alto!

El guardia de la torre te ve, toca el botón de alarma al tiempo que carga su escopeta de bolas, la sirena de emergencia empieza a sonar por megafonía.

Corres desesperadamente, sabes que ya no hay vuelta atrás. De un potente salto llegas hasta la mitad de la valla, trepas hasta la parte superior donde tu ropa se enreda con el alambre de espino. Sientes dolor, puedes ver la sangre corriendo por tus brazos, no te importa, desde arriba de la valla ves el bosque que está fuera de la prisión, la libertad. Con un movimiento fuerte consigues liberarte del alambre, caes al otro lado de la valla, puede que te hayas roto un pie, pero no te importa, con la ropa rota continúas hacia la segunda valla, lo único que te separa de la libertad.

El vigilante de la torre continúa cargando su arma, por los nervios le cuesta más de lo normal. Valero desesperado grita desde el patio a su compañero.

– ¡Dispara! ¿A qué esperas?

Llegas hasta el último obstáculo que te separa del exterior, escalas con tus manos ya totalmente rojas por la sangre, la valla está electrificada, sientes potentes descargas por todo tu cuerpo, resistes como puedes y subes un metro, dos, tres.

– ¡Dispara! – Valero continúa gritando desde la primera valla. – ¡Ahora!

– ¡Pum! —

El fuerte sonido del arma retumba por todo el patio.

Sientes un dolor inhumano en tu espalda, tus manos se sueltan de la valla y caes al suelo, el golpe es durísimo. Ves el sol en el cielo azul, piensas en lo cerca que has estado de ser libre, los pájaros vuelan en todas direcciones como locos a causa del disparo. El sol ilumina y calienta tu cara, es una sensación placentera y agradable. Tu vista, poco a poco, empieza a fallar, todo da vueltas sobre tu cabeza y finalmente pierdes la conciencia.

Despiertas en una sala blanca, parece un hospital, estás conectado a varias máquinas, no puedes sentir las piernas. Ves como un guardia se levanta de su silla, abre la puerta y sale al tiempo que grita.

– ¡Está despierto!

Intentas levantarte, pero no puedes, te duele todo. Una joven doctora entra en la habitación.

– No te muevas, podría ser peor. – La mujer se acerca a la cama y comprueba el estado del suero intravenoso. – Tienes varios huesos rotos, estás vivo de milagro.

– ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

– Me llamo Cristina, soy la doctora de la prisión, estás en la enfermería. Llevas tres días en coma. ¿Recuerdas algo de lo que pasó?

– Me dispararon por la espalda. – Incluso hablar te resulta doloroso. – Estaba ya casi arriba, me faltó muy poco.

– Muy poco te faltó para morir. – Cristina comprueba tu temperatura con un termómetro mientras te habla. – Hay una cosa que no entiendo, ¿por qué intentaste escapar de la prisión en tu primer día? Normalmente la gente espera un poco más.

– Estoy aquí injustamente. Yo no soy una mala persona. Tengo que salir de aquí.

Cristina escucha tus palabras con indiferencia.

– Vas a tener que hacer mucho más para impresionarme, eso dicen todos.

– Lo mío es cierto, puedes mirarlo en mi historial. – Tu voz suena desesperada. – Yo no he hecho nada, soy policía, investigaba a ARTUS, la empresa para la que trabajas.

Algo despierta la curiosidad de Cristina.

– He buscado tu historial por todas partes y no he encontrado nada, ni siquiera tu nombre está en los registros de la prisión. ¿Qué dices que investigabas?

Decides contar tu historia, la doctora parece ser una buena persona.

– ¿Sabes cómo funciona ARTUS? Tienen prisiones por todo el país, el gobierno paga una cantidad de dinero por cada prisionero que hay aquí dentro, como en un hotel. Pues hace poco tiempo descubrí que hacen informes falsos, para ganar más dinero, hay facturas con nombres de personas que no existen.

Cristina parece estar sorprendida por tu historia.

– Dios mío, alguna vez me han pedido que rellene actas médicas de pacientes sin haberlos visto. Espero no haber hecho nada ilegal. – La voz de la doctora suena a preocupación. – ¿Y cómo has terminado dentro de la prisión?

– Hablé de todo esto con la persona equivocada, un alto cargo de la policía que, al parecer, trabaja para ARTUS. Fui detenido al instante. Me metieron aquí sin permitirme hacer ni una llamada. La red de corrupción llega hasta el gobierno del país, debo salir y contarlo todo. Temo por mi vida, si mi nombre no está en el registro de la prisión es porque quieren que desaparezca. Van a intentar matarme.

La doctora se horroriza con la idea, piensa en cada una de tus palabras, parece que empieza a replantearse muchas cosas.

– En tu estado de salud, tienes difícil volver a correr y saltar vallas, creo que deberías hablar con el director de la prisión. Él sabrá qué hacer. – Cristina tiene una voz dulce e inocente, parece que realmente quiere ayudarte. – Le voy a decir que venga inmediatamente.

Con la emoción del momento olvidas el dolor, parece que ya puedes hablar sin problemas, incluso consigues girar la cabeza de un lado a otro.

– No, todavía no sé en quién puedo confiar aquí dentro, y el director de la prisión puede que pertenezca a la organización corrupta de ARTUS.

– No lo creo, es una persona responsable. Conozco bien al director, a su esposa y a sus tres hijos, el mayor estudia medicina en la mejor universidad del país. – Cristina cierra la puerta para que los guardias no puedan escuchar la conversación. – Viven todos en una casa preciosa en el barrio rico de la ciudad. Son una familia muy unida, de las que solo se ven en las películas. El director tiene una vida perfecta, no creo que lo arriesgue todo por una organización corrupta. Puedo darle un mensaje de tu parte si quieres.

– ¿Y qué sabes del Jefe? – Preguntas por la persona que crees tiene más poder en la prisión. – No sé cómo lo ha hecho, pero tiene mi teléfono móvil y ha conseguido mi código PIN.

Cristina se acerca a ti.

– Todo el mundo conoce al Jefe, se rumorea que tiene información delicada de personas importantes y gracias a ello hace lo que quiere, creo que se siente más cómodo y protegido dentro de la prisión que fuera de ella. Él también podría ayudarte, pero según tengo entendido es una persona que simplemente actúa por interés.

– ¿Y quién no lo hace hoy en día? – Ves dos caminos abrirse ante ti. – Has dicho que puedes llevarle un mensaje al director de la prisión, ¿crees que también podrías ponerme en contacto con el jefe?

La doctora duda un momento y, finalmente, contesta.

– Sí, el Jefe tiene varios informadores, suelen pasar por la enfermería una o dos veces a la semana. Creo que podría darles tu mensaje. Voy a ayudarte, pero por favor, no puedes decirle nada a nadie, mi puesto de trabajo correría peligro. ¿Qué quieres que haga?


Si quieres ponerte en contacto con el Jefe, ve a la página 71


Si prefieres darle un mensaje al director de la prisión, ve a la página 28

La prisión, elige tu propia aventura

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