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Capítulo 3 El desarrollo de un niño - II La posibilidad, la necesidad y el sentido del “análisis temprano”

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Ricardo Antar

En esta segunda parte M. Klein propone proseguir con la tarea iniciada en la parte anterior del artículo; es decir, la profilaxis no solo de “enfermedades subsiguientes sino también (prevenir perjuicios permanentes) del carácter y del desarrollo intelectual”:

“Yo plantearé ahora la cuestión de qué aprendemos del análisis de adultos y niños que podamos aplicar al considerar la mente de los niños menores de seis años, ya que es bien sabido que los análisis de neurosis revelan traumas y fuentes de perjuicio en acontecimientos, impresiones o desarrollos que ocurrieron en edad muy temprana, es decir, antes del sexto año de vida. ¿Qué proporciona esta información para la profilaxis?”1

Luego de reiterar los enormes beneficios que surgen de una crianza con principios psicoanalíticos, señala que se ve obligada a mencionar las dificultades a que la misma se enfrenta:

a) una de ellas es la falta de posibilidad interna de llevarla adelante por parte de padres y educadores no analizados.

b) Pero la mayor limitación se encuentra en que

solo una parte de los perjuicios causados por la represión puede atribuirse a un ambiente nocivo u otras condiciones externas perjudiciales. Otra parte muy importante se debe a una actitud por parte del niño, presente desde los más tiernos años ... No siempre es posible descubrir a partir del análisis de adultos −especialmente en una reconstrucción− en qué medida las condiciones adversas y en qué medida la predisposición neurótica son responsables del desarrollo de la neurosis.”2

En conexión con este tema, M. Klein retoma la experiencia con Erich en el momento en que el niño repetía frecuentemente preguntas3 que se tornaban estereotipadas, “en tanto que las que se debían a un evidente impulso de investigación disminuían y se tornaban de carácter especulativo. Al mismo tiempo aparecieron preguntas preponderantemente superficiales, no meditadas y aparentemente sin fundamento.”4 Más aún, después “de este reciente período (...) de creciente rumiación y preguntas superficiales, hubo un cambio. El niño se volvió taciturno y mostró marcado desagrado por jugar.”5

No obstante, aunque

“este cambio no podía menos que llamar la atención de un ojo atento, aun entonces su estado no podía considerarse como ‘enfermo’. Su sueño y estado general de salud eran normales. Aunque tranquilo y más revoltoso, como resultado de su falta de ocupaciones, seguía siendo amistoso; podía tratárselo como de costumbre y estaba alegre. Sin duda que también los últimos meses su inclinación por la comida dejaba mucho que desear; empezó a ser caprichoso y mostraba marcado disgusto por ciertos platos, pero por otra parte comía lo que le gustaba con buen apetito. Se aferraba más apasionadamente a la madre, aunque, corno ya se dijo, se aburría en su compañía. Era uno de esos cambios que por lo general o no son advertidos especialmente por los que se encargan del niño, o si son advertidos, no se los considera de importancia.”6

Melanie Klein

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