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Los trabajadores, los sindicatos y la política

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Los trabajos relevados abarcan aspectos diversos de esta problemática. Comenzamos destacando las obras, consideradas clásicas, de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Juan Carlos Torre, José Aricó, Hugo del Campo y Joel Horowitz.12 Estos trabajos de naturaleza y objetivos diversos tienen en común la elección de temas sindicales y las relaciones del movimiento obrero con el Estado durante los años 30 y 40 en la Argentina.

El trabajo de Murmis y Portantiero ya es considerado un ensayo de consulta ineludible acerca de una perspectiva de interpretación posible sobre los orígenes del peronismo. En cuanto a la investigación de Horowitz, su análisis se centra fundamentalmente en las relaciones entre el Estado y el movimiento obrero y su incidencia en la ideología política de los sindicatos entre 1920 y 1943 (su estudio focaliza aquellos gremios vinculados con el sector servicios, por ejemplo, comercio y transporte). Respecto al trabajo de Del Campo, su principal aporte radica en la perspectiva elegida y en la significatividad de sus conclusiones. Su análisis general gira en torno a dos ejes fundamentales: 1) el peronismo como síntesis de las dos corrientes existentes dentro del sindicalismo preperonista: la apolítica expresada por el sindicalismo revolucionario y la política o pro partidos obreros, representada por el socialismo y el comunismo; 2) la continuidad en las prácticas político-gremiales (estrategias de lucha) del movimiento obrero argentino desde la etapa preperonista a la peronista. Un ejemplo de ello fue la estrategia de presionar sobre las estructuras del Estado (Departamento Nacional del Trabajo) para obtener las reivindicaciones deseadas.

Por otra parte, el libro del japonés Hiroshi Matsushita Historia del movimiento obrero argentino,13 es un estudio general sobre el movimiento obrero argentino del período preperonista e interpreta los orígenes del peronismo en consonancia con algunos de los planteos que hizo Gino Germani en los años 50 y 60.

Sobre conflictividad obrera en la etapa 1945-1955, se destacan los trabajos llevados a cabo por Samuel Baily, Louise Doyon, Daniel James, Walter Little y Scott Mainwaring, entre otros.

La historiadora canadiense Louise Doyon ha sido quien, hasta el momento, ha realizado la investigación más profunda acerca de la relación entre el gobierno peronista y los trabajadores durante sus primeras dos presidencias. En su texto han sido centrales los conflictos que estos protagonizaron y la organización de los sindicatos, dos factores altamente interrelacionados. Al igual que Murmis, Portantiero, Del Campo y Torre, la historiadora considera en su trabajo que fue fundamental el papel de la vieja dirigencia sindical en el surgimiento del peronismo. Sin embargo, no acuerda con la caracterización de las prácticas obreras durante las presidencias de Perón. Un factor central en la obra de Doyon, tanto en sus artículos publicados en la Revista Desarrollo Económico como en su libro14 (tesis doctoral de 1970), es la afirmación acerca de que siempre existió en el movimiento obrero peronista una activa participación de sus bases obreras, más allá de evidenciar la existencia de sectores moderados dentro de su dirigencia. Esta perspectiva toma distancia de aquellas visiones historiográficas que le adjudican al movimiento obrero un papel ingenuo y pasivo en los orígenes del peronismo e incluso durante la gestión de Perón al frente de la presidencia en los años 40. Las huelgas de los primeros tres años del peronismo en el poder (1946-1948), que eran consideradas en su mayoría luchas no genuinas, son interpretadas como una tentativa exitosa de los trabajadores de base a transferir su victoria política al área de las relaciones laborales. Las reformas decretadas por el gobierno necesitaban ser confirmadas en los lugares de trabajo, para lo cual se realizaron acciones de fuerza que no solo las aseguraron, sino que, en algunos casos, las expandieron y transformaron.

Esta caracterización de la centralidad de los trabajadores en las conquistas del período inicial tiene su base de sustentación en la afirmación de que la relación inicial de estos con el gobierno peronista era de relativa igualdad de fuerzas. Doyon plantea que el decreto 23.852 de asociaciones profesionales, promulgado en octubre de 1945, fue “el testimonio más significativo del compromiso existente entre el régimen y el movimiento obrero y reflejó el equilibrio de poder existente entre estos dos actores en aquellos momentos”.15 Equilibrio que se hizo ver no solo en las continuidades sino también en los cambios cualitativos que la propia clase generó.

El análisis que hace Doyon de la relación de los trabajadores con el peronismo se expande, respetando su lógica, a lo largo de todo el período, y allí reside su mayor diferencia con los textos de los autores que se centran en las continuidades. Así, “la burocratización y verticalización”, según la autora, realmente preponderantes a partir de 1948 pero no monolíticas, se convierten en un proceso que lejos estuvo de ser indoloro y en el que los factores internos actuaron tanto o más que la represión estatal. A su vez, se resignifican los conflictos; por ejemplo, los de mediados de la primera presidencia, como el de los azucareros, gráficos, ferroviarios, trabajadores de la industria de la carne y bancarios que pasan de ser únicamente políticos y liderados por dirigentes ideológicamente opuestos al peronismo a ser considerados como “los primeros síntomas de ruptura de la alianza que se había gestado en 1946 entre el movimiento obrero y el Estado”.16

El trabajo del historiador norteamericano Samuel Baily, al igual que el de Doyon, abarca todo el período peronista y es habitualmente citado por los historiadores. Sin embargo, a diferencia del texto de Doyon, adolece de grandes deficiencias en sus referencias empíricas, lo que hace que no logre apoyar suficientemente las afirmaciones que sostienen su trabajo. El eje teórico de la obra gira en torno al concepto de movilización social formulado por Karl Deutsch,17 y según esta mirada, el peronismo debe ser analizado como parte de la movilización social que se da en los países que pasan de sociedades tradicionales a modernas. Durante esta transición se deterioran los antiguos vínculos sociales, económicos, culturales e incluso los relacionados con la identificación personal. La búsqueda de una nueva identidad que sirva a su vez para proteger los propios intereses en el caso argentino devendrá finalmente en el nacionalismo popular.

Como es posible relacionar, el planteo teórico de Baily se entronca con el de Gino Germani.18 Su eje de análisis es político y se centra en las identificaciones que construyeron los trabajadores durante esos años. Esto explica que la interpretación de los orígenes del peronismo sea idéntica a la del sociólogo italiano. Parte de la distinción entre nuevos y viejos trabajadores, por lo cual la migración interna habría convertido al hasta entonces peón rural en un obrero industrial. Este no fue incorporado ni por el Estado ni por los dirigentes sindicales –afirma– y “se miraban con hostilidad y desconfianza” con el trabajador de origen europeo y sindicalizado. Esta separación se expresaba en identidades políticas diferentes: por un lado, el nacionalismo liberal propio de la tradición moderna de Buenos Aires y, por el otro, el nacionalismo antiliberal de los recién llegados, quienes poseían un concepto de gobierno que “derivaba de la relación patrón-peón en la estancia, paternalista y autoritaria”.19 Se reproduce así la idea del atraso cultural de las masas provenientes del interior. Mientras el nacionalismo liberal, desprendido de los valores y tradiciones de los trabajadores de origen europeo era “dinámico, de orientación interna y cosmopolita”, el nacionalismo antiliberal o criollo “poseía un tinte nostálgico y xenófobo vinculado con la tradición nacionalista del gobierno de Rosas y del culto al gaucho. Baily afirma que “este proceso migratorio cierra una etapa al llegar a Buenos Aires ya que al poco tiempo dio como resultado una confluencia e identificación obrera con el peronismo”.20 Los trabajadores, entonces, si nos atenemos a este planteo, tuvieron durante el peronismo una identificación inamovible que no reconoció vaivenes de ningún tipo y que no fue corroída por ningún exceso autoritario. Sin embargo, esto no impidió que desde los inicios del gobierno peronista ocurriesen huelgas o conflictos obreros. Por un lado, había conflictos políticos protagonizados por trabajadores liberales; por otro, los había económicos, en los que participaban obreros peronistas, lo que limitaba en gran medida su alcance: estos nunca llegaban a tener una expresión política. En este libro se pone énfasis en dejar en claro la distancia entre los dos móviles mencionados antes.

Incluso luego de 1952, momento en el cual la política peronista se aleja aún más de los intereses obreros, Baily asume que la conflictividad aumenta, pero que los trabajadores identificados con el presidente nunca dejan de considerarlas como luchas económicas y pragmáticas. La raíz profunda de esto se encuentra en que el accionar de la clase obrera, siempre dentro de la mirada teórica del autor, es claramente pasiva. La clase obrera acepta al líder, acepta no tener incumbencia en política e, incluso, en medio del conflicto social, acepta no traspasar los límites que marca la identificación peronista. Cuando el gobierno abandona a la nación de los trabajadores, la única acción de ruptura que Baily reconoce sigue siendo pasiva: la no intervención masiva en los hechos de septiembre de 1955 a diferencia de los de octubre de 1945.

Por su parte, el investigador Walter Little toma como período de análisis los años que van desde el golpe de Estado de 1943 hasta el de 1955 e intenta dar cuenta de los elementos institucionales de la relación entre las organizaciones obreras y el régimen de gobierno peronista.21 Caracteriza durante los primeros años a la coalición peronista como mucho más débil y limitada de lo que en general se plantea. A esto ayuda el apoyo puramente pragmático de los dirigentes sindicales, quienes reaccionaban según la satisfacción de sus intereses. El período abierto en 1946 resulta diferente pues una vez que Perón está en el poder, la relación de fuerzas dejó de ser tan equitativa. Este período se divide en dos: uno que llega hasta 1951 y otro que se cierra con el golpe de septiembre de 1955.

Según Little, se pueden hallar seis tipos de relaciones entre los sindicatos y el Estado peronista: oposición, sindicalismo, liberalismo, peronismo independiente, oportunismo, lealtad. En el primer período, que es el de la consolidación y expansión del sindicalismo peronista, pueden encontrarse todos, mientras que durante la segunda presidencia el aumento del autoritarismo y la represión fueron reduciendo el margen de maniobra.

Frente al concepto dualista de la clase obrera heterónoma, en esta obra se resalta su homogeneidad. Sin embargo, esta no acarreaba un alto grado de concientización. Little resalta la pasividad general de la masa obrera y su marcada preferencia por las satisfacciones materiales por sobre las ideológicas. Esta cuestión explica, a su entender, el fracaso de las propuestas sindicales no peronistas, pues estos dirigentes, basándose en discursos ideológicos, no lograron llegar a los afiliados al gremio y, por ende, no consiguieron que estos los defendieran de los ataques peronistas. Por eso, los conflictos protagonizados por bancarios, azucareros, gráficos y ferroviarios tuvieron distintos sentidos para los dirigentes opositores y para la base. Para estos últimos, el conflicto no era un ataque a Perón, sino que los destinatarios del reclamo eran los patrones.

Desde la mirada de este autor, en el período que se abre en 1951 desaparecen casi completamente los conflictos de cualquier tipo. El régimen impone un control monolítico donde los sindicatos se transforman en meros agentes de propaganda gubernamental. El fuerte protagonismo estatal, junto a la actitud pasiva de las bases obreras confluyó para debilitar cualquier posibilidad de autonomía sindical. Ahora bien, se pregunta Little, si la relación entre bases y dirigencia, en lo que respecta a la satisfacción de las reivindicaciones económicas, en los primeros años se expresaba a través de presiones obreras que llegaban incluso hasta a paros sorpresivos, ¿cuál fue su expresión durante los últimos años peronistas en el poder? El autor asevera que en lugar de conflictos abiertos lo que se vio afectado fue el trabajo diario en el que comenzaron a preponderar la apatía y el ausentismo. Este historiador descarta que estas expresiones de descontento se relacionen con un posible quiebre de identidad peronista debido a que la política argentina seguía estando polarizada y la clase obrera no tenía muchas alternativas aparte de su apoyo al peronismo.

Otra perspectiva, habitualmente referenciada, es la del norteamericano Scott Mainwaring.22 Este autor se propone continuar con los trabajos, que considera acertados pero incompletos, de Doyon y Little. Es en cierta manera una complementación de esas investigaciones. Sus hipótesis centrales, en relación con el período, son tres. La primera es que en los niveles más altos, el movimiento obrero se redujo virtualmente a ser un agente del gobierno, mientras que al nivel de las bases, todavía seguía existiendo un grado importante de autonomía. Según su parecer, la clase obrera gozó durante estos años (1952-1955) de menor autonomía que en la época anterior.23 La segunda hipótesis es que Perón siguió apoyando a los trabajadores durante la crisis económica, a diferencia de lo que afirma Baily, y que este apoyo, en parte, explica la perduración de la fidelidad obrera hacia el gobierno peronista. La tercera, ligada a la anterior, es que Perón hizo esfuerzos para mantener el nivel de vida obrero y las ventajas ganadas, intento que se puede observar si se compara la recesión económica y la caída del nivel salarial obrero. De esa comparación, según Mainwaring, se desprende que esta última fue menor a lo esperable. Una de sus preocupaciones es analizar el valor político de los convenios obtenidos en estos años por los trabajadores. Las discusiones en torno a los convenios colectivos de 1954 son examinadas a la luz de la primera hipótesis expresada. Es en estas discusiones donde se revela mejor que en el nivel de las bases la clase obrera retenía un grado importante de autonomía frente al Estado, autonomía que no tenía la Confederación General del Trabajo (CGT), ni los sindicatos por rama, aunque estos últimos tuvieran un poco más de maniobrabilidad, lo que ocasionaba la incapacidad de la central obrera para articular una actitud coherente. En lo que respecta a la naturaleza del conflicto, Mainwaring no separa tajantemente entre lo político y lo económico.

El citado autor plantea, entonces, en el caso del período 1952-1955, que al principio estas luchas comenzaron ocupándose del problema salarial pero que luego, cuando la dirigencia sindical se negó a apoyar los reclamos, se tornó en lucha política, al cuestionar la legitimidad de la dirigencia e incluso de la línea del peronismo. Esto equivale a pensar que los trabajadores no tomaron distancia del propio gobierno, sino que, según Mainwaring, fue un “intento de cambiar el rumbo del peronismo y crear un movimiento obrero más autónomo”.24

Finalmente, el investigador Daniel James ha analizado centralmente la relación del peronismo y la clase obrera entre 1955 y 1973.25 Sobre la base de su obra más importante y distintos artículos podemos analizar el aporte que este historiador realizó sobre el período examinado.

A partir del estudio que realiza del 17 de octubre de 1945, James va dando forma a una caracterización del peronismo, según afirma, como una voz “potencialmente herética”, al expresar las esperanzas de los oprimidos, inhabilitada como “opción hegemónica viable al capitalismo argentino”. Aun considerando los diversos postulados peronistas de donde se desprenden la aceptación de la legitimidad de las relaciones de producción capitalistas y de la autoridad contenidas en ellas, una vez abierta la crisis de comienzos de la década de 1950 las fuerzas económicas que hasta entonces lo habían tolerado “debieron aceptar que era como cabalgar un tigre”.26

Fue, como coinciden numerosos investigadores, al comenzar la crisis económica cuando el peronismo se presentó como una opción política inadecuada para el sector capitalista argentino. Su propia naturaleza le impidió llevar a cabo la modernización y racionalización industrial que la coyuntura reclamaba. La resistencia que el movimiento obrero realizó se tradujo más en una negativa a cooperar que en una acción abierta de huelgas, e impidió que el gobierno peronista pudiera alcanzar sus objetivos. Esta oposición obrera expresaba la ambivalencia de la identificación peronista.

James considera que, aunque no había un reto explícito, las medidas defensivas que los obreros tomaron erosionaron el poder de los empresarios en las fábricas. Estos hechos –la resistencia de los trabajadores a los planes productivistas de la segunda presidencia– fueron una muestra de la pervivencia de cierta autonomía obrera y de la ambivalente identificación peronista de los obreros. Las comisiones internas, tan resistidas por el empresariado, son consideradas para este autor como un símbolo de esa autonomía y del equilibrio de fuerzas en los lugares de trabajo que se había logrado durante el peronismo.

Finalmente, en esta línea de referencias, consideramos destacados los aportes de las investigaciones incluidas en la revista Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, dirigida por Hernán Camarero. Especialmente para este estudio fueron consultadas las publicaciones 5 y 6, de 2015 y 2016, respectivamente.27

El mundo del trabajo en la Argentina 1935-1955

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