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California Dreamin’ 2

Las luces de la ciudad titilaban alegrando el paisaje en la ventana. Manuel Antonio, sentado en un sillón con una copa de vino en la mano, veía cómo el mundo en el que había vivido hasta entonces llegaba a su final. Se alejaba como las luces de los autos marchitándose a medida que caía la noche. Una vez más se veía obligado a dejar todo lo que le era familiar, el café donde los bolivianos, el menú del día en La Sanabresa, y además debía emprender un viaje, no por gusto ni por placer, sino como todo migrante del siglo xxi, por necesidad, porque la vida es difícil; porque la crisis, la crisis. Le daba rabia aceptarlo, pero así estaban las cosas.

La cerradura crujió, la puerta de entrada se abrió y un leve movimiento de aire sacudió el salón. Escuchó las llaves de Mireia y el torbellino de palabras que resumía su día, mientras dejaba el mat de yoga junto a la puerta de entrada, Hola, qué cansancio, fue un día largo en la oficina, pero la práctica con la maestra estuvo cool; tengo hambre, estoy muerta y todavía no hago maleta, ¿será que preparamos algo?, ¿en qué andas, dónde estás?

Manuel se limitó a mostrarle la mesa donde había una botella de vino abierta y un par de platos con pan, jamón y manchego. Mireia se acercó por detrás y lo abrazó, Uy, qué rico. Manuel le acarició la mano en la que aún sostenía las llaves y apuró un trago. Ella estaba vestida con su ropa de algodón blanco que la hacía resplandecer. A Manuel el yoga le daba igual, pero la ropa que ella usaba para practicarlo no, le parecía más excitante que espiritual, Dame un beso. Ella obedeció con una sonrisa, ¿Ya te dijeron cuánto vas a ganar?, ¿eso celebramos? No seas preguntona, acuérdate de que yo sigo siendo bogotano; de esas cosas no hablamos los caballeros.

Ella le hizo un gesto insultante con la nariz mientras dejaba el llavero sobre la mesa, Nunca sé dónde coño dejar las llaves, ¿tienes un sitio, un cuenco, algo? Manuel se encogió de hombros, No, solo las dejo por ahí, sobre la mesa o en la cocina, tal vez debería comprar un chunche de esos que venden para los llaveros.

Mireia llevaba poco viviendo en el apartamento de Manuel Antonio y todavía no tenía hábitos establecidos sobre dónde y cómo guardar las cosas. Lo único suyo que había en la sala, colgado junto al aparador, era una réplica de un móvil de Calder, que habían comprado en el museo Joan Miró de Barcelona.

Y tú, ¿ya hiciste la maleta?, preguntó ella terminando de organizarse. Todavía no… te estaba esperando para eso… se supone que debo echar cosas para tres meses. Ella lo interrumpió, No creo que sea necesario, lleva solo lo indispensable para unos pocos días, lo demás lo compramos allá. Manuel Antonio asintió conforme. Mireia buscó una copa en el mueble del comedor. Le dio un giro con la mano al móvil de Calder que sonó a campanitas navideñas. Esta es nuestra última tarde en Madrid en al menos tres meses, algún día tocará regresar a cerrar todo. Mireia lo corrigió, No creo que sea necesario, mis padres se pueden encargar de todo. Él sonrió, Pues si no hay que preocuparse por la maleta entonces podemos pasar nuestra última tarde en paz. Ella se sirvió feliz un chorro de vino, ¿El vuelo es directo? No, primero vamos a Miami, allí nos encontraremos con el doctor Ancízar para seguir en el avión de la compañía hasta Los Ángeles. Entonces salud, guapo, por nuestra nueva vida.

Manuel Antonio sonrió. Si todo ese esfuerzo los hacía sentirse tranquilos como no lo habían estado en meses, entonces valía la pena enfrentarse a ese mundo desconocido de compañía multinacional, de empleo pactado mediante internet y llamadas de larga distancia. Un mundo que él no terminaba de comprender y que le producía curiosidad. A propósito, la compañía de leasing de aviones nos envió el menú para el catering del vuelo, ¿qué te gustaría comer?

Mireia abrió la carpeta forrada con una imitación de cuero. Alcanzó a verificar la calidad del material con la yema de los dedos, El cartapacio un poco cutre, pero el menú nada mal. Nos ofrecen dos tentempiés y un buen almuerzo. Cava, tinto, whisky, ginebra… Esto sí es nuevo para mí. Pensar que en Vueling nos cobran hasta por el agua de la llave. Manuel sonrió, Aquí también, solo que nosotros no pagamos; Inmoconstrucciones, la empresa que me quiere contratar, está pagando cinco veces más de lo que le hubieran costado los tiquetes en primera clase en British, claro que es un vuelo empty leg, es más barato porque el avión está regresando a su base. Mireia levantó la mirada del menú, A veces no entiendo por qué sabes tantas cosas inútiles. Es fácil, es mi oficio; sé leer los contratos, para eso me pagan, y seguro por eso me ofrecieron el empleo.

¿Y por qué te preocupa que gasten en ti?, ¿acaso eso no demuestra que estás calificado?; es más, yo diría, sobrecalificado. Manuel lo pensó un momento, No, no me molesta, solo me parece excesivo. Mireia cambió el tono, Tranquilo, este paseo es perfecto, si no te gusta el curro o no les gustas a tus nuevos jefes, al menos conocemos California y nos vamos de marcha alguna noche por el bulevar Hollywood. De pronto nos encontramos a Johnny Deep por ahí; por otro lado, nunca he volado en avión privado y quiero disfrutarlo. Manuel Antonio sonrió, Cruzando el Atlántico, yo tampoco, lo que pasa es que esta invitación en avión privado me resulta comprometedora, es como regalar diamantes en la primera cita. Mireia se burló de él, Nunca me has dado diamantes, ni en la primera ni en la última cita. Concéntrate, lo que quiero decir es que es una empresa que no actúa con la lógica a la que estoy acostumbrado: la economía primero que todo, cómo se ve que a ellos no les ha pegado la crisis que nos tiene tan jodidos por aquí; sin embargo, debo reconocer que sus cifras son impresionantes, o al menos eso dice míster Google. Tal vez por eso se dan esos lujos, como el de enviarnos un avión privado. Pero yo soy solo un simple analista de construcción: puedo calcular el valor de una obra con facilidad, pero no puedo imaginar los lujos que se ponen dentro de la obra.

Piensas demasiado, concluyó Mireia mientras servía otra copa, no hay que darle tantas vueltas; que esto nos pase por primera vez en la vida no significa que no pudiera pasar: si el cielo te da diamantes aprende a hacer joyería.

Manuel sonrió por primera vez en la noche, Ja, aprenderé. Hizo un gesto de resignación y agachó la cabeza simulando una reverencia, Namasté.

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