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En la carretera 6

Bolívar estaciona el Hummer junto a la camioneta en la cual aguarda Moncho, tenso, sentado en la silla de atrás, con la puerta abierta y el aire acondicionado encendido. Está inmóvil con la vista fija en el espaldar de la silla delantera. Tiene en la mano el aerosol con agua Evian.

—Entonces, ¿qué pasó? —pregunta sin dejar de mirar el tapizado de la silla. Bolívar no sabe si se dirige a él o a un ser invisible en el asiento delantero. El chofer y el guardaespaldas están afuera, fumando, recostados contra la trompa de la camioneta.

—Los tipos que contratamos metieron la pata y nuestro hombre se les voló y ajá —dice Bolívar después de ase­gurarse de que la pregunta era con él.

Moncho continúa en silencio contemplando el tapizado de la silla. Toma de nuevo el aerosol de agua Evian, pero no hace nada con él. Se queda como paralizado, con el frasco enfrente. Algo lo ha detenido.

—¿Sabes que esta carajada es agua francesa? —dice, mostrándole a Bolívar el tarro del aerosol—, no joda, imagínate, envasan agua en Francia y la mandan para acá. No joda…

Bolívar no sabe qué decir. Moncho continúa hablando más para sí mismo que para su subordinado, está llenando el tiempo para no pensar:

—… de verdad, no sé por qué mi mujer compra estas vagabun­derías…

De repente surge un timbre opaco que llega de lejos, un sonido que Moncho no quiere escuchar.

—Doctor Moncho —dice Bolívar señalándole un teléfono satelital que vibra sobre el asiento delantero de la camioneta—, están llamando.

Moncho se encoge de hombros y le hace una seña para que conteste él. Bolívar obedece. Abre la puerta, alarga el brazo, toma el teléfono y atiende la llamada, muy concentrado. Responde con cierta formalidad, como si se desdoblara en otra persona, mejor educada y servicial. Después de una breve conversación le ofrece el teléfono a su jefe.

—Es de las oficinas de la aseguradora. Que perdieron el rastro del doctor Figueroa. Que necesitan validar la información acerca de su localización.

Moncho parece meditar durante varios largos segundos, en los que deja a Bolívar con el brazo extendido. Luego baja del vehículo y al final recibe el teléfono.

—Sí. Aquí Ramón Ancízar, ¿en qué le puedo servir?… Ah, sí, no hay ningún problema, lo que pasó es que el teléfono se le cayó en una zanja mientras revisaban obras… No, hombre, no, no se preocupe, no creo que sea necesario. Ya busco al doctor Figueroa y le pido que les haga una llamada… Sí, todo bien… Bueno, así quedamos.

Bolívar permanece inmovilizado esperando una orden.

—Coño —dice Moncho—, esos tipos están nerviosos, que de pronto nos mandan gente para acá. Hay que moverse rápido. ¿Qué hacemos, Bolívar, por dónde empezamos?

Bolívar hace un gesto reflexivo, como si estuviera imaginando una salida. En realidad no se le ocurre nada.

—Lo que pasa es que algunos de los hombres están heridos.

—Pues cámbialos a todos.

Bolívar observa a Moncho con inconformidad.

—Esos tipos son de los de siempre.

Moncho se encoge de hombros.

—Me importa un culo. Se dañaron, tanto tiempo sin salir al monte los acabó.

—Voy a mover a los que están en la finca. Voy a mandar el camión de estacas para que los recojan a todos.

—Sí, pero diles que ahora la vuelta es otra.

Bolívar aguarda una orden más precisa. Moncho se la dice de inmediato.

—Mejor dicho, diles que se olviden del secuestro. Que se bajen al tipo directamente.

—¿Cambio de órdenes?

—A ver si así se avispan. Ahora ese tipo se volvió un sapo. Si llega a hablar nos jode.

—Okey.

Moncho maldice y da una patada en el suelo, al hacerlo le hace un rasguño a sus elegantes zapatos. Entonces vuelve a maldecir mientras observa la magnitud del daño. Se moja el pulgar con el aerosol de agua Evian y lo pasa por el rasguño. Por un momento la herida en el cuero desaparece, pero en cuanto el agua se evapora vuelve a ser visible. Parece que eso le molestara más que todo lo que está ocurriendo a su alrededor.

—¿Tenemos más gente por aquí? ¿Podemos reclutar a alguno más o menos bueno? —pregunta como si el examen del zapato le hubiera permitido aclarar sus pensamientos.

Bolívar reflexiona por un momento.

—¿Buenos, buenos?, hay un par.

—Entonces consíguelos.

—Son un poco dañados, hay que andar con cuidado con ellos.

Moncho mira directamente a Bolívar por primera vez en toda la conversación.

—Yo creía que el más dañado por aquí eras tú, viejo Bolo, no me salgas con vainas.

Bolívar no sabe cómo responder.

—Esos tipos son efectivos, peligrosos, pero efectivos.

—Eso es suficiente para mí. Llámalos.

—Okey.

Banzai

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