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California Dreamin’ 3

Desde hacía rato, inclinado contra la amplia ventanilla del avión, Manuel Antonio observaba los colores cambiantes del mar Caribe en las cercanías a las islas y cayos que anunciaban la proximidad de Florida. Era una soleada tarde de martes. Nunca había hecho un viaje tan cómodo como ese, sentado a ratos en el sillón del Gulfstream y a ratos tomando siestas en el sofá cama.

Gracias a un par de whiskeys, había estado relajado en el vuelo. El almuerzo, seleccionado por Mireia el día anterior, incluía foie gras, cigalas y ensalada. Y durante todo el trayecto se había hecho la misma pregunta mientras revisaba detenidamente el informe económico que le había entregado la azafata unas horas antes. ¿Quiénes son estos señores que se gastan tanto dinero para saber si un hombre es el ideal para dirigir sus proyectos en Centroamérica y Colombia? Seguro la adulación era su método para conseguir lo que se proponían. También le quedaba claro que no se detenían en minucias económicas. Claro, con esos presupuestos que el Estado colombiano les daba, era evidente que no tenían problemas para mantener su flujo de caja. En ese caso, resultaba el empleo soñado para cualquier persona.

Mireia, en la silla del lado, leía una Marie Claire mientras bebía sorbos de cava. Llevaba a su lado el móvil de Calder dentro de su bolsa de tela del museo Joan Miró. El equipaje de una adolescente. De vez en cuando levantaba la vista de la revista y miraba por la ventanilla las azules y verdes y espumosas aguas del mar Caribe reventando en los pedruscos y los islotes de esa tierra que comenzaba a emerger lentamente a medida que el avión se acercaba a tierra. Dejó a un lado la revista y lo tomó de la mano.

¿Entonces?, preguntó al verlo tan absorto en el informe impreso en papel de lujo. Manuel se relajó un poco, Pues nada, lo que he estado haciendo es preparándome para conocer a mi nuevo empleador. Me producen mucha curiosidad estas personas. No había leído un informe financiero de una empresa constructora de ese tamaño. Será que soy muy campechano o que tengo poco mundo, pero es que esta empresa hace carreteras que el Gobierno les paga a seis o siete millones de dólares el kilómetro. Para que compares, en España se puede construir el kilómetro por menos de cuatrocientos mil dólares.

Mireia pareció muy sorprendida. Manuel le mostró la página correspondiente, No es que me preocupe de dónde sacan el dinero, solo que no estoy acostumbrado a estas cifras.

Miró hacia la parte de atrás de la cabina donde estaba la azafata preparando las últimas atenciones antes de aterrizar. De alguna manera sentía algo parecido al pudor hablando sobre estos asuntos cerca de las personas de servicio, aunque fueran funcionarios de la empresa de alquiler de aviones que contrataban para vuelos a París o Dubái.

El informe general de actividades de la empresa mencionaba que era propietaria de un Learjet que utilizaban para volar entre Colombia, Miami y Centroamérica. También un helicóptero, muchos autos y motos, porque a los dueños de la compañía les gustan los hierros y se los cargan a la cuenta general.

Era cierto que había visto manejos económicos parecidos en la empresa del ingeniero Rodríguez, y su ojo avizor le permitía ver esos lujos mimetizados en rubros de transporte, viáticos y otros gastos personales. Pero no llegaban ni de lejos a los números que leía en este informe, además, le llamaba la atención que Inmoconstrucciones no ocultara esos detalles. Como si exhibirlos la hiciera una empresa más poderosa.

De hecho, el cartapacio con la información, las fotos y los gráficos, más que un documento de trabajo en realidad era como uno de esos catálogos de lujo que las grandes empresas suelen hacer para sus accionistas, con palabras rimbombantes, cifras maquilladas, bonitas fotografías y diseño pagado a un sofisticado estudio.

En ese momento la azafata informó:

—Ya estamos por aterrizar. Hay que asegurar las sillas.

Manuel Antonio asintió con la cabeza y al mismo tiempo percibió que el avión hacía un suave viraje. Por la ventanilla apareció el borde de la costa de Florida que se hundía en el azul del Caribe y reaparecía en forma de una interminable sucesión de cayos e islas diminutas.

Banzai

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