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Sábado

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16 DE NOVIEMBRE 1991

E

ra sábado por la mañana. Era día de colada.

Arabia acababa de pasar por todas las habitaciones para recoger la ropa sucia y llevársela al lavadero. Aquella casa era tan grande que hasta le molestaba. Solo para limpiar el suelo ya perdía un montón de tiempo, pero claro, acostumbrada a su pequeño apartamento, aquella casa en pleno centro de Los Ángeles no tenía nada que ver.

Jazzlyn estaba jugando en el salón, en el parque que tenía para ella. Su pequeña ya tenía un año y ocho meses. La observó mientras caminaba hacia el lavadero y ella ni siquiera se inmutó. Estaba concentrada en las facciones de una de sus muñecas, así que aprovechó ese momento de entretenimiento y continuó con las tareas. El hecho de tener un cuarto especial para la colada era algo increíble. Había lavadora, secadora y plancha, y ahora que era toda una ama de casa, había aprendido a manejarse con todo, en especial con la plancha para los trajes y camisas de Kevin.

Justo estaba terminando de separar la ropa blanca y la de color cuando el teléfono sonó. Estaba en la cocina, así que salió del cuarto y se dirigió hacia allí. Descolgó mientras sacudía una camiseta blanca para inspeccionar su estado. Tenía una mancha de chocolate justo a la altura del pecho.

—¿Diga? —dijo a la vez que pensaba en dónde había dejado el quitamanchas.

—¡Buenos díiiiiaaaas!

La voz cantarina de su mejor amiga al otro lado la sorprendió.

—¡Zane! —exclamó, feliz—. ¡Qué alegría escucharte!

Se acercó a uno de los armarios superiores de la cocina en busca del quitamanchas. Lo cogió y comenzó a esparcirlo por la zona afectada, con el cable del teléfono estirado al máximo.

—¿Qué tal estáis?

—¡Genial! ¿Y vosotros?

—Muy bien. En un par de semanas termino las clases.

—¿Qué tal te ha ido este semestre?

—Increíble, Ari.

—No sabes cómo me alegro.

Era cierto que se alegraba por ella. Estaba claro que Educación Infantil le hacía mucha más justicia que Enfermería.

Un canturreo le hizo levantar la cabeza hacia donde estaba su hija. La encontró tumbada sobre la moqueta con algo en la mano.

—Perdona un momento, Zane. Jazzy, ¿qué estás haciendo?

La niña no se inmutó.

Arabia caminó hacia delante todo lo que el cable le permitió para descubrir que, de alguna forma, había conseguido hacerse con un rotulador en su zona de juegos y estaba rayando la moqueta.

—¡No! ¡Jazzy! —Dejó caer el teléfono al suelo y corrió hasta ella. La levantó y le quitó el rotulador. Después miró la moqueta, que era de color beis. El rotulador había dejado unas cuantas rayas grisáceas en ella, y en su cara—. Ay, Dios. ¿Qué has hecho?

Aquella era la casa de Kevin. Más tarde tendría que ver cómo conseguir que el suelo volviera a la normalidad. Con la niña en brazos, volvió corriendo a la zona de la cocina a por el auricular.

—Lo siento, Zane. Ya está.

—¿Qué ha pasado?

—Nada, que a tu querida sobrina le gusta experimentar con la moqueta. Espera, que te la paso.

Arabia le colocó el teléfono en su diminuta oreja y observó, expectante, cómo reaccionaba a la voz de Zane.

—¡Hola, preciosa! —decía Zane—. ¿Qué estás haciendo por ahí?

—Hola —respondió Jazzlyn sonriendo.

Le hacía mucha gracia hablar por teléfono.

—Es la tía Zane —le aclaró, aunque era demasiado pequeña como para comprenderlo realmente. Zane le estuvo haciendo algún que otro comentario más mientras ella reía. Después, Arabia volvió a ponerse al auricular—. Deberías ver cómo se ríe cuando te escucha —le dijo a su amiga.

—Tengo ganas de verla... ¿Vais a venir en Navidad?

Arabia estuvo a punto de gritar un «¡sí!», pero entonces recordó el plan que se traía entre manos con Derek, que era nada más y nada menos que aparecer el Día de Acción de Gracias y quedarse a pasar todo el mes de diciembre en su antiguo apartamento.

—Todavía no lo sé —mintió.

—¿En serio? Creía que después de la experiencia en casa de Kevin ya no volverías a pasar las Navidades allí.

—Sí..., lo sé, pero aún lo estamos debatiendo. No quiero que estemos separados, y él está convencido de que la actitud de su familia ha cambiado.

Volvió a mentir, pero solo en parte. No era cierto que estuviesen debatiendo nada porque ella ya había planeado marcharse en un par de semanas y que Derek la recogiera para la sorpresa en el aeropuerto; pero sí era cierto que Kevin creía que su familia había cambiado de opinión con respecto a ella, algo que Arabia seguía poniendo en duda, teniendo en cuenta lo poco que se veían.

—Pues ojalá decidáis venir aquí. Os estaremos esperando con los brazos abiertos.

Arabia sonrió. Aquella era su verdadera familia.

—Gracias, Zane. En cualquier caso, prometo que nos veremos pronto, tan pronto como esté en mi mano.

—Cuídate mucho.

—Sí, tú también.

—¡Un saludo para Kevin!

La conversación se cortó poco después. Arabia observó a su hija, que entrelazaba sus manos con el cable del teléfono, suspiró y luego le desenredó los dedos y colgó de nuevo el aparato en la pared. En lugar de volverla a dejar en su zona de juegos, se la llevó consigo al lavadero y se dispuso a terminar las tareas de la mañana. En unas horas Kevin regresaría del club de golf, y lo más probable era que quisiera que salieran a comer por ahí.

Entre semana él se pasaba el día y la tarde en su oficina mientras ella se hacía cargo de la casa y de Jazzlyn, así que durante el fin de semana era cuando más cosas hacían juntos. Todavía se le hacía extraño, porque jamás se había imaginado una vida así, pero ya hacía tiempo que había dejado de pensar en ello.

Era una vida cómoda y tranquila.

Verdad y perdón a destiempo

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