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Martes-miércoles ENERO 1992

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NOCHEVIEJA 1991 AÑO NUEVO 1992

T

odos, a excepción de él y Louis, habían ido a celebrar la última noche del año a casa de Frederic Wathson. Cuando a Jake le dijeron que cenarían allí, descartó la posibilidad de pasar ese día con el resto de sus hermanos. Su única opción fue la de acompañar a Louis en el restaurante, algo que tampoco le hacía especial ilusión, pero que se vio obligado a aceptar con tal de que nadie hiciese demasiadas preguntas por querer pasar aquella noche solo. No iba a ser la primera vez que pasase una Nochevieja sin la única compañía que la suya, pero Zane había amenazado con no acudir a casa de los Wathson a menos que él le prometiera que estaría con Louis.

Así que se pasó la noche deambulando por los alrededores, cenó un plato único en la barra y esperó con impaciencia a que llegaran las doce para que todo acabase y pudiera marcharse al apartamento. Su hermano había planeado salir por ahí toda la noche con sus compañeros de trabajo y otros amigos y, aunque también estaba invitado y pese a las insistencias, finalmente decidió irse a dormir pronto.

Ahora estaba sentado en aquel incómodo sofá de mimbre que hacía la función de cama para él. Se quitó el pantalón vaquero y se puso el de chándal gris que estaba utilizando para pasar la noche. Luego se quitó la camiseta negra de manga larga y se dejó la interior blanca de manga corta a modo de parte superior del pijama, siempre improvisado. Antes de tumbarse pasó por el cuarto de baño y se echó agua por la cara. Observó su serio reflejo sin mucho afán. Después se apartó el cuello de la camiseta a un lado para poder ver el aspecto de sus cicatrices, aquellas que tanto habían cambiado su vida. Resopló, dejando que la manga volviera a su sitio, y pensó en si sería capaz de tener una conversación con Arabia antes de que esta regresase a su nueva vida.

Llevaba tantos días preocupado por lo que iba a decirle y sin poder dormir, que esa noche cayó rendido antes de lo esperado, a pesar de que por las ventanas se filtraba el sonido de la gente que festejaba por las calles la llegada de 1992, lo que significaba que él ya tenía veintiséis años recién cumplidos.

Empezó a sentirse incómodo cuando un sudor frío se apoderó de él. Otra vez esa pesadilla que de vez en cuando seguía atormentándolo. Soñaba con aquella chica del tren que estuvo a punto de hacer que su compinche le robase todas sus pertenencias de no ser por el recuerdo de Emma. Pero cuando soñaba sobre aquel encuentro la chica se convertía en la propia Emma, y él se despertaba jadeando, excitado y a la vez muerto de miedo. Esta vez, cuando se despertó, le pareció que continuaban las caricias de aquella chica por todo su cuerpo. Tardó unos segundos en volver en sí y en adaptar sus ojos a la oscuridad para darse cuenta de que realmente había alguien encima de él, manoseándolo. Hasta ese momento ni siquiera se había dado cuenta del sonido lleno de gemidos en toda la sala, porque se habían entremezclado con su sueño. Había bastante gente esparcida por todo el salón. Unos sobre otros.

Jake se incorporó y apartó de golpe a la chica que se había colocado sobre él, que simplemente se quedó sentada en el sofá riendo a carcajadas. No tardó mucho en descubrir al compañero de piso de Louis con otro tipo, en una postura que hizo que terminara de despertarse definitivamente. ¿Pero qué coño...?

Se levantó y se dirigió dando tumbos hasta la habitación de su hermano, pasando por encima de un par de chicas tiradas en el suelo. Abrió la puerta sin llamar y con la cabeza a punto de estallarle.

—¡Louis! —exclamó.

Al encender la luz vio cómo su hermano guiñaba los ojos y trataba de evitar con una mano que la luz lo cegase. Alguien salió de debajo de las sábanas justo después. Samantha.

—Hay una puta orgía en el salón —añadió señalando al exterior y evitando pensar en lo que acababa de interrumpir.

—Es Año Nuevo, Jake... —respondió su hermano.

Samantha y él se miraron y se besaron. Jake estaba alucinando con todo lo que estaba pasando a su alrededor.

—Louis, ¿estás colocado?

Su hermano se separó de la joven y volvió a mirarlo con los ojos entrecerrados.

—Lo que estoy es un poco ocupado en este momento para hablar contigo...

—Si quieres puedes unirte a nosotros —le sugirió la chica con exagerada picardía.

Louis se rio ante el comentario y Jake lo dio todo por perdido, salió de la habitación y volvió a situarse frente al panorama del salón. Visualizó sus zapatillas y su chaqueta para salir a la calle y alejarse de aquella locura. Las manos de los intrusos le rozaban las piernas mientras pasaba entre ellos intentando no mirar a nadie en concreto. Cuando por fin cerró la puerta tras de sí, el frío le golpeó en la cara con fuerza. Se sentó en las escaleras, se colocó las zapatillas y se abrochó la chaqueta hasta arriba. Miró hacia atrás al percatarse de que algunos de los jadeos de aquella gente se escuchaban en el exterior, a pesar de que la puerta ya estaba cerrada. Negó con la cabeza y luego se levantó, bajó las escaleras y se dispuso a caminar por la urbanización para despejarse.

Al principio le había parecido que su pesadilla se había convertido en algo más siniestro si cabía, pero no, lo que había visto al despertarse había sido completamente real. Y su hermano colocado, lo que le faltaba. ¿Sería una costumbre habitual ese tipo de fiestas en el salón? Louis ya le había advertido que a veces Robert regresaba acompañado de más de una persona, pero hasta ahora era la primera vez que organizaba una fiesta de aquella magnitud estando él presente, y tampoco se había imaginado que se montaría una orgía cuando lo hiciese. Una puta orgía.

Cuando se hizo a la idea de que aquello no terminaría hasta la mañana siguiente, continuó caminando, alejándose cada vez más de la urbanización hasta que se encontró deambulando por el centro de la ciudad. Hacía mucho frío, y el contraste con el calor corporal que había desarrollado tras el sofoco era bastante grande. No paró en ningún momento, en parte para evitar que el frío se apoderara de él, hasta que llegó al Purist Coffee. La cafetería estaba cerrada, pero aun así Jake se asomó hacia el interior y se fijó en el enorme reloj que había detrás de la barra. Marcaba las cinco y media de la mañana. En menos de dos horas estaría amaneciendo.

El haber llegado de forma involuntaria hasta allí le hizo recapacitar. Hacía un mes que había vuelto a la ciudad y seis días desde que había visto a Arabia por última vez. Le parecía una eternidad el tiempo que había pasado desde que ella le había dicho que no iba a hablar con él de nada porque no había nada de qué hablar. Y puede que todo hubiese sido así de no ser por la existencia de aquella niña.

Jazzlyn.

La mayoría pensaba que él no tenía ningún compromiso con ella por haberse marchado, pero parecía que ninguno de ellos entendía que ni siquiera sabía que había llegado al mundo. Lo mínimo que se merecía era información sobre ella, e incluso estar en cierto modo vinculado a su futuro. Nadie podía negarle que él fuera su padre, aunque Arabia la criase en compañía de otra persona a la que llamaría «papá». De hecho, ya lo hacía, y lo había comprobado en la cena de Nochebuena, pero él debería de tener al menos la oportunidad de decidir si quería formar parte de su vida, le gustase o no a Arabia. Ni siquiera había tenido ocasión de mirarla de cerca, de mirarla a los ojos más de dos segundos. Tenía que hablar con Arabia antes de que ella regresase a California.

Estaba decidido.

A las seis de la mañana estaba ya de camino por la calle que conducía al portal del edificio donde Arabia tenía su pequeño apartamento. Se preguntó si habría pasado la noche en casa de Emily, o si por el contrario haría ya tiempo que había regresado. En cualquier caso, todavía era muy temprano, así que, de una manera u otra, debería esperar al menos un par de horas más como mínimo.

Sin ningún tipo de miramiento, se sentó en el portal con la espalda apoyada contra el mármol y con las rodillas dobladas para no molestar a los vecinos al pasar. Poco después, el sueño empezó a amenazar con apoderarse de él, así que se levantó de nuevo y volvió a caminar para hacer tiempo. Se topó con un pequeño parque que no había existido con anterioridad y en el cual aprovechó para sentarse en uno de los bancos de madera. Entonces sí, sin poder evitarlo, se durmió.

Se había quedado dormido con las solapas del cuello de la chaqueta hacia arriba para protegerse lo máximo posible del frío, pero ahora los finos copos de nieve empezaban resbalarle por la cara y a molestarle. Eso fue lo que hizo que despertara. Sacudió la cabeza y se revolvió el pelo para evitar que la nieve se acumulase allí. Había un montón de gente a su alrededor. Un montón de niños corriendo de un lado a otro, maravillados por la nieve que no tardaría en empezar a cuajar. Un Año Nuevo nevado, como pocas veces había tenido oportunidad de ver.

Se dio cuenta de que estaba temblando por el frío, así que se calentó las manos con su propio aliento para que dejasen de estar entumecidas. Luego se levantó y se acercó a una señora que había unos metros más allá con un carrito de bebé para preguntarle la hora. Eran las nueve y media.

Jake regresó al portal y llamó al timbre que correspondía al apartamento de Arabia. Nadie respondió. Volvió a intentarlo un par de veces más, sin éxito. Eso le hizo pensar que se habría quedado a pasar la noche en casa de los Wathson. Resopló y decidió seguir esperando, aunque era consciente de que cabía la posibilidad de que Arabia ni siquiera apareciese por allí en todo el día.

Era Año Nuevo. Probablemente también lo pasarían todos juntos.

Una hora después, cuando estaba a punto de tirar la toalla y regresar al piso de Louis, vio parar en la acera de enfrente a un taxi. De su interior salió una Arabia sonriente mientras se despedía del conductor. Iba sola y cruzó la calle a la vez que buscaba en su bolso las llaves de casa. Llevaba un sencillo pantalón vaquero y un suéter de lana de color beis. También llevaba un moño alto bastante deshecho. Se quedó de piedra al ver a Jake en el portal.

—Esto tiene que ser una broma —fue lo primero que dijo.

Jake no respodió. Se limitó a disimular el frío que tenía y a esperar algún irónico comentario más.

—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?

—Sigo pensando que deberíamos hablar, o bueno, tú si quieres no digas nada, pero déjame al menos hablar a mí.

Tenía tantas cosas que decirle, que explicarle...

—No vas a subir a mi casa.

—Vale, pues hablemos aquí.

Arabia lo miró con incredulidad. Se cruzó de brazos y se quedó en actitud expectante. Eso lo pilló desprevenido, porque en ningún momento había pensado que tendría que empezar a hablar allí mismo, en plena calle.

—Mira, llevo aquí desde las seis de la mañana. ¿Te importaría, al menos, que hablásemos dentro del edificio? No siento los pies.

—Yo estoy muy bien.

Jake tuvo que morderse la lengua. No podía creer que estuviese siendo tan fría con él. Decidió que el tema principal que debía abarcar era el de la niña.

—Bien, pues quiero que sepas que no tengo intenciones de ser un extraño en la vida de tu hija —comenzó diciendo—. Me parece genial que tengas una nueva vida y que yo no forme parte de ella, pero esa niña también forma parte de la mía, ahora que sé de su existencia.

—O sea, que quieres que sepa que eres su padre biológico cuando sea mayor.

—¿Cuando sea mayor?

—¿Acaso quieres que te la deje unos días, como si estuviésemos separados o algo así?

—No, yo... No lo sé. Solo quiero que no la alejes de mí solo porque haya llegado al mundo en una de las peores épocas de mi vida.

—Eso suena genial para que se lo digas cuando tenga uso de razón.

—Joder, qué difícil lo haces, Ari.

Se vieron interrumpidos por la llegada de una de las familias vecinas. Tenían tres niñas, y las tres accedieron a regañadientes al edificio, porque querían quedarse un poco más disfrutando de la nieve.

—¿Dejo abierto? —preguntó la mujer.

Jake miró a Arabia un tanto suplicante. Realmente necesitaba entrar en calor.

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Finalmente se apiadó de él.

—Sí, gracias, Lisa. Pasamos enseguida.

Sujetó la puerta y sonrió a su vecina con amabilidad mientras ella se alejaba para volver con su familia.

—Pasa —le pidió a Jake, aunque antes de dejarle pasar añadió—: Pero te lo advierto: solo vamos a hablar sobre Jazzlyn.

Él asintió y obedeció, y después subieron juntos en el ascensor sin decir una sola palabra. Cuando entraron en el apartamento, ella se dirigió a la cocina en silencio y se puso a preparar chocolate caliente. Jake, por su parte, esperó de pie frotándose los brazos con las manos. Cuando terminó de calentar la leche, echó las cucharadas de cacao soluble y comenzó a removerlo. Luego sirvió dos tazones y colocó uno de ellos en la barra americana.

Verdad y perdón a destiempo

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