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MIÉRCOLES

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13 DE NOVIEMBRE 1991

D

os días más tarde, y como de costumbre, Zane fue de visita a casa de su hermano Louis. El miércoles por la tarde era el único día fijo que él no trabajaba, y como desde que se había independizado era muy difícil que se dejase ver, Zane aprovechaba que también tenía la tarde libre para ir a visitarlo. Algunas veces incluso se quedaba a cenar.

El apartamento estaba en una urbanización de las afueras de la ciudad, relativamente cerca del restaurante donde él trabajaba, pero bastante lejos desde Valley Street. Su facultad, sin embargo, no quedaba tan lejos.

Iba en el autobús completamente absorta en sus pensamientos, organizando la semana en su mente para que no se le quedase nada por hacer. Lo primero que haría el próximo fin de semana sería llamar a Arabia. Hizo cálculos mentales para comprobar los días que llevaba sin saber nada de ella. Casi un mes.

Desde que se había mudado a Los Ángeles, cada vez tenían menos y menos contacto, y las llamadas se iban aplazando más por parte de ambas. Al principio, a Zane le molestaba que su mejor amiga pudiera pasar largas temporadas sin mostrar interés por ella o por la que hasta entonces había sido su única familia, pero cuando empezó a empatizar con Monique se dio cuenta de que ella también se iba olvidando de mantener vivo el contacto. Suponía que Arabia habría conocido también a gente nueva, además de que su hija ocupaba gran parte de su tiempo. Al menos, eso fue lo que le dijo Emily para tranquilizarla. Pero ella qué iba a saber. No tenía hijos. Pero se prometió a sí misma que encontraría un día al mes para llamarla y preguntarle qué tal estaba todo por su nuevo hogar. Al fin y al cabo, seguían siendo amigas, aunque ahora estuviesen a muchos kilómetros de distancia.

Zane se bajó en la parada correspondiente, y para cuando se dio cuenta de que había olvidado los guantes en el asiento de al lado, el autobús había continuado su rumbo. Se quedó allí pasmada viendo cómo el vehículo se alejaba, después de correr tras él unos metros haciendo aspavientos con las manos. El frío todavía no había llegado a su punto más álgido, pero ella era bastante friolera.

Caminó hasta los apartamentos adosados con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, mientras seguía pensando en alguna que otra cosa más que haría en los días posteriores.

Subió unas cuantas escaleras y se situó frente a la puerta de su hermano. Justo cuando iba a llamar al timbre, la puerta se abrió y apareció un chico de pelo castaño, del mismo color que su incipiente barba, que se limitó a pasar por su lado sin mediar palabra.

Zane se quedó plantada, con la mano en alto por no haber llegado a golpear la puerta y molesta porque el chico no se hubiese dignado a mirarla. Era Robert, el compañero de piso de Louis.

—¡Ah! ¡Hola, Zane!

Su hermano la saludó desde el interior y ella simplemente puso cara de interrogación.

—¿Has visto eso?

—¿Qué?

—Tu gran amigo Robert casi me atraviesa como a un fantasma.

Louis se limitó a encogerse de hombros y a ordenar el salón. Siempre que ella llegaba hacía lo mismo. Se levantaba de donde estuviese sentado o recostado y apilaba los platos sucios para llevarlos al fregadero. Esa era su manera de poner orden, aunque luego aquellos platos se quedasen allí amontonados durante unos cuantos días más. Era por eso que ese apartamento siempre olía a rancio.

No entendía por qué Louis se había dejado tanto, cuando en casa siempre habían tenido que seguir a rajatabla unas pautas con respecto a las zonas comunes, pero estaba claro que todo era por la influencia de Robert, aquel chico que vivía con él y que era bastante más mayor.

—¿Cuántos años tiene Robert? —se aventuró a preguntar.

—¿Qué importa?

—Tengo curiosidad.

Zane empezó a desabrigarse y a dejar sus cosas sobre la mesa de la estancia.

—Entonces la próxima vez que lo veas tendrás que preguntárselo.

—¿No sabes cuántos años tiene tu compañero de piso?

—¿Qué importa?

Puso los ojos en blanco.

Louis era totalmente despreocupado, hasta límites insospechados. Ella era la única que sabía algo del estilo de vida que llevaba, porque desde luego Emily y Derek no iban nunca hasta allí. Simplemente, lo recibían cuando a él le apetecía presentarse algún domingo para comer en familia. No le gustaba que fuese tan adán, pero tampoco podía hacer nada por evitarlo. Pronto cumpliría veintiún años. Era libre de hacer y deshacer cuanto quisiera, sobre todo tras haberse independizado.

De pronto, la puerta de su habitación se abrió, y entonces apareció Samantha.

—Hola, Zane —le dijo. Ella le correspondió con una sonrisa—. No sabía que vendrías.

Samantha le caía bien. Era una de las compañeras de trabajo de su hermano y sabía que pasaba muchas noches allí.

—Es miércoles —replicó, remarcándoles a ambos el día en el que estaban.

Normalmente, Samantha no estaba por allí los miércoles, al menos no desde tan temprano. Se golpeó la cabeza como recordándose a sí misma el día que era, y luego se dirigió a la zona de la cocina y empezó a fregar los platos. Louis se alejó en cuanto vio que Samantha iba a terminar de recoger y de limpiar.

Zane se molestó.

—Sammy, no deberías ser tú la que fregase los platos —dijo, consciente de que solía ser ella la que acarreaba con esa tarea, y de que, si pasaba varios días sin aparecer por allí, la montaña crecía y crecía.

Ella hizo un gesto como restándole importancia y Zane no insistió más. Seguía molesta, pero al menos habría platos limpios para más tarde. Y en vista de que Robert se había marchado, tal vez ni siquiera tuviese que soportarlo durante la cena. Eso era un gran alivio.

Cogió su carpeta de apuntes y se dispuso a sentarse en uno de los andrajosos sofás que había en la estancia. Louis ya se había repantigado en el más grande de los tres, que era de dos plazas y de mimbre, así que Zane optó por el granate, no sin antes apartar las migajas esparcidas sobre él. Cuando estaba allí, simplemente intentaba no pensar en la suciedad.

Una vez acomodada, acercó la mesa de la sala hasta ella para poder colocar la carpeta y los folios.

—¿Qué tal todo? —le preguntó a su hermano.

Louis se estiró todo lo que pudo y alargó el brazo para coger un paquete de patatas que había sobre el televisor. Un televisor que, por cierto, no funcionaba. Lo abrió y empezó a comer.

Le contestó con la boca llena:

—Bien, como siempre.

—¿Vendrás este domingo?

—Puede.

Zane arrugó el entrecejo y luego echó un vistazo a Samantha, que continuaba con los platos y de espaldas a ella. Luego volvió a mirar a su hermano y le hizo un gesto interrogante con la cara, dando a entender que le preguntaba si algún día la llevaría a casa de Derek.

—No es mi novia —respondió Louis con indiferencia.

Zane no pudo más que aceptar el comentario con perplejidad y continuar con lo que estaba haciendo. Él pareció darse cuenta de su expresión, así que volvió a hablar:

—¡Sammy! —exclamó para llamar su atención—. Mi hermana quiere saber si eres mi novia.

Lo miró con reproche por haberle lanzado ese comentario a la chica. Sin embargo, ella se giró con una sonrisa radiante y, casi riendo, dijo:

—Qué más quisieras tú.

Y entonces Louis se rio en voz alta.

—¿Lo ves?

Zane decidió no añadir nada más. Estuvieron un rato más allí sentados hablando de cosas irrelevantes. Por suerte, Louis le preguntó por los niños, ya que rara vez era él quien sacaba el tema de conversación. Ellos siempre se alegraban mucho de verlo cuando aparecía, porque era como el tío que vivía lejos. Algo bueno del trabajo de Louis, y que hacían para mantener a la familia unida, era ir a comer o a cenar a su restaurante en fechas señaladas. Todos estaban de acuerdo con ello, a pesar de las ausencias del pequeño de los Becker.

—¿Te vas a quedar a cenar? —le preguntó Louis.

—Esa era la idea, sí. Pitt me dijo que me recogería sobre las diez. ¿Tienes algo en la nevera?

—Probablemente, no. ¿Pizza?

Eso significaba que Louis tenía intenciones de pedir comida para que se la trajeran a casa. La verdad era que pocas veces tenía algo para preparar, pues lo habitual en él era que comiera o cenara en el trabajo, de lo contrario compraba comida rápida. Zane siempre se preguntaba cómo era posible que estuviese tan flaco con toda la porquería que comía, y más teniendo en cuenta que cuando no estaba en el trabajo lo único que hacía era comer patatas tirado en el sofá. Asintió a la opción de las pizzas y acto seguido su hermano se levantó para llamar.

Cuarenta minutos después estaban los tres sentados en la mesa grande. Zane había colocado el mantel y Samantha, los vasos y cuchillos. Un poco más tarde sonó el timbre y Louis se acercó a la puerta para pagar y recibir el pedido. Nunca le había preguntado a su hermano cuál era su salario, pero al parecer le daba para llevar una vida tranquila y sin apuros, pues —que ella supiera— nunca le había pedido nada a Derek desde que decidió marcharse. Lo único que sabía a ciencia cierta era que trabajaba muchísimo.

Poco después de que se repartieran los pedazos de pizza, Robert apareció de imprevisto. Entró, olfateó la cena y, sin más, cogió una silla y se sentó al lado de Zane.

—¿Puedo? —preguntó señalando un par de trozos que quedaban en una de las cajas.

Nadie hizo ninguna objeción, así que los cogió y empezó a devorarlos. Como no habían preparado vaso para él, cogió la botella de refresco y bebió directamente de ella. Zane no podía creer que a los otros dos comensales les diese igual todo lo que Robert hacía. Louis nunca le reprochaba nada, al menos nunca cuando ella iba de visita. Él y Samantha se pusieron a comentar algo que les había pasado en el restaurante, así que ella volvió a evadirse.

Muy pronto empezarían las vacaciones de Navidad. Tenía que pensar en pedirle algo de dinero a Derek para poder salir a comprar regalos. Nunca le pedía nada, porque ya se hacía cargo de la universidad, pero siempre recurría a él para los regalos de cumpleaños o de Navidad. Lo que le sobraba siempre se lo devolvía. Era la única de la familia que, por el momento, todavía no había trabajado en nada, lo sabía perfectamente, pero esperaba acabar sus estudios y convertirse en maestra. Pitt iba a graduarse ese curso y también deseaba que encontrase un buen trabajo pronto para que dejase los bares de una vez por todas. Llevaba compaginando el estudiar y trabajar desde los quince años. Se lo merecía.

—¿Alguna noticia de Jake? —mencionó Louis, de pronto.

Zane se sorprendió. Hacía tiempo que no le preguntaba por él. Su hermano siempre pensaba que, de saber algo, ella sería la primera en enterarse, ya no porque él se comunicase directamente con Zane, sino por Arabia. Pero no, lo cierto era que Jake no había dado señales de vida desde hacía ya más de dos años. No había llamado, no había escrito... Nada de nada. En cierta medida se alegraba de que Louis se interesase por él. Significaba que ella no era la única que de vez en cuando pensaba en el segundo de sus hermanos mayores, ya que Derek y Emily no lo mencionaban. Arabia tampoco.

Zane se dio cuenta de que Samantha también la miraba, a la espera de una respuesta, expectante.

—No, nada —respondió, cabizbaja—. Si supiera algo no esperaría para contártelo, ya lo sabes.

Louis se encogió de hombros. Había adoptado ese movimiento pasota tan característico de Jake siempre que no sabía qué decir. Aunque era el más distinto de los hermanos varones, a veces a Zane le recordaba en algunos aspectos a él, sobre todo en el pelo alborotado y las expresiones de dejadez.

—A saber qué es lo que está haciendo, y dónde.

Ese comentario se le escapó casi a modo de pensamiento, pero ni siquiera pareció darse cuenta. Terminó el último bocado y se levantó para coger un poco de agua del grifo. Robert ya había acabado con lo que quedaba de refresco, y poco después se despidió y volvió a marcharse.

—No lo soporto —comentó Zane.

—Se te nota —respondió Samantha.

Las dos se miraron.

—¿En serio?

—Sí, bastante —añadió mientras terminaba el último borde de pizza que le quedaba de la porción.

Zane se giró hacia su hermano, que había decidido no volver a la mesa y sentarse en el sofá de mimbre de nuevo.

—¿Se me nota, Louis?

Él se acomodó, cogió su paquete de tabaco y sacó un cigarrillo. Solo después de encendérselo le respondió:

—Actúas como si tuviese la peste cuando está cerca de ti.

Ella abrió la boca, perpleja. ¿Tanto se le notaba?

Zane y Samantha fueron las encargadas de recoger las cosas de la cena mientras el ambiente empezaba a cargarse de humo por el cigarrillo de Louis. Ella odiaba que fumase, pero sabía que si quería seguir manteniendo contacto con él tenía que soportarlo, porque desde luego a Louis le daba lo mismo que ella estuviese o no para ponerse a fumar, aunque supiese lo mucho que le molestaba. Cuando terminaron y prepararon la basura para que Zane se la llevara al marcharse, ya eran las diez menos veinte. Pitt la recogería pronto.

Samantha se dirigió con parsimonia hacia donde estaba Louis y compartió el sofá con él. Le quitó el cigarrillo de la boca y le dio unas cuantas caladas. Después se besaron, o, mejor dicho, Louis le giró la cara y se apoderó de sus labios. Zane los miraba, embobada, observando cómo poco a poco se iban apretujando el uno contra el otro con total naturalidad, como si ella no estuviese allí. Llegó un punto en el que tuvo que apartar la mirada, avergonzada, cuando Samantha se colocó justo encima de Louis para seguir con los besos. Carraspeó para recordarles que seguía allí, y solo entonces ella se echó a un lado y continuaron fumando. Ni siquiera se disculparon. Como si nada.

El sonido de un claxon la salvó de aquella incómoda situación. Recogió sus cosas, le dio un beso a cada uno para despedirse y luego salió del apartamento con la bolsa de basura. Se sentía azorada. Ella y Pitt no intimaban tanto, ¡y mucho menos en presencia de otras personas! Le resultaba increíble la naturalirdad con la que su hermano y aquella chica se toqueteaban. ¿Debería subirse así sobre Pitt? Tal vez eso les incitase a dar el siguiente paso.

Sin embargo, cuando subió al coche, se limitó a darle a Pitt un sencillo beso en los labios.

Verdad y perdón a destiempo

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