Читать книгу Verdad y perdón a destiempo - Rolly Haacht - Страница 8
LUNES
ОглавлениеNOVIEMBRE 1991
Dos años y medio después
A
veces Zane se despertaba antes de que sonase el despertador de las siete y media. Eso la hacía sonreír cada vez que pasaba, porque involuntariamente se acordaba de su madre y de lo sorprendida que se quedó cuando —muchos años atrás— le descubrió esa capacidad. Hoy era uno de esos días, así que sonrió.
Se incorporó de la cama y observó su pequeña pero agradable habitación. Hacía algo más de un año que se habían mudado, pero aún recordaba con nostalgia su bonita buhardilla del barrio Prinss. Ahora disponía de una cama pegada a la pared y un enorme y espacioso escritorio situado justo enfrente, con un bloque de estanterías encima de este. La ventana estaba situada en medio de ambas partes, aunque ella hubiese preferido que estuviese detrás del cabezal de la cama.
Se vistió y salió directamente a la cocina, la estancia que quedaba justo después, pasando solo un segundo por el cuarto de baño.
—Buenos días —dijo en mitad de un bostezo. La única persona que encontró allí se dio la vuelta enseguida. Estaba preparando tortitas, uno de los mejores desayunos de toda la semana—. Ay, Dios, me encantan los lunes —añadió.
Antes de que la persona que la acompañaba pudiese decir algo, unos gritos en el piso superior hicieron que se quedase con la palabra en los labios.
—Creo que no eres la única —dijo al fin—. Esos dos se despiertan con más energía que nunca los lunes por la mañana.
—Lo sé.
Poco después de que Zane terminase de decir aquella frase, volvieron a escucharse voces desde arriba y acto seguido aparecieron Danielle y Jack, bajando a la carrera por las escaleras.
—Despaaaaaacio —ordenó Derek, justo después de ellos.
Ambos tenían cuatro años.
Ambos eran adorables.
Ambos eran la alegría de aquella casa.
Pasaron corriendo por detrás de Zane y esta hizo el amago de ir tras ellos, por lo que estallaron en carcajadas y corrieron con más ganas.
—¿Quién quiere tortitas? —preguntó Emily.
Los niños levantaron los brazos y empezaron a saltar con ellos en alto.
—Sentaos —les pidió Derek, y ellos obedecieron al instante, a la espera de su desayuno.
Así eran las mañanas en la nueva casa, sobre todo, desde que los dos pequeños habían empezado a ser un poco más independientes.
Después de que Derek y Emily adoptaran a Jack, la familia se había consolidado mucho. Ambos eran muy pequeños cuando todo ocurrió, así que se criaban como si realmente fuesen hermanos. De hecho, el último cumpleaños lo habían celebrado juntos, en agosto. Zane no dijo nada, pero supuso que la intención de su hermano Derek era que en el futuro se presentasen ante todos como mellizos para evitar las preguntas incómodas. Pero lo cierto era que no se parecían en nada, aunque los dos compartían unos bonitos ojos azules.
—¿Cuándo acabas las clases?
Fue su hermano el encargado de formular aquella pregunta. Zane salió de su ensimismamiento y respondió:
—Dentro de dos semanas.
—¿Crees que podrías encargarte de ellos un par de días durante las vacaciones de Navidad?
Notó cómo Emily y Derek se miraban de soslayo. En realidad, le parecía una pregunta bastante estúpida. Casi siempre era ella la que se ocupaba de los niños.
—¿Os vais de viaje?
—Sí, algo así. Tengo previsto un viaje de negocios y me gustaría que Emily me acompañara.
—Claro, no hay problema. ¿Cuándo será?
—En cuanto sepa los días concretos, te avisaré.
—Genial. ¿Podrá quedarse Pitt a dormir?
Vio dudar a su hermano, pero fue Emily la que respondió:
—Por supuesto.
Zane no quiso preguntar más. Por la cara de Emily intuía a qué se debía un viaje tan misterioso. Lo que le molestaba era que no fuesen del todo sinceros. ¿Un viaje de negocios? Por favor... Era obvio que Emily llevaba bastante tiempo queriendo quedarse embarazada. Pese a todo, no añadió nada más.
Zane terminó el desayuno, besó cariñosamente a los niños y, antes de coger su mochila, puso un poco de orden a su nueva y corta melena castaña frente al espejo del cuarto de baño. Después avisó de que volvería bien entrada la tarde, con Pitt, y se fue hacia la parada de autobús. Derek le había dicho en más de una ocasión que le buscaría un coche de segunda mano en cuanto pudiese, pero ella siempre se negaba. No necesitaba coche. Pitt tenía uno y, además, la idea de conducir no la entusiasmaba . Siempre había alguien que lo hacía por ella desde que se sacó el carné, y nunca le había importado. De hecho, era ella la que le cedía el volante a Jake las pocas veces que su padre se lo ofrecía, porque sabía que a él le gustaba conducir mucho más que a ella.
Jake...
Demasiado tiempo sin él.
Zane suspiró nostálgica cuando subió al autobús. Se preguntaba qué estaría haciendo en ese momento, y dónde habría estado viviendo durante los últimos dos años, después de que se marchase sin decir nada a ninguno de sus hermanos. Tal vez ella fue la única que entendió su marcha, o al menos la única que no le reprochó que lo hiciera pese a lo que dejaba atrás.
Cuando llegó a la universidad se sorprendió al ver a varios de sus compañeros sentados en la cafetería. Miró su reloj y comprobó que apenas faltaban unos minutos para que empezara la clase. Algunos repararon en su llegada desde la distancia y le hicieron señas para que se acercara. Zane se debatió entre continuar hasta el aula o acercarse a la cafetería. Además, también estaba allí Travis, y Travis nunca se saltaba ninguna clase.
—McKinley no ha venido —le comunicó Claire una vez que llegó hasta el grupo.
También estaban allí Corinne y Monique, entre otros. Ellas eran las más cercanas a Zane, sobre todo Monique, una chica con la que había coincidido el primer día de clase y cuya amistad había ido en aumento con el paso del tiempo. Zane se dejó caer en una de las sillas, aliviada, especialmente porque el examen que tenían era justo después. Travis se levantó y se movió para situarse a su lado. Él era de los pocos chicos que había en la clase.
—Tienes que ayudarme con esto.
Zane rio antes de mirar siquiera lo que el chico necesitaba, a la vez que el resto de las presentes se quejaban por el atosigamiento que mostraba hacia ella siempre que tenía oportunidad. Pero él no era el único que de vez en cuando le pedía ayuda, o que le hacía alguna pregunta para Pitt, que ya estaba en el último curso. Zane era una de las mejores estudiantes de la promoción, todo lo contrario que había sucedido en la Facultad de Enfermería. Además, era tres años mayor que casi todos los de su clase. Tenía veinticuatro años, mientras que los demás rondaban los veintiuno. Monique era la única de su entorno que solo era un año menor que ella.
Se quedaron en la cafetería ayudándose unos a otros hasta la hora de la siguiente clase y, por tanto, del examen. Después de la prueba, Zane y Monique se despidieron del resto y caminaron juntas hacia la salida de la universidad.
Pitt ya estaba allí esperando para recogerlas.
—¡Hola!
Zane subió en el asiento del copiloto y le dio un brevísimo beso en los labios a la vez que Monique se acomodaba en el asiento de atrás.
—¿Qué tal el examen?
—Creo que bien.
—He encontrado el ejercicio que me pediste, está en el maletero.
—¡Eso es estupendo!
Pitt las había recogido para llevarlas con él a la cafetería donde trabajaba. Cuando tenían que hacer algún trabajo casi siempre iban allí, así Zane podía al menos estar en el mismo lugar que él. Con el ajetreo que él llevaba estudiando y trabajando, no podían pasar demasiado tiempo juntos, así que Zane se contentaba con observarlo y con recibir alguna que otra atención cuando los clientes lo permitían. Pitt era genial. Además, acababa de decir que había encontrado uno de sus antiguos ejercicios de clase del que seguro que ellas podrían sacar partido.
—Molas mucho, Pitt —añadió Monique.
Pitt y Monique se habían convertido en los dos nuevos pilares de su vida, uno como su pareja y otra como una muy buena amiga. Todavía le costaba asignarle el calificativo de mejor amiga porque tenía demasiado presente a Arabia, pero la verdad era que confiaba en Monique tanto como en ella. Su padre era un adinerado francés y su madre, de procedencia jamaicana. Zane ni siquiera supo dónde estaba Jamaica hasta que la conoció. Era muy curiosa su tendencia hacia todo lo extranjero. Arabia también provenía de otro país, y Pitt..., bueno.
Pitt era estadounidense de nacimiento, como él mismo recordaba a todo el mundo cuando le preguntaban por su procedencia. Pero sus facciones eran sin duda orientales. Sus ojos rasgados y su pelo azabache lo delataban. No conocía a su padre, puesto que tanto él como su hermana habían crecido solo con su madre, de origen japonés, y ella no les había hablado de él.
Lo más increíble de todo era que no se llamaba Pitt, ese solo era su apellido. Su nombre de pila era Peter, pero todo el mundo lo conocía como Pitt.
Cuando estaban a punto de llegar a la cafetería, Zane se acordó del repentino viaje de Derek.
—Mi hermano y Emily pasarán dos días fuera durante las vacaciones —le dijo a Pitt sonriendo—. Me han pedido que me haga cargo de los niños y dicen que puedes quedarte a dormir.
—¿A dónde van?
—Derek dice que es un viaje de negocios.
Pitt la miró un poco extrañado y ella se limitó a encogerse de hombros.
—En cualquier caso, es genial, ¿no?
—Sí, supongo que sí. —Pitt le devolvió la sonrisa—. Avísame cuando se aproxime la fecha.
Zane se volvió discretamente hacia atrás para mirar a Monique y esta le guiñó un ojo con complicidad. Luego volvió a mirar hacia delante, evitando reír en voz alta.
El local donde Pitt trabajaba se llamaba Wondy’s. Era una especie de bar-cafetería y estaba abierto casi las veinticuatro horas del día. Servían desayunos por la mañana y menús de sándwiches por la tarde y la noche. Pitt siempre tenía turno de tarde o noche, ya que las mañanas las ocupaba en asistir a las clases de las pocas asignaturas que le quedaban para graduarse. Era un sitio tranquilo, de carretera, donde la gran mayoría de clientes eran transportistas que paraban allí a tomar algo antes de continuar, y por eso mismo Pitt decía que era el mejor sitio en el que había trabajado hasta ahora. Por si fuera poco, su jefa le permitía estudiar en los turnos de noche si no había mucho que hacer. Recogía a Zane cuando tenía turno de tarde, así comían juntos y, después de que él se pusiese el uniforme, ella se quedaba terminando sus quehaceres de la universidad. Al principio, Monique la acompañaba solo cuando tenían que hacer algún trabajo, pero en los últimos meses se habían unido tanto que cuando no tenían ninguna tarea, simplemente se quedaban allí hablando durante horas. Después Pitt las llevaba de vuelta a casa, y solía quedarse a cenar en la de Derek.
Aquel lunes lo resolvieron de la misma manera. Zane y Monique pasaron el rato terminando un trabajo y organizando los días de vacaciones para estar listas cuando llegasen los exámenes mientras Pitt se ocupaba de servir cafés, refrescos y sándwiches.
—Y bueno —dijo Monique adoptando una postura sexy—, ¿qué tienes pensado para esos días que vais a poder estar a solas?
Zane miró a Pitt, que le devolvió la mirada, y ambas tuvieron que ponerse una mano en la boca para disimular la risa. A Zane todo aquello le resultaba muy divertido a la vez que también le producía nervios, pero, por lo visto, a Pitt le causaba mucho desconcierto su actitud.
—Te recuerdo que tengo a dos pequeños diablillos a mi cargo —dijo Zane—. No vamos a estar completamente solos.
—Ya, claro —continuó Monique—. Y me vas a decir que en esos dos días no le pedirás a Louis que pase a recogerlos para llevarlos, qué sé yo, al parque.
—¿Debería hacerlo?
—¿Bromeas? ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo en serio? ¿Tres años?
—Dos, en realidad. —Ante la respuesta, Monique no pudo menos que hacer un gesto de obviedad. Entonces a Zane empezaron a asaltarle las mismas dudas de siempre—. Pero... ¿y si él quiere esperar a...? Ya sabes.
—Es un hombre que está loco por ti, Zane. No creo que necesite ningún papel que certifique que quiere pasar el resto de su vida contigo para que os acostéis.
—¡Monique!
Zane le pidió que bajase la voz, a lo que ella respondió tapándose la sonrisa con las manos.
Monique era muy diferente a Zane, además de una chica muy guapa y con unos rasgos que llamaban muchísimo la atención. Años atrás, el color de su piel le hubiese reportado bastante rechazo entre la sociedad, pero hoy en día podía ser hasta un aliciente para la gran cantidad de chicos que se acercaban con intenciones de ligar con ella. Incluso en el Wondy’s tenía que lidiar con ello, con hombres mucho mayores que se le insinuaban desde la barra cada dos por tres. Pero ella no era de las que se dejaba engatusar fácilmente. Si pasaba la noche con algún chico era porque le gustaba de verdad. Eso sí, una noche y nada más.
Tal vez charlar sobre su relación con Monique era lo que las había unido tanto. Era la única con la que podía hablar abiertamente de sus inquietudes con respecto al sexo. Con Arabia nunca había tenido conversaciones como las que tenía con ella, a pesar de que habían pasado juntas muchísimo más tiempo.
Monique estuvo poniéndola al día sobre los últimos chicos con los que había estado y luego le dio algunos consejos de insinuación para que los usase con Pitt. Ella estaba convencida de que lo único que pasaba entre ellos dos era que ambos eran demasiado tímidos, sobre todo él, así que tal vez necesitara que fuera ella la que diese el primer paso. Zane grabó en su memoria todo lo que le dijo y trató de imaginarse en la situación de tener la casa sola para ellos. Las pocas veces que Pitt se quedaba a dormir lo hacía en la habitación de invitados porque, por alguna razón, Derek se había convertido en una persona bastante conservadora.
Con toda la emoción de trazar el plan para esos dos días que tendrían de casi total intimidad, a Zane se le pasaron las horas volando. Pitt les anunció que había terminado y que iba a cambiarse, así que ellas empezaron a recoger rápidamente sus bártulos de encima de la mesa.
Después regresaron a casa.
En cuanto dejaron a Monique y se despidieron de ella, pusieron rumbo a Valley Street.
—Te quedas a cenar, ¿verdad? —le preguntó Zane justo cuando entraron a la zona de aparcamiento.
—Lo que tú quieras.
—Entonces, sí.
Zane se dispuso a sacar las llaves de su mochila, pero entonces recordó que sus sobrinos habían aprendido a recibir a los invitados y que, además, les divertía muchísimo hacerlo, así que miró a Pitt y dijo:
—Ahora verás.
Tocó el timbre deliberadamente y se quedó esperando a que alguno de ellos apareciera tras la puerta. Jack fue el encargado de abrir, aunque Danielle estaba justo detrás de él.
—¡Hola, tía Zane! —exclamó, más alto de lo necesario—. Adelante —añadió a la vez que se inclinaba hacia delante exageradamente y extendía el brazo para invitarla a pasar.
Pitt no pudo evitar echarse a reír.
—¡Pitt!
En cuanto lo vio, Jack se lanzó hacia él. Pitt lo subió a sus brazos y pasó al interior. Allí esperaba Danielle, paciente, pero con ganas de que también le dedicase un poco de atención.
—Hola, bonita.
Entonces, ella se dio la vuelta y se fue corriendo hacia donde estaba Emily.
—¡Mamá, ha venido Pitt! —le dijo.