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Viernes

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6 DE DICIEMBRE 1991

J

ake estaba sentado en una de las mesas más apartadas esperando a que su hermano terminase de trabajar. No tenía nada mejor que hacer, así que cenó allí y lo esperó para regresar juntos a casa. Esa misma mañana había pensado en la posibilidad de volver a hablar con Arabia, pero no se atrevía. Tenía la sensación de que cumpliría con su promesa de llamar a la policía si volvía a aparecer por allí.

Tampoco había vuelto a ir a casa de Derek, aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. Zane le había dicho la noche anterior, mientras cenaban en casa de Louis, que los domingos era día de comida familiar, así que también estaba invitado. Además, los niños habían preguntado por él. La verdad era que se había sorprendido mucho del aspecto de ambos. Danielle era más bonita si cabía que cuando tenía dos años, y Jack estaba bastante alto y desbordante de energía. No les había prestado mucha atención, pero, ahora que estaba de vuelta, tenía que empezar a comportarse. Ese había sido uno de los tratos antes de su regreso. Había superado la muerte de Rachel, así que ya era hora de ser el tío que nunca había sido, ni de uno ni de otro.

Eran ya más de las doce de la noche y todavía quedaban algunas parejas terminando el postre —además de un grupo bastante grande que parecía que estaba de cena de empresa—, por lo que la mayoría de los camareros iban de aquí para allá terminando de servir y recogiendo platos y cubiertos. Louis era uno de ellos, pero hacía ya rato que le había perdido de vista.

Mientras esperaba, volvió a pensar en Arabia y en la niña que ahora sabía que en realidad era su hija y no de aquel otro chico que Arabia había conocido y con el que se había trasladado a California.

—Voy a tener que barrerte los pies si sigues sin levantarte de la silla.

Escuchó una voz aguda por detrás y se dio la vuelta. Se quedó parado mirando a la chica que tenía delante de sus narices, al lado de Louis. Primero porque algo le resultaba familiar, y luego porque la reconoció.

—¿Te acuerdas de mí?

—¿Sammy? —Jake se levantó para saludarla—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Trabajo aquí —respondió ella sonriendo.

Por supuesto que trabajaba allí. Llevaba el mismo uniforme que su hermano y, además, era ella la que en ese momento tenía la escoba en la mano.

—¿Cómo es que no me lo habías dicho? —le preguntó a su hermano.

—La verdad es que no me acordaba de que ya os conocíais. Cuando empecé a trabajar aquí ni siquiera lo sabía.

—No fue hasta tiempo después, cuando vi a vuestra hermana Zane, que yo até algunos cabos y llegué a la conclusión de que Louis era tu hermano pequeño.

La Sammy que él recordaba había crecido mucho, otra vez, aunque su aspecto no distaba demasiado del que tenía entonces. Tal vez se debiera a que la veía con ropa de trabajo y todo le parecía muy similar, aunque sin duda ya debía de pasar los veinte. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta alta y sus ojos, también castaños, lo miraban con simpatía.

—Entonces trabajáis juntos.

—Sí, y desde hace mucho, además —continuó Louis.

—Es genial volver a verte —le dijo ella.

Louis le hizo un gesto de advertencia para que siguieran trabajando y Jake se dirigió por fin hacia la salida del restaurante para dejar que pudiesen hacer sus tareas. El destino le había vuelto a plantar delante de sus narices a Samantha Key, la hermana pequeña de Danna. Y cuál fue su sorpresa cuando, una vez que su hermano y ella salieron y se propusieron regresar a casa, ella los acompañó y se fue a dormir a la habitación de Louis.

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Zane tenía muy claro lo que quería hacer aquel viernes por la mañana.

Hacía apenas una hora que le había pedido a Derek las llaves de la antigua casa para ir a recoger unos álbumes que necesitaba para su recopilación de fotos de la familia.

Desde que tenía la cámara, la que le había regalado Derek por su cumpleaños, no hacía más que capturar momentos para el futuro. Había descubierto que las fotos le gustaban muchísimo, y que era genial poder guardar imágenes de por vida. De hecho, ella pensaba que, de no ser por algunas fotos que conservaba de su niñez y de las cuales su madre le había hablado alguna vez, jamás recordaría que había vivido aquello.

Las fotos eran un aliciente para la memoria.

Para sorpresa de Zane, Derek no se disgustó cuando le pidió las llaves. Ella le comentó lo que quería ir a buscar y le dijo que iría con Jake, así él mismo podría comprobar que aquella casa ya no era un lugar habitable. Entonces también le dio un juego de llaves para él, contra todo pronóstico.

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Jake estaba profundamente dormido cuando el timbre sonó. Reaccionó al tercer timbrazo y entonces se levantó, molesto. Habían llegado tarde a casa la noche anterior, además de que dormir en aquel sofá y soportar las ruidosas llegadas del compañero de piso de Louis era casi peor que dormir en la camioneta.

Cuando abrió la puerta se percató de que su hermana estaba a punto de volver a pulsar el botón.

—Ya, ya es suficiente.

—¡Al fin! —Zane lo empujó hacia dentro y cerró la puerta tras ella—. Será mejor que te vistas enseguida.

Jake la miró tras frotarse los ojos.

—¿Por qué?

—Primero, porque son las once de la mañana, y segundo, por esto.

Su hermana sacó del bolso unas llaves y las expuso ante él con la mano derecha haciéndolas tintinear.

—¿Esas son...?

—Tus llaves de casa.

—¿Y cómo has...?

—Se las he pedido a Derek. —Zane avanzó hasta la mesa para ordenar su bolso—. He quedado a comer con Pitt, así que no tenemos todo el día.

—¿Vienes conmigo?

—Voy a recoger nuestros antiguos álbumes de fotos.

Al situarse frente a la puerta de casa del barrio Prinss, Jake volvió a sentir pena por el estado del jardín. Le parecía increíble que estuviesen dejando que se echase a perder solo porque ya no hacían vida allí. Aquella había sido su casa, la de todos.

Cuando pasaron al interior, Zane empezó a subir las persianas para deshacerse de la oscuridad y del olor a humedad. Al menos la casa estaba ordenada. Jake se había imaginado que estaría completamente destartalada y con todo medio roto, como si unos vándalos hubiesen entrado a robar.

Pero no.

El estado del jardín no impedía que todo lo demás estuviese en su sitio. Los sofás en forma de ele frente al televisor, la cocina al fondo separada por la barra que dividía la estancia, a la izquierda la mesa donde siempre habían comido todos juntos...

Se dio cuenta de que Zane lo observaba. Ella había ido directamente a los armarios situados bajo el televisor para buscar sus álbumes de fotos.

—Voy a subir a mi cuarto —anunció. Su hermana se limitó a asentir con la cabeza.

Cuando Jake se fue de aquella casa dejó allí la mayoría de sus pertenencias, ya que su intención nunca había sido pasar fuera tanto tiempo; solo lo justo y necesario para aclararse. Pero el destino había decidido por él.

Antes de entrar a su pequeña habitación, lo primero que hizo fue contemplar la estancia desde la puerta. Después, fue directo a sentarse sobre la cama. El somier crujió bajo su peso.

Todo estaba igual a como lo había dejado, aunque, a decir verdad, tampoco recordaba el estado de la habitación antes de marcharse. El hecho de que hubiese libros y cuadernos amontonados sobre el escritorio, además de algunas prendas de vestir, era lo que le hacía pensar que así era tal y como se había quedado. Con total seguridad, nadie había entrado a su cuarto después de su marcha. Se veía el polvo acumulado sobre todas las superficies, incluso telarañas.

Abrió el armario para comprobar que también su ropa seguía allí. Y, efectivamente, allí estaban las prendas que no le habían cabido en la bolsa que se había llevado consigo. Pero lo cierto era que ya no las necesitaba. Se había acostumbrado a sobrevivir con las cosas que había cogido y con las que después había podido comprar cuando le había hecho falta. Vio también sus viejas equipaciones de fútbol. Podría donarlas, pensó, y luego empezó a estudiar la posibilidad de conseguir una caja para empacarla toda y deshacerse de ella. No necesitaba nada de eso ya.

Lo último que hizo fue sentarse frente al escritorio. Apartó algunas cosas que había por en medio y extendió los brazos por la madera. Después, simplemente, se quedó allí, con los codos apoyados sobre la sucia mesa, las manos sobre la cabeza y los ojos cerrados.

Al cabo de unos minutos volvió a incorporarse y sus ojos se fijaron en los libros y cuadernos. Cogió uno de los cuadernos por gusto. Llevaban ahí parados desde que dejó la universidad, siempre amontonados y a la espera, por si algún día le apetecía retomar los estudios.

Lo primero que leyó escrito con su puño y letra fue:

Problema de los tres cuerpos.

Sonrió para sí al recordar a la profesora Smith. ¿Qué habría sido de ella? Era sin duda una de las mejores profesoras que había tenido nunca. Esperaba que se hubiese convertido en catedrática, tal y como cabía esperar según su trayectoria profesional.

Continuó leyendo.

El problema de los tres cuerpos consiste en determinar, en cualquier instante, las posiciones y velocidades de tres cuerpos, de cualquier masa, sometidos a atracción gravitacional mutua y partiendo de unas posiciones y velocidades dadas.

Se dio cuenta de que las palabras «tres cuerpos», «atracción» y «mutua» estaban en mayúsculas. También observó que otra parte más abajo estaba subrayada, así que saltó hasta allí.

En los trabajos de Charles Delanuy aparece el caos y aplica la teoría de la perturbación que consiste en resolverlo como un problema de dos cuerpos y considerar que el tercero perturba la posición de los otros dos.

Por último, había dos anotaciones más al final de la hoja, encasilladas dentro de un recuadro hecho a mano.

Euler: El problema de los tres cuerpos restringidos asume que la masa de uno de los cuerpos es despreciable.

Tierra—Sol—Luna.

Jake notó cómo el corazón le latía con fuerza, tanto que tuvo que levantarse y alejarse del escritorio para tratar de relajarse.

—¡Jake! —su hermana lo llamó desde la planta baja, y eso le sobresaltó todavía más—. ¿Puedes venir un momento?

Él se quedó unos segundos más mirando la hoja del cuaderno, concretamente las partes subrayadas.

—¡Jake, ven!

Lo cogió y salió de la habitación, con el corazón todavía a mil por hora. Bajó las escaleras completamente aturdido por las evidencias y allí se encontró a Zane, sentada en el suelo y rodeada de unos cuantos álbumes. Tenía unas pocas fotos en la mano y parecía que buscaba otras entre las páginas.

—Tienes que ver esto —le dijo.

Jake se acercó y se sentó a su lado. Entonces Zane le tendió las fotos que había sacado de su lugar correspondiente. En casi todas aparecía él. Había una donde estaban también sus padres. Su padre sostenía a una versión diminuta de Derek y su madre lo llevaba en brazos a él, que apenas era un bebé. Estaba en blanco y negro. También había otra, ya a color aunque deteriorado, donde estaba toda la familia. Ahora el que apenas era un bebé era Louis, también en brazos de su madre. A la derecha de ella, su padre. Y abajo estaban los otros tres: Derek, Zane y él mismo. Zane se puso frente a él y lo señaló en la foto.

—Ahí debías de tener cinco años —le dijo.

Jake se fijó en que parecía enfadado en la foto. Tenía la boca apretada y el ceño fruncido, mientras que todos los demás sonreían. Intentó recordar el momento justo de cuando la tomaron, pero le era imposible. Era agradable ver fotos donde aparecían sus padres tan jóvenes con todos ellos.

Zane le quitó la foto de las manos y, justo cuando iba a protestar, le tendió otra. Volvía a ser una foto en blanco y negro. En el centro había un carrito con un bebé llorando, y a cada uno de los lados estaban Derek y él. Ambos sonreían abiertamente, y cualquiera habría podido decir que eran hermanos gemelos de no ser porque Derek era un poco más alto que él.

—Ahí tenías unos cuatro.

Jake miró a su hermana sonriendo por lo que aquellas fotografías le estaban transmitiendo, y fue entonces cuando se dio cuenta de que ella no sonreía en absoluto. Lo miraba con los ojos muy abiertos, como a la espera de que él reconociera alguna evidencia de todo aquello.

—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó.

—¿No te das cuenta?

—¿De qué?

—¡Pero si eres clavado a Jack! O, mejor dicho, Jack a ti. —Zane le tendió unas pocas fotos más—. ¡Mira!

Jake siguió viéndose a sí mismo cuando era un niño. Evocó la imagen de Jack para intentar comprender a su hermana, pero él no veía ningún tipo de parecido. Además, no había ninguna donde no saliese poniendo alguna cara rara, o él solo, exceptuando la que siempre llevaba consigo doblada en la cartera y donde salía llorando. Al acordarse de aquella foto la sacó y se la mostró a su hermana mientras ambos seguían contemplando las imágenes. Zane se llevó las manos a la boca al ver la que él le daba.

—Dios mío —dijo—. Jack se parece muchísimo a ti cuando eras pequeño.

—Yo no veo el parecido.

—Tú no lo has visto crecer.

Jake se sintió como si un puñal le hubiese atravesado el pecho ante aquella afirmación. Sabía que viniendo de su hermana no era ningún tipo de reproche, pero no pudo evitar sentirse culpable.

—Yo tengo fotos de Jack que podría enseñarte para que lo vieses —continuó Zane—. Aunque yo creo que aquí se aprecia especialmente.

Volvió a señalar la de la cara enfurruñada.

—¿A dónde quieres ir a parar, Zane?

Su hermana lo miró, extrañada, como si la respuesta fuese evidente. Jake arqueó las cejas para reiterar su pregunta. Eso hizo que Zane se amedrentara un poco.

—Bueno, yo... Se suponía que al principio Emma tenía pensado decirte que tú eras el padre, y...

—Yo no soy el padre de Jack —replicó Jake, molesto.

—Ya, pero...

—¡No lo soy, Zane!

—Pero las fotos...

La mirada que Jake le dedicó hizo que no terminara la frase, pero es que estaba muy enfadado. En realidad, se enfadaba cada vez que alguien le recordaba a Emma.

—Joder, Zane —dijo, abatido, al darse cuenta de que su hermana había agachado la cabeza para evitar mirarlo—. Lo siento, no quería gritarte. Pero yo no soy el padre de Jack, porque yo sé quién es en realidad su padre, así que te agradecería mucho que evitaras mencionarlo siquiera, porque eso hace que piense en cosas horribles.

—No quería hacerte pensar en cosas del pasado, Jake, lo siento... —Zane le dedicó una mirada bastante apenada—. No sé ni por qué he pensado en esa posibilidad, perdona, de verdad.

—Vale, no te preocupes. Será mejor que nos vayamos.

—¿Ya?

Jake dio una vuelta por la estancia para tranquilizarse.

—Creía que querrías pasar el día aquí y tal vez poner un poco de orden. A menos que hayas descartado la posibilidad de reinstalarte.

—No, no la he descartado, pero antes tengo que solucionar otras cosas.

—Entonces, ¿seguirás durmiendo en el salón de Louis?

—Por el momento, sí. A propósito, ¿tú sabías que tenía novia?

—¿Sammy?

—Sí.

—No es su novia... O bueno, no es nada formal. Es su compañera de trabajo, ya sabes, y a veces se queda a dormir. Pero que yo sepa no hay nada más, o al menos, Louis no la trata como nada más. Nuestro hermano pequeño es bastante cabeza loca, sobre todo si sale por ahí con Robert. Ella es una chica muy maja, por cierto. Me cae genial.

¿No había nada formal? A Jake le había dado la sensación de que sí, pero tal vez ellos tuviesen una relación de esas que la gente llamaba relaciones abiertas. Pensó en que también tendría que hablar con Louis sobre ese asunto, sobre todo porque Zane había dicho que a veces salía por ahí con el tal Robert, y sabiendo además que ese chico trabajaba de vez en cuando en el Dix76... ¿Cómo estaría el Dix después de tantos años? No sabía si quería saberlo.

El cuaderno que llevaba en la mano se le resbaló sin querer. Cuando lo recogió se dio cuenta de que tenía prisa, mucha prisa.

—Yo tengo que irme ya. Voy a ir a buscar a Ari.

—Dudo mucho que esté en casa.

—¿Por qué?

—Porque Kevin llegó ayer por sorpresa y Ari me dijo que pasarían el día juntos. Se va mañana.

—¿Quién se va mañana? —preguntó, alterado.

—Kevin —respondió su hermana con obviedad—. Volverá para Nochebuena.

Jake sostuvo el cuaderno entre las manos y volvió a hablar:

—Pues tengo que hablar con ella. Es importante.

—En serio, es imposible que la localices a menos que vayas de un lado a otro de la ciudad, y, teniendo en cuenta que está de paseo con la familia, dudo mucho que el hecho de que la abordes de repente en algún centro comercial te sirva de ayuda si lo que quieres es mantener una conversación con ella. Espera unos días.

Jake resopló frustrado porque su hermana tenía razón.

—Me ha estado evitando desde que nos vimos en Acción de Gracias. Ni siquiera he podido preguntarle cuándo nació la niña, ni si quiere que me haga cargo de algo...

—¿Has pensado en que hay muchas cosas que puedes preguntarme a mí?

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Cuando por fin consiguió que su hermano se relajara, decidió recoger todas las fotos que había sacado de los álbumes y apiló estos sobre la mesa para poder llevárselos cuando Pitt la recogiera. Por último, cogió a su hermano del brazo y salió con él al porche. Una vez allí, se sentaron en el borde del escalón que daba paso al desaliñado jardín.

—Jazzlyn nació el 22 de marzo de 1990 —comenzó diciendo.

—Así que en tres meses cumplirá dos años.

—Correcto.

—Ari sabía que estaba embarazada y no me lo dijo. ¿Qué hay de eso?

—Lo supo justo el día que decidiste marcharte. —Se quedaron en silencio durante unos minutos—. ¿Por qué crees que habría sido diferente de habértelo dicho?

—Supongo que no me habría marchado.

—¿Eso es lo que le vas a decir a Ari, que te marchaste porque no había nada que te importara pero que de haber sabido que ibas a ser padre todo habría sido diferente?

—¿Crees que me marchaba porque nada me importaba?

Zane se encogió de hombros.

—Me marché porque todavía quedaban cosas que me importaban demasiado, y no quería estropearlo.

—¿Entonces? ¿Qué hubiese pasado al saber que ibas a ser padre?

—No lo sé, Zane. La verdad es que no lo sé. Pero supongo que me hubiese gustado saberlo.

De nuevo, silencio; roto esta vez por Jake, que continuó hablando:

—Le he estado dando muchas vueltas y puede que me hubiese marchado igual. Pero también puede que hubiese mantenido algún tipo de contacto.

—¿Sabes por qué Derek está tan distante contigo?

A Jake pareció sorprenderle el cambio de tema.

—¿Por qué?

—No es por todas las broncas que hayáis tenido en el pasado, ni por lo bien o mal que os hayáis podido llevar. Es por Ari, porque creyó que ella no se merecía que la hubieses dejado sola. Ten en cuenta que nosotros fuimos los que estuvimos ahí cuando ella tenía algún bajón emocional. Y aunque no hubiese estado embarazada, tu marcha le habría afectado también, ¿sabes?

—Supongo que entonces nadie entiende que me marchara.

—En eso te equivocas. Yo sí.

Zane se giró y sujetó las manos de Jake a la vez que le obligaba a girarse también para situarlo frente a ella y poder mirar esos ojos azul océano que tanto lo caracterizaban y que tan difíciles eran de entender.

—Cuando dejas de tener ilusión por las cosas que te rodean porque sientes que te falta algo que antes hacía que tu vida tuviese cierto equilibrio, te vuelves una persona completamente distinta. Te aíslas, y da la sensación de que no te importa nada ni nadie, ni siquiera tú mismo. Y aunque no lo haces queriendo, destruyes a todo aquel que intenta ayudarte, porque tus malas palabras tienen una fuerza desmesurada. Yo ya pasé por eso una vez, y supongo que sabías que volvería a pasar porque habías vuelto a ser esa persona vacía que fuiste una vez.

Jake asintió para confirmar sus palabras, y le dio la sensación de que respiraba algo más tranquilo.

—Tú y yo sabemos lo que es perder a una buena parte de la familia —le dijo él entonces—. Lo sabemos, lo hemos superado como hemos podido y no había nada que hubiésemos podido hacer por evitarlo. Pero lo de Emma fue una cosa totalmente distinta... ¿Sabes cuántas ideas me han atormentado día y noche con teorías sobre formas de haberlo evitado? Empezando por haber quedado para aclarar las cosas y terminando por no haberle dicho cuando se presentó en la fábrica que lo último que quería en ese momento era hablar con ella, alejándola de mí y acercándola un poco más a esos hijos de puta que nos dispararon. Y eso, precisamente, lo de pedirle que se marchara sin dejarla siquiera que me ofreciera una explicación, lo hice por Ari.

A pesar de tenerle frente a ella, la mirada de Jake se había ido perdiendo poco a poco hacia un punto incierto, evadido de la realidad, y dejando que las palabras fluyeran, expulsando a través de ellas lo que sentía realmente.

Lo cierto era que Zane no tenía mucha idea de lo que había pasado aquel día, porque él no había dado muchos detalles al respecto. Lo único que sabía era que Emma había ido a la fábrica en su busca y que había habido un tiroteo estando allí. Ahora que conocía los nuevos detalles, entendía que Jake se sintiera así.

—¿Qué hay de tu hombro? —le preguntó, a sabiendas de la complicada operación que había sufrido para la extracción de una de las balas que se le había quedado dentro.

—Conseguí repararlo y dejarlo casi al cien por cien —respondió a la vez que hacía un movimiento circular para mostrarle que tenía total movilidad—, pero por lo visto no fue suficiente.

—Suficiente, ¿para qué?

—Eso es algo de lo que no me apetece hablar ahora.

—¿Tiene que ver con tu larga ausencia?

—Sí y no. Te prometo que un día de estos te lo contaré.

Zane se dio por satisfecha. Sabía que insistiendo tampoco conseguiría nada y que, cuando él quisiera o se sintiera preparado, contaría cuáles habían sido sus andanzas durante ese periodo de más de dos años.

Habían estado tanto tiempo conversando que se sorprendió cuando el claxon de Pitt sonó frente a ellos. Ya era mediodía.

—¿Vienes con nosotros a comer? —le propuso Zane.

—No, mejor me quedo a mirar un poco por dónde voy a empezar cuando decida instalarme de nuevo. Después volveré al apartamento de Louis.

—¿Seguro que no quieres venir?

—Sí, seguro.

Zane entró para recoger los álbumes, se despidió de Jake allí mismo, en el porche, y luego corrió hacia el coche.

—¿Esperamos a Jake?

—No, él se queda un rato más. —Zane se abrochó el cinturón de seguridad—. ¿Dónde vamos a comer hoy?

Le encantaba que Pitt la sorprendiera. Hasta la fecha habían probado un mexicano, una crepería y algún que otro sitio de comida rápida.

—He descubierto un italiano del que hablan muy bien, ¿te apetece?

—Se me hace la boca agua solo de pensarlo.

Pitt le sonrió y se puso en marcha.

—¿Has traído tus cosas? —preguntó Zane, consciente de que su hermano y Emily salían de viaje el próximo lunes.

—Están en el maletero.

Zane respiró, aliviada, tanto por el hecho de que él no se hubiera olvidado como por que no hubiese puesto ninguna excusa.

Verdad y perdón a destiempo

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