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Viernes

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29 DE NOVIEMBRE 1991

H

acía dos horas que había llamado a casa de los Becker para anunciar que se retrasaría y que no acudiría a Valley Street hasta la hora de la cena. Y es que el apartamento estaba peor de lo que había imaginado. Cuando llegaron por la noche, tuvo que abrir las ventanas a pesar del frío para ventilarlo. Todo había cogido un olor a cerrado inaguantable, cosa lógica teniendo en cuenta que llevaba cerrado más de medio año. Así que Arabia había madrugado para poder ponerlo en orden, pero ni con esas había conseguido tenerlo todo listo para antes de las doce.

Poco después se puso por fin a deshacer las maletas, y entonces se dio cuenta de que tal vez había traído más cosas de las necesarias para el mes que pasaría allí, tanto para ella como para Jazzlyn. Resopló y empezó a colgar unas prendas y a colocar otras dentro de los cajones. Todavía tenía bastantes cosas allí porque, obviamente, no se lo había llevado todo a California. Ahora sentía que tenía más de lo que podía usar, sumando las cosas de su apartamento y todas las de la casa de Kevin, incluidas las que todavía estaban sin estrenar. Cuánto había cambiado su vida en los últimos dos años.

Observó a su hija, que estaba en pijama sentada en el suelo y jugando con unas piezas de madera.

—Jazzy —dijo para reclamar su atención, aunque ella estaba demasiado concentrada en construir una torre—. Vamos a vestirte.

La cogió por los brazos, la sentó en la cama y le dio una de las piezas para que continuase entretenida. Antes de empezar a quitarle el pijama se quedó mirándola, como muchas otras veces, admirada por esos ojos verde claro que había heredado de Zane, su mejor amiga. Al principio de su embarazo, cuando se imaginaba con un bebé en brazos y conociendo por fin el aspecto de su cara, nunca la veía en su mente con unos ojos de ese color. En su imaginación tenía los ojos azul oscuro, e incluso solía pensar que sería un chico. Qué orgullosa se sentía de haberla tenido. Se tumbó a su lado en la cama y extendió los brazos, exhausta por el trabajo de orden y limpieza de toda la mañana. La niña la imitó y así se quedaron un buen rato, hasta que llamaron al timbre. La pequeña dijo unas cuantas cosas en su idioma particular y Arabia se incorporó al instante. Descolgó el interfono, casi segura de que sería Zane.

—¿Sí?

—Soy Jake.

Arabia rio para sus adentros. Aquello no podía estar pasando.

—¿Podemos hablar?

—No, Jake.

Y, por primera vez en lo que recordaba de su vida en aquel apartamento, no le abrió la puerta. Colgó el aparato y regresó para vestir a su hija.

Jake se había marchado el verano del ochenta y nueve. Se fue sin decir a dónde ni por cuánto tiempo. Se fue a pesar de que ella lo quería, él lo sabía, y de que intentó con todas sus fuerzas que volviese en sí después de lo ocurrido en la fábrica en la que trabajaba. La decepcionó por última vez el día en que se presentó con sus cosas en la puerta y dijo que se marchaba. No iba a permitir que lo volviese a hacer ni una sola vez más, por muy alucinante que fuese que se hubiese presentado para pasar las Navidades después de tanto tiempo.

Antes de que pudiese seguir dándole vueltas a aquel tema, Jazzlyn se bajó de la cama y se agachó.

—¡Espera! —exclamó Arabia.

Intuyendo lo que iba a hacer, corrió para cogerla y llevarla al retrete. Todavía no había aprendido a pedir o esperar para ir a la taza del váter, pero Arabia consiguió llegar justo a tiempo. Después de eso le colocó un pañal, la terminó de vestir y la dejó delante de la vieja televisión, que ya empezaba a quedarse obsoleta, mientras ella se vestía. La silueta que el espejo le devolvió al quedarse en ropa interior era muy diferente a antaño. Tenía los pechos notablemente más hinchados y la barriga... Bueno, ya no volvería a ser la de antes, eso lo tenía claro, y más después de saber que al fin...

Otra vez el timbre, ahora en la puerta de arriba.

Era su primer día en el apartamento, ¿quién narices tenía que llamar al timbre? Arabia respiró para serenarse, después de pensar que cabía la posibilidad de que algún vecino se hubiese percatado de que había pasado la noche allí, o que tal vez hubiese escuchado el ruido del aspirador. Ensayó en el espejo una sonrisa para aparentar ser amable y luego volvió a ponerse la ancha y blanca camiseta que había estado usando por la mañana; ya no estaba tan limpia. También se puso unos vaqueros.

Al abrir la puerta, la falsa sonrisa que había practicado desapareció al instante.

—¿Qué haces en mi puerta?

—Necesito hablar contigo.

Arabia estaba más que alucinada. Le parecía muy rastrero que hubiese accedido al edificio a pesar de que ella no le había abierto la puerta, dejando claro que no tenía ninguna intención de hablar con él.

—Ari, lo siento. Yo no sabía que tú...

—Oh, no sabías que estaba embarazada cuando te largaste. ¿Es eso lo que quieres decirme?

—Déjame hablar —inquirió, sereno.

—Jake, rehíce mi vida hace mucho como para que vengas ahora a disculparte por algo del pasado que ya carece de sentido para mí.

—Pero la niña, quiero decir, tu hija...

—Exacto. Mi hija.

—¿Sabías que estabas embarazada antes de que me fuera?

Arabia intentó cerrarle la puerta en las narices, pero él se lo impidió.

—¿Esto quiere decir que sí?

—¿Qué importa?

—¡Sí importa, Ari, y mucho! —gritó—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Le había gritado. Sí, lo había hecho otra vez. Ni con el paso del tiempo había conseguido aprender a comportarse.

—Jake, quiero que te vayas.

—Ari...

—No tienes ningún derecho a venir a mi casa a pedirme explicaciones de ningún tipo, así que márchate.

Se dio cuenta de que Jake estaba mirando hacia el interior y al darse la vuelta vio a Jazzlyn mirándolos justo detrás.

—Márchate o llamo a la policía.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—¿Cómo puedes decir eso?

Arabia no se inmutó. Mantuvo el semblante serio, dándole a entender que no estaba bromeando.

—Yo solo... —Jake había apoyado la mano sobre la puerta para retrasar el momento en que ella cerrase y diese por concluida la conversación—. Ari, yo...

—Ya nos veremos, Jake.

Finalmente cerró.

¿Que por qué no se lo había dicho?, meditó después para sus adentros.

Miró a su hija y, por un momento, llegó a pensar que tal vez hubiese sido mejor para ella que se lo hubiese contado cuando tuvo oportunidad. Pero cuando aquello sucedió, Jazzlyn no existía físicamente. Todavía no pensaba en ella como parte del mundo que conocía, de su mundo. En aquel entonces le parecía mucho más importante pensar que lo que Jake dejaba atrás era únicamente a ella misma. Se preguntaba si tal vez se habría equivocado... Después pensó en Kevin, en cómo se había hecho cargo de ambas sin que nadie se lo pidiera y en cómo Jazzlyn lo señalaba como su papá.

Sin más motivo que el cúmulo de sentimientos, se echó a llorar.

Verdad y perdón a destiempo

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