Читать книгу Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos) - Ross Ellenthorn - Страница 10

Capítulo 2
La tensión entre donde estás
y entre donde quieres estar

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Necesitamos el dulce dolor de la anticipación para decirnos que estamos realmente vivos.

—Albert Camus

Son los inicios de la década de 1930, Kurt Lewin, un profesor de la Universidad de Berlín, está sentado en un café con un grupo grande de estudiantes.1 Le piden sus órdenes al mesero, quien escucha con atención, pero no escribe nada, y luego se va a traer los pedidos. Regresa quince minutos más tarde, con la charola en la mano y coloca cada platillo frente a la persona que lo ordenó. Más tarde, cuando ya se ha levantado la mesa, pero antes de pagar la cuenta, Lewin le pregunta al mesero qué fue lo que ordenó cada comensal y el mesero hace un recuento perfecto. Entonces Lewin vuelve a preguntar qué ordenaron los comensales de una mesa cercana. “¿Por qué, señor? No tengo idea”, respondió el mesero, sorprendido por la pregunta. “¡Esas personas ya pagaron!” Para Lewin, quien tenía el genio para ver lo profundo en lo cotidiano, éste es un momento eureka. Lewin se pregunta: ¿Cómo es posible que el mesero recuerde todo con tanto detalle, pero lo olvide cuando pagan la cuenta? Lewin postula que, entre tomar la orden y llevar la cuenta, se crea una tensión en el mesero que propicia que recuerde. Pero cuando la tarea se termina (se paga la cuenta), la tensión desaparece de inmediato y el recuerdo también.

Las cavilaciones de Lewin sobre la tarea mundana de recordar las órdenes en un café, lo llevaron a él y a otros a formular teorías sobre cómo la gente persigue las metas en general. Lewin es el padre de la psicología social moderna y una figura fundamental en la psicología organizacional. Gran parte de su trabajo más importante se enfoca en la tensión entre donde estamos en relación con una meta en particular, y cómo la fortaleza o debilidad de esta tensión nos motiva para alcanzar dicha meta.2

Lewin estaba influido por lo que se conoce como psicología Gestalt,3 que fue un enfoque radical para comprender la visión, aprendizaje y resolución de problemas humanos. Comprender el concepto de la psicología Gestalt es importante para acercarnos a las ideas de Lewin sobre la motivación. Y conocer sus ideas sobre cómo trabajan la tensión, las metas y la motivación te ayudará a comprender mi visión sobre el cambio personal.

El término alemán Gestalt significa “forma” e indica algo completo, identificable y comprensible. Para los teóricos de la psicología Gestalt, nuestras mentes están diseñadas para analizar grupos de cosas separadas y construir cosas enteras a partir de ellas. Entras a una habitación y ves cuatro piezas cilíndricas de madera erguidas sobre el suelo, y sobre ellas hay un bloque horizontal de madera, pero con cilindros de madera más pequeños, con más cilindros de madera todavía más pequeños que sobresalen de uno de los lados y están unidos en la parte superior por una pieza plana de madera. Tu mente no dice: “son piezas de madera conectadas”, tu mente dice: “es una silla”, y eso es lo que ves; eso es una Gestalt (un todo conformado de partes individuales). Cuando entraste a la habitación, tu mente observó las paredes, el techo y el piso, y tú sabías que estabas en una “habitación”, y no piensas en “yeso, enchufes, vigas, bisagras”; eso, también, es Gestalt. ¿Y la experiencia del “tú” que entró a la habitación? Obviamente es Gestalt.

En virtud de que la mente siempre busca formar un todo, no le gustan las discrepancias en nuestras vidas (cierta disparidad entre dos o más cosas que sentimos que deberían encajar). En efecto, algunos psicólogos creen que todas las emociones surgen cuando encontramos una discrepancia entre lo que esperamos y lo que encontramos, y que esas emociones permanecen activas hasta que ésta ha sido resuelta.4 Cuando la psique encuentra estas discrepancias busca arreglarlas para integrarlas en algo completo, para reducir la tensión que éstas crean. Para convertir en algo significativo las cosas que discrepan. Lo necesitamos. Sin eso, el mundo se vería completamente disperso e indiferenciado, el caos del polvo en el aire: no existiría la silla, la habitación o tú.

Y aquí yace una paradoja encantadora de la humanidad. Nuestra psique detesta las discrepancias y nos compele a remediarlas. Pero en vez de vivir en tranquila complacencia, ¿qué hacemos? Nos fijamos metas, aspiramos a cambiar. Definir metas implica inherentemente una discrepancia (entre donde estás ahora y donde quieres estar). La tensión provocada por esta discrepancia particular y tu impulso por liberarte de esta tensión, con frecuencia conduce a algo bueno: la motivación para alcanzar la meta. Si puedes llegar a la meta se resuelve la tensión. Por eso el mesero puede retener la memoria durante su tarea (está motivado para terminar la discrepancia entre tomar la orden y entregar la cuenta), y su memoria es el medio para llegar ahí. Por eso también el mesero olvida las órdenes una vez que entrega la cuenta. Ya no hay discrepancia (y por lo tanto no hay tensión) una vez que completa la labor.

Entonces, alcanzar una meta con éxito es la manera en que una persona puede aliviar la tensión entre donde está en relación con su meta y la meta misma. Por supuesto, hay otra forma que requiere menos esfuerzo para liberarte de esta tensión: darte por vencido. No hay una sola meta que no tenga discrepancia, lo cual deriva en que no haya tensión. Darte por vencido y ceder son elementos importantes en este libro y volveré a ellos después. Pero por ahora apeguémonos al combustible motivante de la tensión entre tu estado actual y el estado en el que deseas estar.

Parecen obvias las ideas de que tu motivación depende de la tensión entre donde estás ahora y tu meta, y el hecho de que tu motivación termina una vez que alcanzas tu meta. Te mueres por comer tu hamburguesa con tocino favorita. Te motiva cocinarla porque la quieres para la cena, y por lo tanto existe una discrepancia ente tu hambre actual y tu último bocado de satisfacción. Pero cuando terminas de comerte la hamburguesa ya no tienes la motivación de cocinarla, porque ya no existe discrepancia entre tu necesidad metabólica y la satisfacción de dicha necesidad. Tenías hambre, comiste y la hamburguesa ya no está en tu mente. Ésa es la teoría: quieres algo, la tensión entre desearlo y tenerlo te motiva a la acción, y una vez que alcanzas la meta ya no te sientes motivado a lograrla.

Es así de simple.

Bueno, de hecho no lo es. La transición de hacer nada a hacer algo, o de hacer algo negativo a hacer algo positivo, implica una compleja variedad de fuerzas y oposiciones. Lewin se refirió a estas presiones como fuerzas y vectores,5 un término que adoptó de las matemáticas y la física y lo aplicó a la acción humana.

Un vector es algo que tiene un nivel de fuerza (llamado magnitud) y dirección.6 El clásico problema matemático acerca de dos trenes que pasan uno cerca del otro; uno que sale de Cleveland a 72 kilómetros por hora, y el otro que sale de Wichita Falls a 96 kilómetros por hora, es un conjunto de vectores. Digamos que vienes a visitarme en tu coche y te pregunto a qué hora crees que llegarás. Si respondes: “Voy a tomar la autopista sur de Ventura” sólo me estás dando una respuesta parcial, ya que no me has dicho qué tan rápido irás. Lo mismo sucede si dices: “Iré a 100 kilómetros por hora”, pero no me dices cuál es tu ubicación en ese momento. Pero si dices: “Voy a tomar la autopista sur de Ventura desde mi casa y manejaré a 100 kilómetros por hora”, habrás descrito un vector y yo sabré cuándo comenzar a preparar los martinis.

Cuando se trata de pensar sobre las metas personales, los vectores son bastante útiles, ya que nos permiten ver tanto el lugar hacia donde la persona quiere ir como el nivel de energía o fuerza que tiene y requiere para llegar ahí. Pero las empresas humanas no se pueden reducir con facilidad a problemas matemáticos pequeños y minuciosos. Tanto la fuerza de nuestra motivación como la dirección hacia la que vamos son demasiado complejas como para cartografiarlas o medirlas en su totalidad. Un coche que va a 100 kilómetros por hora en la autopista Ventura resulta fácil de representar en un vector. Pero la persona compleja que crea significados y que va manejando el coche posee todo tipo de variables que afectan la trayectoria que lleva, como la fuerza que lo impulsa hacia su destino y los cambios en dicha fuerza. ¿Por qué un conductor se apresura para llegar a ver a un cliente y por qué el otro se apresura para escapar de un matrimonio infeliz? Ambas motivaciones son vectores, pero ninguna se traduce con facilidad al álgebra de la velocidad y la dirección. Novelistas como Marcel Proust, William Faulkner y Philip Roth han dedicado páginas y páginas a hablar sobre las múltiples fuerzas que motivan a alguien a avanzar o alejarse de una acción en particular. Por lo tanto, para nosotros los humanos lograr metas rara vez es tan simple como una recta entre Cleveland y Wichita Falls. Por eso Siri puede decirnos cómo cruzar el país manejando un coche, pero no puede decirnos por qué debemos levantarnos de la cama. Para quienes buscan hacer cambios, los vectores de nuestros motivadores internos y direcciones son mucho más complicados que las instrucciones como “camina 10,000 pasos” o “añade 300 gramos de carne molida”.

Cómo cambiamos (y diez razones por las que no lo hacemos)

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